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14. Gracias

Por eso te digo que quedaran perdonados sus numerosos pecados, porque ha mostrado mucho amor (Lucas 7,47)

Es domingo. Hoy la iglesia está llena. La mayoría de los que vienen a la misa del domingo son personas mayores del barrio. También se ve a familias jóvenes, venidas de más allá del océano. El grupo que prepara la misa reparte las tareas de aquel domingo: unos repasan las lecturas, otros llevarán las ofrendas, y otros repartirán la hoja parroquial al final de la misa.

Este día me piden que ayude a dar la comunión. ¡Dar la comunión es siempre una responsabilidad y también una alegría grande! Cuando veo a las personas que se acercan a recibirla siempre contemplo su concentración, su fe y su amor a Cristo. Todos la reciben habitualmente cada domingo, con el deseo de parecerse más a Jesús y de transformarse más en Él.

Sin embargo, hoy, de entre todas las personas que van a comulgar, hay una mujer cuya actitud me impresiona especialmente. Se trata de una mujer joven que va vestida con un traje negro. Su rostro refleja sufrimiento. Parece que lleva días sin dormir. Cuando se acerca más veo que tiene una herida profunda en uno de sus pómulos en la cual todavía hay sangre reciente.

La mujer se acerca a mí, toma la comunión, me mira y me dice: «Gracias, muchas gracias». A continuación se queda mirando a la cruz que hay al lado del altar, se echa a llorar y se marcha rápidamente de la iglesia.

¿Quién era aquella mujer? ¿Cuál era el origen de su intenso sufrimiento? Creo de corazón que aquella mujer era como la que se acercó a Jesús, se arrojó al suelo y le bañó los pies con sus lágrimas (Lc 7,36-50). Yo quisiera, Señor, ser de nuevo como ella. Quiero ser de nuevo de los que te dé gracias de corazón. Quiero acercarme a ti desde mi fragilidad y mi necesidad. Porque Tú, Señor, solo cabes en un corazón pobre. Solo así podrás decirme: «Vete en paz, tu fe te ha salvado».

Retales de sus vidas

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