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INTRODUCCIÓN

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Era mi primer día en Cambridge y, no sé bien cómo, todos los estudiantes del primer año de Medicina acabamos encontrándonos los unos a los otros. De aquel grupo, nueve decidimos ir un bar situado a la vuelta de la esquina.

Nos acomodamos allí para pasar la tarde. Era el típico pub inglés de los años sesenta: mesas pegajosas y alfombras aún más pegajosas, con un ambiente tan cargado de humo que había dado un barniz amarillento a las paredes y el techo. Aunque yo no solía beber con asiduidad, creo recordar que tomé tres pintas de la cerveza local Greene King. Casi todos los demás se tomaron quizá entre cuatro y cinco, lo que me pareció una auténtica barbaridad. El local cerró a las diez y media de la noche. Alguien dijo que guardaba varias botellas de vino en su habitación, así que regresamos a la sala de estudiantes y allí nos quedamos bebiendo.

El ambiente se volvió bastante ruidoso y estridente, como cabría esperar de un grupo de jóvenes pipiolos de dieciocho años echándose unas risas. Pero, de repente, uno de los chicos rompió a llorar, no de forma discreta, sino muy escandalosa, con abundantes lamentos y lágrimas. Tan intenso fue aquel desbordamiento de emociones negativas que temí que fuera a suicidarse. Le pregunté a un amigo que había estudiado con él si deberíamos llamar a una ambulancia. Pero este me respondió: «Qué va, no te preocupes, siempre hace eso. Mañana ni siquiera se acordará».

Y, en efecto, no se acordó. Pero no pude evitar preguntarme cómo había podido el alcohol convertir a alguien con semejante éxito académico, alguien tan aparentemente confiado y agradable, en un despojo balbuceante. Y empecé a pensar: «¿Qué nos dice esto sobre el alcohol?». Cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que ese fue el comienzo de mi fascinación por las drogas (incluido el alcohol) y por cómo afectan al cerebro, a la persona y al conjunto de la sociedad.

Como médico, he asistido de primera mano a los múltiples estragos que provoca el alcohol, desde enfermedades hepáticas y cáncer hasta actos violentos y accidentes de tráfico. Lo que está claro es que no tienes por qué ser un sintecho alcohólico para perjudicar tu organismo o tu cerebro a fuerza de empinar demasiado el codo. También puede ocurrirte siendo un gran triunfador, como mi amigo de la universidad.

De hecho, él no era el único que tenía problemas con el alcohol en aquel grupito. El amigo con quien había estudiado y que me aseguró que no le pasaba nada también era un alcohólico empedernido. Por desgracia, tuvo problemas con este tema toda su vida, y murió de insuficiencia hepática a los cuarenta años. El alcohol arruinó su prometedora carrera y, de hecho, su vida entera. Sí, sus historias son casos extremos, aunque son más frecuentes de lo que creemos.

Hoy, cincuenta años después de aquello, quiero compartir lo que he aprendido acerca del alcohol. No estoy aquí para sermonearte ni para juzgarte, independientemente de si estás bebiendo demasiado o si te preocupa estar excediéndote. He escrito este libro para ayudarte a tomar decisiones bien fundamentadas e inteligentes en torno a la bebida. Durante el proceso de escritura, incluso he acabado reflexionando una vez más sobre lo que yo mismo bebo y el modo en que lo hago. No suelo beber demasiado y soy consciente de todos los riesgos, pero aun así puedo ver lo fácil que es caer en un consumo abusivo.

Siempre he defendido la misma postura: el alcohol es una droga y no debe tomarse a la ligera. Quizá esto suene extraño en nuestra cultura, donde tomar una copa y, de hecho, emborracharse es algo que se acepta de forma generalizada. Sin embargo, esta postura también la comparten casi todos los médicos, científicos y expertos en adicciones, dada la enorme cantidad de efectos perjudiciales que el alcohol tiene sobre la sociedad y la salud de las personas.

