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PREFACIO

En general, la gente me recuerda como aquel asesor del Gobierno del Reino Unido en materia de drogas que perdió su cargo en 2009, tras haber afirmado que la política gubernamental en este aspecto no se fundamentaba en hechos probados. Pero también soy médico y, como todos los médicos, a lo largo de mi carrera me he enfrentado a los desafíos que el alcohol plantea a nuestros pacientes y a nuestros compañeros de profesión.

Sin duda, perjudica muy gravemente la salud. Nada menos que la mitad de los pacientes que ocupan las camas en las unidades de traumatología están allí ingresados debido a lesiones relacionadas con el alcohol. De hecho, los fines de semana los servicios de urgencias de nuestros hospitales se abarrotan de personas ebrias. El alcohol y la medicina se encuentran tan estrechamente ligados como el dinero y la banca.

Sospecho que la verdadera razón de mi despido fue haberme atrevido a afirmar en un programa radiofónico, en horario de máxima audiencia, que la droga más perjudicial en el Reino Unido era el alcohol. Por aquel entonces, el Consejo Asesor sobre el Uso Indebido de Drogas (ACMD, por sus siglas inglesas) del Reino Unido ni siquiera permitía que el alcohol se considerara una droga, pese a que todos los científicos del país teníamos la certeza de que sí lo es.

Las pruebas concluyentes en las que fundamenté mi declaración fueron el resultado de un complejo y minucioso análisis nunca antes realizado en torno a los efectos nocivos provocados por las drogas. Desde entonces, se han llevado a cabo estudios similares en Europa y Australia, y todos ellos han llegado a la misma conclusión: el alcohol también es la droga más perjudicial para los ciudadanos.

El motivo fundamental por el que el alcohol ocupa la primera posición en la escala de sustancias perjudiciales es que a muchos de nosotros nos gusta consumirlo. Por lo general, en los países occidentales del primer mundo, más del 80% de los adultos beben alcohol. De este porcentaje, solo una quinta parte tiene problemas derivados de su consumo; sin embargo, estos problemas también tienen un enorme impacto en el resto de nosotros, sobre todo en sus familiares y amigos. El alcohol está vinculado a altos niveles de violencia (tanto dentro como fuera del núcleo familiar), accidentes de tráfico, pérdidas de empleo y múltiples enfermedades. En el Reino Unido, los costes derivados del control de personas en estado de embriaguez se elevan a más de siete mil millones de euros anuales, y los de sanidad superan los tres mil quinientos millones1.

Pese a ello, la mayoría de nosotros seguimos bebiendo y, sin embargo, no llegamos a desarrollar problemas con el alcohol. Esto nos indica que existen diferentes factores sociobiológicos que influyen en el modo de relacionarnos con la bebida. En mi opinión, comprender esos factores puede ayudarnos no solo a cada uno de nosotros, sino también a nuestros Gobiernos para tomar decisiones más sensatas y saludables respecto al consumo de alcohol. Un objetivo, por cierto, que este libro pretende alcanzar con un lenguaje que todo lector pueda entender sin problemas.

A nivel personal, el alcohol se ha convertido en una constante a lo largo de mis cuarenta años de investigación médica. A finales de la década de los ochenta, dirigí durante dos años la Unidad de Investigación de Pacientes Hospitalizados en el Instituto Nacional sobre Abuso de Alcohol y Alcoholismo (NIAAA, por sus siglas inglesas) en los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas inglesas) de Maryland, Estados Unidos. Desde entonces, y ya de vuelta en el Reino Unido, he seguido investigando los aspectos que influyen, a nivel cerebral, tanto en el disfrute como en los problemas con el alcohol, además de tratar a pacientes con complicaciones derivadas de su consumo.

Por otro lado, también soy copropietario, junto con una de mis hijas, de una vinoteca en el barrio londinense de Ealing. En mi vida están presentes lo bueno y lo malo del alcohol; además, con mis conocimientos, experiencias e ideas espero explicar por qué una molécula tan simple puede producir semejante cantidad de placer y dolor al mismo tiempo.

Nota

1. Precio de la libra esterlina el 1 de enero del 2020: 1,18 euros. (N. del E.).

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