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INTRODUCCIÓN

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Este libro es una dura crítica a nuestro sistema monetario, bancario y financiero, que se esparce con idéntica arquitectura por todo el globo, como si dicha arquitectura no solo fuera la única posible, sino la mejor de todas. Esto es lo que nos venden. En realidad es lo contrario: el actual sistema es el peor que podríamos tener. En las ciencias sociales —y la Economía lo es—, a diferencia de las ciencias duras, el paso del tiempo no implica necesariamente progreso. Nuestro sistema monetario y bancario, que ya cuenta con unos cien años de historia, constituye una asociación inmoral de los burócratas del Estado, los banqueros y los financieros en contra de los individuos y del sector privado. Es un juego de suma cero. Para que la perversión sea mayor, este sistema se constituye contra la esencia misma del dinero, que nació como libre elección de los individuos y se convirtió en motor de su libertad y prosperidad.

Como bien explica Carl Menger, el dinero no fue inventado por ningún político, burócrata o Estado: emergió como resultado de un proceso evolutivo, social e histórico espontáneo. A esto Von Mises lo bautizó la “acción humana”. La aparición del dinero sentenció de muerte al trueque; ese avance dio lugar a la especialización, la división del trabajo, la acumulación de capital y el crecimiento económico. En definitiva, al desarrollo de la civilización. Sin embargo, el sistema monetario actual, luego de siglos y siglos de avance de los burócratas del Estado sobre el dinero, constituye la perfecta antítesis del dinero provisto en libertad. Hoy en día el dinero es provisto monopólicamente por el Estado y carece de respaldo; así, la expansión monetaria puede tender al infinito. Al mismo tiempo, el Estado prohíbe las transacciones económicas en oro y plata, que habían sido los dos metales espontáneamente elegidos por el público como moneda. De esta manera, el Estado elimina la principal competencia de su dinero fiduciario, forzando a los individuos a comerciar y ahorrar en su moneda. Por un lado, los burócratas del Estado se aseguran el monopolio de la provisión de dinero y por el otro, una demanda cautiva para su producto monetario monopólico. Como sucede con todo monopolio no natural, los burócratas van por la renta monopólica extraordinaria, que en este caso es el impuesto inflacionario. El impuesto inflacionario no es otra cosa que una distribución de ingresos desde los privados, que generan riqueza, hacia los burócratas del Estado y sus cortesanos, que viven de la política, parasitando a los privados.

Este sistema genera dos castas sociales. Los ciudadanos de primera son los burócratas y sus cortesanos, que se enriquecen a costa de los productores de riqueza, ciudadanos de segunda. ¿A quiénes llamo cortesanos? A los banqueros y sus primos hermanos del sistema financiero (mayormente privados), que reciben una prebenda de parte de los burócratas del Estado. Estos les permiten hacer algo que los demás tienen prohibido: violar la propiedad privada. Hacen negocios y ganan dinero con capital ajeno a cambio de una porción del botín. El sistema de encaje fraccionario es esa prebenda. El sistema bancario, además, multiplica dinero sin respaldo y crédito sin contrapartida de ahorro genuino. El multiplicador monetario y el multiplicador del crédito permiten que los banqueros ganen dinero con capital ajeno y sin respaldo, pero parte del botín debe volver en forma de financiamiento al sector público, que siempre terminará siendo pagado con más impuestos o más impuesto inflacionario por parte el sector privado.

El cuadro se completa con otra figura perversa: el prestamista de última instancia, es decir, el seguro para los creadores de dinero bancario y crédito “de la nada”, que es pagado por toda la sociedad: me refiero al Estado. ¿Cómo funciona la estafa? Sencillo: los burócratas del Estado aseguran a sus socios del sector bancario y financiero que las eventuales pérdidas, debidas a una intermediación financiera errada, serán socializadas, es decir que sus costos serán pagados por la sociedad entera. El Estado salvará al sector con redescuento y expansión monetaria, es decir con un mayor impuesto inflacionario. Esto sucede tanto en Argentina como en el resto del mundo.