El Informe sobre la situación mundial del alcohol y la salud 2018 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indicó que, en 2016, más de tres millones de personas murieron como resultado del uso nocivo del alcohol. Un artículo reciente de la British Medical Journal (BMJ) lo resumía así: «Al igual que el tabaco, el alcohol mata lentamente a algunos consumidores a través de las enfermedades que provoca. Pero, a diferencia del tabaco, el alcohol también mata rápidamente, a través de lesiones y envenenamientos» [1]. El alcohol es responsable de más del 5 % de la carga mundial de morbilidad; de hecho, se estima que la muerte de unas treinta mil personas al año en Inglaterra, Escocia y Gales2 es atribuible al alcohol [2]. Las principales causas de mortalidad son las enfermedades cardiovasculares, que provocan infartos y accidentes cerebrovasculares. Luego están las enfermedades hepáticas y diversos tipos de cáncer, así como los accidentes, especialmente de carretera; y defunciones por suicidio.

No pretendo asustarte, solo quiero dar a conocer los hechos para que puedas tomar tus propias decisiones. Es cierto que, desde 2010 más o menos, y al igual que en la mayor parte de Europa, nuestros hábitos de consumo de alcohol han ido en la dirección correcta, es decir, en descenso. Sin embargo, el punto de referencia que se toma es muy elevado, ya que en el Reino Unido bebemos casi el doble de lo que bebimos en la década de 1960. Actualmente, la proporción de personas que beben más de catorce unidades semanales sigue siendo una de cada cinco (casi un tercio de los hombres y una de cada seis mujeres).

En el Reino Unido, se nos da particularmente bien eso de beber. Según el informe «Global Drug Survey», los británicos se emborrachan un promedio de 51,1 veces al año, es decir, una vez por semana. Y uno de cada diez adultos se emborracha cinco o más días por semana.

Dos tercios de las personas que consumen más de catorce unidades semanales aseguran que les resultaría más difícil reducir el consumo de alcohol que aplicar otros cambios en su estilo de vida, como hacer más ejercicio, moderar su tabaquismo o alimentarse de forma más sana. Si has escogido este libro, imagino que podrías ser una de estas personas. Quizás en el pasado sentiste cierto alivio al leer algún artículo periodístico donde se afirmaba que el consumo «moderado» (en particular, de vino tinto) era beneficioso para nuestra salud. Sin embargo, como veremos en el capítulo 2, la verdad es que ningún nivel de consumo de alcohol se encuentra exento de riesgos.

Puedes disfrazar el alcohol de cerveza con limón, de mojito o de botella de dos litros de sidra de alta graduación. Pero, sea cual sea el camuflaje escogido, sigue tratándose de una molécula que aprovecha la química de nuestro cerebro para provocar una amplia gama de efectos. Incluso, en algunas personas, la adicción. Hasta que no asumas esto, correrás el riesgo de subestimar su poder.

El cambio producido durante los últimos cincuenta años (la duración de mi carrera) en nuestro modo de consumir alcohol supone un excelente ejemplo de cómo el marketing ha alterado nuestra percepción. El alcohol solía ser un producto que se compraba en ocasiones especiales, y para ello debías acudir a una tienda especial (una bodega o un bar) en horario restringido. Dado que los sucesivos Gobiernos, desde la década de 1970 en adelante, liberalizaron nuestro acceso a la compra de alcohol, y también prolongaron de forma masiva sus horarios de venta al público, ahora lo metemos en nuestra canasta o carrito del supermercado como un elemento más de la compra semanal.

Si te paras a pensarlo, verás hasta qué punto el alcohol se encuentra arraigado en cada parcela de nuestras vidas: bebemos para estrechar lazos sociales; bebemos juntos para cerrar acuerdos de diversos tipos, incluso comerciales; bebemos para celebrar el nacimiento de un bebé y para compadecernos mutuamente cuando alguien fallece3.

