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9. Llueve

Venid benditos de mi Padre […] porque estaba enfermo y me visitasteis (Mateo 25,34.36)

Llueve y hace sol. Los rayos del sol iluminan y van secando la calle. Las hojas de los árboles están llenas de pequeñas gotas, brillantes y redondas como perlas. La gente sale de nuevo de las tiendas, de los bares, de sus casas y de los porches. Todos miran al cielo, aunque sea fugazmente.

Cuando bajo la calle que me lleva a casa, una pequeña gota fugitiva moja mi cara y yo sonrío, sorprendido y agradecido. Cerca del bar donde tomo el café al mediodía hay un hombre en una silla de ruedas. Se trata de una silla de ruedas eléctrica, de estas que se conducen con un pequeño mando. Sin embargo, el hombre parece apurado. Su semblante es tenso y sus ojos brillan, como si estuviera a punto de llorar.

En el momento en que paso delante de él, el hombre llama mi atención. Me acerco y me dice con voz bajita y ronca: «Disculpa, ¿me podrías poner bien los pies?». Y es entonces cuando veo que los tiene fuera del reposapiés. Me arrodillo y se los pongo en su sitio. Y el hombre me dice en voz baja: «Acércate». Entonces, como María a los pies de Jesús, me agacho y pongo mi oído cerca de su boca, como el que espera que su Maestro le diga algo importante. Él me dice entonces: «¿Sabes que dice el papa Francisco? Que quien ayuda a un enfermo, ayuda al mismo Cristo»…

Nos miramos los dos agradecidos y, sin decir nada, nos separamos… Sigo mi camino a casa no sin antes girarme un instante. Es en ese momento cuando veo que hay un hombre bajito que nos mira. ¿Habrá visto toda la escena? ¿Habrá oído las palabras de mi Maestro?

Cuando abro la puerta de casa no puedo dejar de decirte: Señor, quiero ir contigo en compañía de los que lloran. Que como a ti, buen Jesús, se me vaya el corazón hacia los pobres; ya que solo en el encuentro con ellos hallaré la fe y la alegría.

Retales de sus vidas

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