Contra ese sistema, este libro tiene dos propuestas para un nuevo orden monetario, bancario y financiero. Una a nivel mundial y otra para el caso de Argentina. Ambas se enmarcan en el pensamiento de la Escuela Austríaca de la Economía y se remiten al Teorema de Regresión Monetaria de Von Mises. Con estas propuestas, el Estado se aparta de la provisión de dinero, que vuelve a ser suministrado en libertad y deja, así, de ser un instrumento de la violencia estatal. Desaparecen las dos castas sociales, se desvanece el impuesto inflacionario y el perverso mecanismo que distribuye ingreso desde el sector privado hacia los burócratas del Estado y sus cortesanos. Estas propuestas —dicho sea sin falsa modestia— representarían un gran avance en materia de inflación.

Los políticos, cuidando su negocio, nos han hecho creer que en el mundo ya no hay más inflación, pero no es cierto. En los veinticinco años que van desde 1993 a 2018, la inflación acumuló 200% a nivel mundial. Si hacemos una apertura por regiones del mundo, nos encontramos que en esos veinticinco años la inflación mundial acumuló +449% (África al Sur del Sahara); +248% (América Latina y el Caribe) y +218% (Asia Oriental y del Pacífico). En pocas palabras, pese a la baja de la inflación con respecto a los años 70 y 80, el actual sistema sigue operando a favor de los políticos y en contra de los actores económicos.

Con nuestra propuesta de reforma la Argentina volvería a tener moneda; el impuesto inflacionario desaparecería y con él la perversa transferencia de ingresos hacia la casta política. Los argentinos pasaríamos a producir, ahorrar, invertir, consumir y pensar en una única y misma moneda; con esto se estimularía el ahorro, la inversión y la acumulación de capital, lo cual recuperaría el sendero del crecimiento económico que perdimos hace décadas. Se crearía nuevo empleo. Al aumentar la demanda de trabajo, mejorarían los salarios reales.

Otra virtud de la reforma que proponemos: dejaríamos atrás las recurrentes crisis de eso que se llama, en la jerga económica, boom&bust: es decir, auges artificiales y burbujas seguidas de recesión. En vez de esto, con los avances de productividad existentes, habría una suave deflación “creadora”, que permitiría tasas de crecimiento sostenidas en el tiempo, sin las recurrentes crisis monetarias y financieras destructoras de riqueza. Sobran los ejemplos: la crisis del “lunes negro” de 1987, cuando en una sola sesión bursátil se licuaron buena parte de las ganancias que se habían acumulado durante cinco años de subas en la Bolsa de Nueva York. Las recurrentes crisis de los años ‘90, comenzando por el crack bursátil (1989) e inmobiliario (1991) de Japón, seguido por el Tequila mejicano (1994), la crisis del sudeste asiático (1997), Rusia (1998), la crisis de las tecnológicas (2002-2002), Lehman Brothers (2008-2009) y COVID 19 (2020-¿?). Todas estas crisis tienen el mismo origen: el actual sistema monetario, bancario y financiero. ¿Por qué? Porque todas estas crisis se originan en la creación de dinero físico, dinero bancario y crédito sin respaldo. Esto genera un boom artificial y una burbuja financiera que inicialmente refuerza el proceso de crecimiento insostenible, pero está condenada a mutar en crisis deflacionaria. En este libro se muestra que esas grandes crisis que los socialistas llaman “crisis del capitalismo” son, en realidad, generadas por la expansión de dinero y el crédito sin respaldo.

Queremos terminar con esto.