Cuando uno de mis sobrinos cumplió dieciocho años, fui a comprarle una tarjeta de felicitación. Contabilicé hasta veintitrés tarjetas de celebración de los dieciocho hasta que logré encontrar una que no se centrara en el alcohol. ¿Qué tipo de mensaje es ese para un joven? Por suerte, parece que ese grupo etario (o algunos de sus miembros) ha empezado a beber menos. Es absurdo que, una vez alcanzada la mayoría de edad, todo tenga que girar en torno al alcohol, sin embargo esas tarjetas demuestran que alcanzar la mayoría de edad y el consiguiente permiso para consumir alcohol se consideran uno de los principales puntos de inflexión en la vida de una persona.

El alcohol tiene glamur e historia: empapa nuestro arte y nuestra cultura. De hecho, se considera que el alcohol es casi tan antiguo como la sociedad humana (según algunas teorías, los orígenes de la agricultura no estaban en la búsqueda de alimentos, sino en la obtención de cultivos para producir alcohol).

Los romanos tenían sus bacanales y los griegos, sus simposios, ambos animados por el vino. Nosotros tenemos nuestras despedidas de soltero, nuestros clubes del vino y de la cerveza, las fiestas de Navidad en la oficina y las cenas de celebración.

En los siglos XIII y XIV, la Iglesia católica se convirtió en el principal suministrador de alcohol, ya que los monjes poseían gran parte del conocimiento cultural relativo a la elaboración del vino y la cerveza. La cerveza más antigua, producida de forma ininterrumpida, se remonta a casi mil años y proviene de un monasterio alemán. En la actualidad, una sola empresa acapara un tercio de la producción mundial de cerveza.

Beber (y beber en exceso) forma parte de nuestras referencias culturales: desde los cuadros de Toulouse-Lautrec hasta James Bond. Por lo que sabemos, la bebida favorita del primero era la absenta, la bebida parisina del momento, mezclada con brandi. Y si yo bebiera tantos martinis como 007, también estaría agitado4. ¡Debería llamarse el hombre del hígado de oro!

Aunque, por supuesto, no todas las referencias culturales son positivas. En la novela La taberna (L’Assommoir), de Émile Zola, una mujer intenta desesperadamente mantener unida a su familia mientras su marido cae en el alcoholismo. Sin embargo, también la protagonista acaba sucumbiendo a la misma adicción y muere en la miseria. En la película Judy, aclamada por la crítica, Renée Zellweger revive la tristeza de los últimos años de Judy Garland, marcados por el alcohol.

Siempre he defendido que la única diferencia entre el alcohol y cualquier otra droga reside en que el alcohol es legal. Esta postura me ha causado problemas, ya que, por razones obvias, ni el Gobierno británico ni la industria de las bebidas quieren que tratemos el alcohol como una droga. Sin embargo, yo soy científico y, cuando observamos el modo en que esta sustancia afecta a los neurotransmisores del cerebro (ver capítulo 1), es obvio que sus efectos cerebrales se asemejan bastante a los de otras drogas; y aun así, es la más consumida. Además, ninguna otra droga potencia el ácido gamma-aminobutírico (GABA), la serotonina y la dopamina a la vez que bloquea el glutamato y la noradrenalina. El alcohol genera un verdadero cóctel de efectos neurotransmisores.

Entre 2010 y 2019, coescribí tres artículos [3] en los que se demostraba que el alcohol es la droga más perjudicial en el Reino Unido, Europa, Australia y, probablemente, todo el mundo occidental. Llevamos a cabo un análisis para clasificar las sustancias legales e ilegales, incluidas la heroína, la cocaína, el crac y la metanfetamina, así como el tabaco y el alcohol. Este último obtuvo la puntuación más alta no tanto por los efectos nocivos que provoca en el individuo, sino principalmente por los terribles efectos que provoca en los demás: los llamados «bebedores pasivos» si se prefiere (más información sobre esto, en el capítulo 11).

En mi primer empleo serio, trabajé de aprendiz de psiquiatría en la sala de urgencias del Guy’s Hospital, al sureste de Londres. Uno de mis primeros pacientes llegó en un estado terrible de psicosis limítrofe. Se trataba de una mujer que había venido directamente desde su banquete nupcial, donde, durante una pelea de borrachos, sus hermanos le habían propinado una paliza a su nuevo marido. Por desgracia, esta historia se repite de múltiples formas en los servicios de urgencias de todo el Reino Unido los viernes y sábados por la noche.

