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4. El quinto pájaro

¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, de ninguno de ellos se olvida Dios (Lucas 12,6)

Hace unos meses murió un señor que dejó en mí una honda huella. Era un hombre mayor, bajito, calvo, extremamente delgado y de mirada penetrante. Caminaba con mucha lentitud y apenas hablaba, si no era para quejarse.

Vivía en un hospital psiquiátrico desde hacía muchos años. Siempre le veía sentado y solo, como inmerso en cavilaciones sin fin. Jamás recibió una sola visita durante los años que compartí con él. Nunca le vi esbozar una sonrisa, ni pronunciar una palabra de cariño. Apenas comía y es por esto que algunos compañeros le empezaron a decir: «comes como un pajarito». De ahí le quedó el mote de «pajarito». Falleció sin que a su lado hubiera ningún familiar ni amigo. En su entierro solo hubo tres personas: un enfermo, una religiosa y un voluntario del hospital.

La vida de esta persona no puede dejar de recordarme a un texto entrañable del evangelio de Lucas: «¿No se venden cinco pajarillos por dos pequeñas monedas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos» (Lc 12,6).

Jesús, que vivió como un hombre de su tiempo, sabía que los pajarillos eran vendidos a cuatro por dos cuartos y que regalaban uno gratis. Pues bien, el Señor nos dice que Dios no olvida ni siquiera al que es gratuito. El evangelio de Mateo explica que ninguno de estos cae a tierra sin que nuestro Padre lo permita.

Dios ama a todos los seres humanos porque fueron creados a su imagen. Realmente, este hombre era el «quinto pajarillo» del que habla el evangelio de Lucas. Es posible que su vida pasara desapercibida para muchos, pero no a los ojos de Dios.

Dios amaba a este hombre tal y como era… Hay una bella oración de un monje francés de la comunidad de Jerusalén que nos puede ayudar a comprenderlo mejor. Os cito un pequeño fragmento: «Yo, tu Dios, conozco tu miseria, los combates y debilidades de tu alma. Sin embargo, te digo: Dame tu corazón, ámame tal como eres. Yo amo el amor de los pobres. Quiero que, desde tu indigencia, se eleve continuamente este clamor: ‘Señor, te amo’. Yo, tu Dios, te llamo y te espero, apresúrate a abrirme. No tomes por pretexto tu miseria. Pero recuerda: ‘Ámame tal como eres’. No esperes a ser un santo para lanzarte a amar. Si no, no me querrás nunca».

Retales de sus vidas

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