Este sistema está conduciendo al mundo, lenta pero sostenidamente, hacia el socialismo del siglo XXI. Cada crisis trae más intervención estatal, cada vez más política monetaria expansiva. Los bancos centrales del mundo intervienen de forma cada vez más agresiva. La masa monetaria sin respaldo crece como un monstruo. El multiplicador monetario y la expansión del crédito vuelan cada vez más. Por otro lado, las regulaciones del sistema bancario y del sistema financiero son cada vez más frondosas, con el Estado monitoreando y regulando cada vez más férreamente al sector privado. La masa monetaria del mundo pasó de 100,5% (2008) a 124,4% (2018) del PBI mundial, mientras que hace décadas atrás era de 63,9% (1980) y 88,6% (1987). Paralelamente, el crédito proporcionado por el sector financiero pasó de 119,2% (2008) a 132,6% (2018), cuando en el pasado era tan solo de 73,4% (1980) y 107,7% (1987). El crédito al sector privado, por su parte, solo aumentó de 120,0% (2008) a 129,8% (2018) del PBI, mientras que el crédito a los gobiernos federales a nivel mundial aumentó a más del doble, pasando de 14,1% (2008) a 31,8% (2018) del PBI. Los Estados tienen cada vez más injerencia en la vida económica.

¿Cuándo fue más claro esto que en 2020? El COVID 19 es una fabulosa excusa para que los Estados, los burócratas y sus instituciones asociadas avancen sobre el sector privado. Esto atenta contra la libertad y la prosperidad y acelera el proceso de colectivización. La Reserva Federal de EEUU y los principales bancos centrales del mundo actúan por cuenta de los burócratas, como nunca se vio en las anteriores crisis. El resultado está cantado: compramos en cuotas otra crisis deflacionaria. En algunos países esto sucede más rápido, en otros es más leve, pero ocurre en todo el mundo. Latinoamérica en general y Argentina en particular están viajando hacia el comunismo a gran velocidad. Tampoco es de extrañar que España sea un caso emblemático en este sentido. ¿Se puede detener esta sinergia? Se puede: pero primero tenemos que tener claro qué es el Estado. ¿Por qué? Para enarbolar una idea faro que nos lleve a actuar a lo largo de toda nuestra vida: El Estado es el enemigo. Para tener una chance de escapar al socialismo, es necesario saberlo.

Así que este es un libro contra el Estado. Entendemos qué es el Estado, qué significa el Estado, cómo opera el Estado, y que su esencia se transmite a través del dinero y la arquitectura del sistema monetario, bancario y financiero. Los bancos centrales son coacción y violencia institucionalizada. El dinero fiduciario sin respaldo, el sistema de encaje fraccionario y la multiplicación del dinero bancario y del crédito son robo y saqueo. Ya dijimos que la actual organización monetaria nos divide en dos castas de ciudadanos; pero el papel de los bancos centrales y el dinero sin respaldo es más grave que el de los impuestos. ¿Por qué? Porque su trabajo sucio es menos evidente. No solo eso: ni siquiera es legislado. Y ofrece menos escapatoria. Los impuestos se pueden evadir, pero el impuesto inflacionario no. Por eso los gobiernos están más dispuestos a ceder presión tributaria que a renunciar a los bancos centrales y al dinero fiduciario. Al analizar la historia monetaria argentina, este libro muestra como la provincia de Buenos Aires, al reintegrarse en 1860 a la Confederación, estuvo dispuesta a ceder recaudación de la Aduana, pero no entregó la maquinita de emitir dinero del Banco Provincia. Así nos ha ido.

Estado y gobierno son dos cosas diferentes. El gobierno es —o debería ser— el encargado de poner en práctica los deseos de los individuos que viven en sociedad: primero velando por la libertad y en segundo lugar garantizando la seguridad. Ningún gobierno debe intervenir más allá de estos límites. Debe tener solo un pequeño aparato de códigos e instituciones cuyo único propósito es asegurar los derechos naturales del ser humano; es decir, su propiedad privada primaria (su cuerpo) y el derecho a utilizar sus energías para transformar su entorno en libertad, y así poder proveerse medios medios para alcanzar sus fines, que no son otros que sobrevivir y vivir en un marco de creciente prosperidad. Un gobierno jamás debe intervenir en positivo, sino siempre en negativo. Nunca debe usar la violencia ofensivamente, solo defensivamente. Es decir, interviene con violencia solo como respuesta a una violencia previa, y solo con un sentido reparador hacia quien recibió el daño. Un Banco Central, así como la actual arquitectura monetaria, bancaria y financiera, no tienen nada que ver con las responsabilidades de un gobierno.