Efectivamente, la enorme cantidad de perjuicios que provoca el alcohol se debe en gran medida al número de personas que beben. Si la mitad de los adultos consumiéramos metanfetamina, por ejemplo, la sociedad se encontraría en un estado mucho peor. Sin embargo, a nivel personal, el alcohol provoca muchos efectos nocivos que dependen del nivel de consumo. Algunos de ellos pueden resultar menos obvios, como su relación con el cáncer de mama (que no se determinó hasta hace poco) o la cantidad de años de consumo (de diez a veinte) que deben transcurrir para acabar dañándote el hígado.

Quizá confías en que nada de esto te toque de lleno. A la mayoría de nosotros nos encantan los efectos a corto plazo del alcohol (la diversión, la sociabilidad, la distensión…) y esperamos que, a largo plazo, nuestra salud no se vea afectada.

Pero si cada semana bebes por encima (o incluso por debajo) de catorce unidades5 (ciento doce gramos), te conviene saber los riesgos que eso entraña para tu salud. Espero que este libro te lo aclare. La industria de las bebidas tiene claro que el alcohol es una sustancia tóxica. Si se descubriera hoy, se ilegalizaría como alimento. El consumo inocuo de alcohol quedaría limitado a una copa de vino al año si le aplicáramos los criterios de las normas alimentarias [4]. ¿Tomarías un nuevo medicamento si te dijeran que puede aumentar el riesgo de contraer cáncer, demencia o alguna enfermedad cardíaca, o que puede acortar tu vida? No lo tocarías ni con un palo. Sin embargo, el alcohol ocupa un lugar especial en nuestra cultura.

Lo que me gustaría es ayudarte a reflexionar sobre tu forma de beber. Que seas consciente de los riesgos a los que te expones si superas los límites recomendados6. Que seas consciente de que, incluso si no siempre puedes ceñirte a esos límites, no debes acabar dándote por vencido e ignorarlos por completo. Que aprendas a controlar tu consumo de alcohol. Y que quizá, en ocasiones, te abstengas de beber.

A ser posible, lo que me gustaría que evitaras es echarte alcohol por el gaznate de forma irreflexiva. Cuando hayas leído este libro, tal vez optes por unirte a ese creciente número de personas que deciden no seguir bebiendo. O tal vez concluyas que eres feliz bebiendo exactamente como hasta ahora, pero al menos habrás tomado esa decisión tras haberte informado como es debido.

Porque beber alcohol debe ser, ante todo, un acto consciente. Tendrías que percibirlo como algo especial, algo que se aproximara más (me atrevería a decir) al modo en que se percibía en otros tiempos. Convierte el acto de beber en un placer activo y positivo, en lugar de un acto reflejo, un hábito, algo que siempre has hecho o una automedicación para el estrés o la ansiedad.

Yo te aconsejaría que trataras de reducir tanto como pudieras tu consumo de alcohol hasta aproximarte al límite recomendado a la vez que maximizas tu diversión y placer. Y que tengas, al menos, dos días libres por semana. Espero poder ofrecerte ideas sobre cómo lograrlo.

No te culpo si bebes demasiado. La sociedad no solo nos inicia en el alcohol a una edad temprana diciéndonos que no hay nada más divertido, sino que, tal y como descubrirás en el capítulo 7, es muy fácil caer en una adicción psicológica o física al alcohol.

Espero que este libro te sirva de ayuda para que empieces a reconquistar tu potestad respecto a cuánto bebes, para que sepas decidir qué cantidad es la adecuada para ti y te ciñas a ella. ¡Brindemos por eso!

Yo te aconsejaría que trataras de reducir tanto como pudieras tu consumo de alcohol hasta aproximarte al límite recomendado a la vez que maximizas tu diversión y placer. Y que tengas, al menos, dos días libres por semana. Espero poder ofrecerte ideas sobre cómo lograrlo.

¿Cuánto bebes?

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