Читать книгу Retales de sus vidas - David Masobro - Страница 5

Оглавление

3. Ser samaritanos

Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión (Lucas 10,33)

Comienzo esta vez directamente con una historia que empezó hace más de dos mil años y todavía sigue...

Eran las seis y media de la tarde. Un hombre iba por el camino que subía de la Catedral a la Plaza de Cataluña de Barcelona. De pronto, cuando bajaba las escaleras del metro fue asaltado por el brote de una enfermedad terrible. Sus miembros se volvieron rígidos y apenas podía articular una palabra...

Pasaban por allí cientos de personas: turistas, trabajadores que volvían a sus casas, chicos que regresaban de la escuela..., pero ninguno de ellos se percató del estado de aquel hombre. Todos pasaron de largo.

Sin embargo, una pareja al ver a aquel señor se detuvo ante él. Entonces él le preguntó tímidamente: «¿Se encuentra usted bien?». Y el hombre respondió: «Estoy perfectamente». Y él, extrañado e indeciso, le dijo a ella: «Dice que está bien». En ese momento, el hombre resbaló y casi hubiera caído al suelo, si otra mujer decidida no lo hubiera cogido por el brazo diciendo: «Este señor necesita ayuda».

Y fue entonces cuando Tú, Señor, todo lo iluminaste y la escena se llenó de samaritanos: la mujer decidida que sirvió de apoyo, la pareja que lo cogió del otro brazo, una chica que fue a buscar ayuda y el agente de policía que se acabó haciendo cargo con tanta amabilidad de aquel hombre. Cuando vimos que aquel señor estaba ya en buenas manos, todos nos miramos con alegría y tranquilidad y nos dimos las gracias unos a otros.

Todas aquellas personas –creyentes y no creyentes– vieron, se compadecieron y ayudaron. Seguro que unos lo habrían hecho aunque Dios no hubiera existido. Otros, en cambio, ayudaron, creyendo que Dios estaba allí aunque no fueran muy conscientes de ello.

Y Dios, en ese momento, ¿dónde estaba?, ¿qué rostro tenía?, ¿qué hacía? Creo que Dios nos miraba con amor, tanto a los que ayudamos como a los que no. Pero Dios era, sobre todo, la mirada del pobre, que no espera nada, que no pide nada, pero que si te acercas y la acoges, te sana y te devuelve la paz y la alegría.

Dice el filósofo Kierkegaard que el amor a Dios y el amor al prójimo son las dos hojas de una puerta que solo pueden abrirse y cerrarse juntas.

Que Dios nos dé una mirada contemplativa que nos haga estar atentos a los necesitados que nos rodean. Quizá estén más cerca de lo que parece...

Feliz día amigos samaritanos.

Retales de sus vidas

Подняться наверх