El Estado es algo muy diferente de un gobierno, y hace todo lo opuesto a lo que debe hacer este. El Estado no surge del entendimiento común y del acuerdo de individuos que viven en sociedad; se origina en la conquista y confiscación y se materializa en la explotación económica a la que burócratas y cortesanos someten al sector privado. Ningún Estado se originó de otra forma. La Historia nos muestra, una y otra vez, cómo un grupo invade a otro, lo conquista, lo expolia; entonces, cuando se establece explotación económica del grupo vencido a favor del victorioso, nace un nuevo Estado. El Estado se basa en una idea fundamental: el individuo no tiene derechos, salvo aquellos que el Estado le concede provisoriamente. El Estado se ocupa de la libertad y la seguridad a condición de que no obstaculicen su intención principal, que es la explotación de la clase productora. A diferencia de los gobiernos, que (idealmente) intervienen solo en forma negativa, el Estado por naturaleza interviene sin cesar y en forma onerosa. Como sostiene Albert Nock: “Si consideramos al Estado dondequiera que se encuentre, si indagamos en su historia en cualquier momento, no hay manera de diferenciar las actividades de sus fundadores, administradores y beneficiarios de la de los criminales profesionales.” (1) El Estado usa la violencia, en forma permanente, para mantener los privilegios de casta de los burócratas. Es bueno recordar que el Estado está hecho de personas de carne y hueso, que utilizan sus estructuras, para perseguir sus propios beneficios. Este libro se propone explicar cómo sucede esto, tanto desde un enfoque moral y ético como desde una perspectiva utilitarista.

Hay dos grandes problemas cuando se plantean estos debates. Primero, la discusión se sitúa inevitablemente en el contexto de siglos de existencia y de dominio violento del Estado; estamos tan acostumbrados a este mal que no lo percibimos. En el mejor de los casos, lo consideramos un poder demoníaco, pero inevitable; lo más usual, sin embargo, es que lo veamos como algo bueno. Esta legitimación se logra a través de la educación pública, ya sea de gestión estatal o privada, que adoctrina en la religión del Estado, al tiempo que la política empodera a burócratas y políticos. El principal rol de la educación pública es propagar una fe inquebrantable en el Estado. Se nos enseña que políticos y burócratas toman decisiones en pos del bienestar general. También se nos enseña que el Estado nos expresa; que sus acciones reflejan nuestra voluntad.. Se nos enseña el republicanismo. El Estado republicano es un instrumento para convencernos de que gobernamos a través del Estado. Es su herramienta de legitimación más potente. Así nos convencemos de que es esto o el caos, el miedo, la barbarie y el descontrol. Algo similar sucede con el dinero y la organización monetaria. ¿Cuántos profesionales de la economía plantean siquiera la posibilidad de otro tipo de organización monetaria, sin el Estado de por medio? ¿Y cuántos ciudadanos la imaginan?

En definitiva, el Estado es una organización criminal que se las ingenia para obtener el respaldo de la mayoría. Tiene siempre la colaboración de intelectuales que crean opinión a su favor, desde las universidades, los colegios o los medios masivos de comunicación; son recompensados con una participación en el poder, en el botín o mediente el prestigio intelectual o social. Y en los hechos, la idea de Estado limitado, pequeño y eficiente es utópica; ninguna constitución ha podido limitar su expansión, que siempre es exponencial. Murray Rothbard, un economista que vamos a citar mucho en este libro, lo explica así: “El hecho cierto, atestiguado por la historia, es que los gobiernos no han respetado estas limitaciones. Y hay muy buenas razones para dar por supuesto que nunca lo harán. En primer lugar, porque, una vez establecido el canceroso principio de la coacción —de las rentas coactivas y del monopolio forzoso de la violencia— y legitimado como el genuino núcleo de la sociedad, existen excelentes motivos para suponer que este precedente se expandirá y se hermoseará. El interés económico de los gobernantes estatales les empujará a trabajar activamente en favor de esta expansión. Cuanto más se amplíen los poderes coactivos del Estado más allá de los límites mimosamente marcados por los teorizadores del laissez-faire, mayor será el deseo y la capacidad de la casta dominante que maneja el aparato del Estado para acrecentarlos. Esta clase dominante, impaciente por maximizar su poder y su riqueza, ampliará las facultades estatales y arrollará toda débil oposición, a medida que vaya ganando terreno su legitimidad y la de sus aliados intelectuales y se vayan estrechando los canales del libre mercado institucional opuestos al monopolio gubernamental de la coacción y al poder de tomar las decisiones últimas. En el mercado libre es una gozosa realidad que la maximización de la riqueza de una persona o de un grupo redunda en beneficio de toda la comunidad; pero en el reino de la política, en el ámbito del Estado, la maximización de la renta y de la riqueza acontece de modo parasitario, en beneficio exclusivo del Estado y de sus dirigentes, y a expensas del resto de la sociedad. Los partidarios de gobiernos limitados se refugian a menudo en el ideal de un gobierno an-dessus de la mêlée, que se abstiene de tomar partido entre las facciones enfrentadas de la sociedad. Pero, ¿por qué habría de hacerlo? Si el Estado dispone de un poder sin restricciones, sus dirigentes tenderán a aumentar hasta el máximo posible su poder y su riqueza y a expandirlos, por tanto, más allá de los supuestos límites. El punto determinante es que en la utopía del Estado limitado y del laissez-faire no existen mecanismos institucionales para mantener al Estado dentro de unos límites bien establecidos. Debería bastar, a buen seguro, el sangriento registro de los Estados a través de la historia para probar que de todo poder, una vez adquirido, se usa y abusa.” (2).

De nuevo: este libro quiere demostrar que el dinero en manos monopólicas estatales y la actual arquitectura del sistema monetario, bancario y financiero son el mejor ejemplo del abuso al cual el Estado nos condena.

Probablemente, este segundo trimestre de 2020 constituya una oportunidad única para entender cuál es la esencia del Estado y el modus operandi de los burócratas del Estado. La mayoría de los gobiernos del mundo han decretado (con diferente fuerza) cuarentenas que impiden que las personas se muevan y trabajen libremente. En Argentina, el 19 de marzo de 2020 se decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio para un período que iba del 20 al 30 de marzo. Fue extendido en tres oportunidades, prolongándose sucesivamente hasta el 13/4, hasta el 26/4 y hasta el 10/5. Más tarde se extendió hasta el 25/5 y mientras escribo esto sabemos que se prolongará hasta el 8 de junio. La “cuarentena” argentina, que ya es más que setentena, se extiende cada vez más y nadie sabe cuánto va a durar. No debería sorprender: toda intervención estatal está condenada a crecer (a proseguir su “camino de la servidumbre”, en palabras de Hayek), lo cual implica inexorablemente pérdida de libertad y bienestar para el sector privado.

La cuarentena está peleada con la ética y la moral de la libertad. Es un delito que la casta política perpetúa desde el Estado, atentando contra el derecho de cada individuo a su persona, al uso de su primera propiedad (el cuerpo) y al usufructo de su trabajo; es decir, la cuarentena va contra el derecho natural.

¿Qué entendemos por el derecho natural del hombre? Repasemos: la razón humana descubre el derecho natural, que nos proporciona un cuerpo de normas éticas en virtud de las cuales se pueden juzgar las acciones en todo tiempo y lugar. La ley natural debe juzgar si el Estado avanza contra los derechos individuales. A diferencia de los animales, el ser humano no posee un conocimiento instintivo cuando nace. En consecuencia, no conocemos nuestros fines ni los medios para conseguirlos: tenemos que aprenderlos y para esto ejercer nuestras facultades de observación, abstracción y reflexión; es decir, la razón. Que los humanos deban emplear su mente para adquirir conocimiento demuestra que son libres por naturaleza. Lo natural es que el ser humano sea propietario tanto de sí mismo como de su propia extensión de sí mismo en el mundo material: es decir, propietario del fruto de su trabajo. Una sociedad libre es aquella donde todos disfrutan de sus propiedades naturales a salvo de la agresión. Ningún otro sistema social que pueda ser calificado de natural.

Queda claro que mediante la cuarentena los gobiernos ejercen violencia contra la propiedad de las personas. En definitiva, atentan contra la vida: justo lo opuesto a todo lo que mentirosamente pregonan. ¿Cómo pueden responder los ciudadanos? La violencia puede no ser delito si es defensiva, si responde a una agresión previa. Cuando la justicia condena a prisión a una persona actúa con violencia, pero solo como respuesta a una agresión previa. Si todos tienen derecho absoluto a su propiedad natural, se considera que también tienen derecho a defenderla, incluso con la fuerza. ¿Hasta dónde alcanza ese derecho? Fácil: hasta el punto en el cual sus acciones defensivas comienzan a incidir en los derechos de propiedad de terceros. No se puede apelar a la violencia como respuesta a daños potenciales o imprecisos. La única forma de protegerse frente al despotismo es atenerse al criterio de que la invasión que se percibe debe ser inmediata y clara. En este sentido, Rothbard explica que “los inevitables casos de situaciones borrosas o confusas, tenemos que hacer todo lo posible para comprobar si la amenaza de invasión es directa e inmediata y permite, por tanto, que los individuos ciudadanos adopten las medidas preventivas pertinentes.”

En este sentido, la cuarentena utiliza violencia ofensiva por las dudas, intentando prevenir una amenaza o daño potencial. El COVID19 no produce un daño certero, uniforme, palpable y directo, que son las condiciones necesarias para que la violencia sea legítima; como está ampliamente estudiado, un enfermo puede no contagiar, o puede generar contagios asintomáticos, leves, complicados o mortales. Con el accionar frente al COVID19, la mayoría de los gobiernos del mundo han tomado el camino del despotismo. Algunos países darán unos pocos pasos por ese camino. Otros, muchos. La Argentina lo recorre en moto. Hay una provincia que no tiene un solo infectado desde hace cuarenta y seis días, pero toda su población está en prisión domiciliaria. Hay otra en la cual el viceministro de salud dice que la cuarentena debe estirarse todo lo posible, “o al menos hasta que pase el invierno o aparezca una vacuna”. Cuidado: este camino conduce a Venezuela. Si lo recorremos, implosionará el PBI per cápita, la moneda se hará pedazos y la inflación aumentará exponencialmente. El desempleo crecerá fuerte y el poder adquisitivo se derretirá como un helado al sol. La pobreza y la indigencia subirán a niveles récord.

¿Será ese momento trágico la oportunidad para aplicar la reforma del Estado, monetaria y bancaria que proponemos en este libro? Ojalá. La alternativa es una sociedad donde solo la casta política tendrá derechos, mientras el resto de nosotros vive en la esclavitud.

1. Ver “Nuestro enemigo, el Estado” de Albert Jay Nock, Unión Editorial Argentina (2013); página 61.

2. “La ética de la libertad” de Murray Rothbard, Unión Editorial Argentina (2012), páginas 236 y 237.

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