Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 11

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—Oye, ¿éste es el salón del Ingeniero Soto?

—Sí, pero ya se fue. —Luna respondió sin mirar a su interlocutor, llevaba prisa.

—Espérate, ¿te conozco? —el chico siguió la conversación.

—No creo. —Salió apurada del salón.

Era semana de parciales y entrega de trabajos, Luna apenas recordaba su propio nombre.

—¡Oye, tú!

Luna lo ignoró. Una mano se posó en su hombro. Ella se giró, la temperatura le había subido de golpe. Odiaba que los extraños la tocaran.

—Se te cayó esto, se lee importante.

Miró las manos del chico y le arrebató el papel que le extendía: era la hoja en la que había estado garabateando el nombre y el número telefónico de Eric durante la clase. La cara se le puso tan caliente que creyó que se le derretiría.

—Gracias. —Se dio la vuelta, dispuesta a huir a toda velocidad de ahí.

—¡Ya te ubiqué! Eres la chava de la fiesta a la que le tiré la chela, ¿te acuerdas? —Se paró frente a ella, cerrándole el paso.

Luna levantó la mirada. ¿Cómo olvidarlo? Al parecer se había equivocado y el tipo no estaba drogado, borracho o algo. La furia contenida subía desde la planta de sus pies hasta las puntas de sus cabellos. El tipo no sólo no pensaba disculparse, además husmeó algo privado.

—Sí y vengo del pasado, donde la gente todavía tenía modales. —Al soltar esa frase sintió como si Mairead hubiera tomado posesión de su garganta.

—Bueno, tu amiga no fue lo que se dice una damita, ¿eh?

La chica entornó los ojos, le dio la espalda y apretó el paso.

—¡Me llamo Bruno! —alcanzó a escuchar Luna mientras se alejaba.

Me importa un bledo.

Seguía irritada, ni siquiera podía concentrarse en la biblioteca. Tenía que revisar algunos libros y revistas en busca de referencias para el plano de una casa de dos plantas, pero su cerebro estaba centrado en aquellos ojos verdes. Miró el papel, parecía un número real, tenía los dígitos correctos. A Luna le sorprendía recordarlo con tanta claridad. Le molestaba que el tipo de la fiesta le recordara al chico de sus sueños. Un montón de gente tiene ojos verdes, se reprochó. Terminó por rendirse. La falta de educación del tipo la crispaba a niveles irracionales.

Más tarde, al dejarse caer el en diván de su terapeuta, Luna pensó que nunca se había acostumbrado del todo al ambiente prístino del lugar. Estaba la mesita de entrada con un bote de gel antibacterial y una caja de pañuelos sobre la pulida superficie caoba. Enseguida estaba un librero, siempre limpio, sin una sola mota de polvo. Los libros seguían un estricto orden por color, tamaño y tema. Eso le resultaba satisfactorio. Entre la puerta y el diván había cuatro pasos de distancia. Tres y medio si la persona encargada de limpieza lo movía. Nunca dejaba marcas sobre la duela. La tela del diván siempre estaba impecable, además tenía la textura perfecta para que la piel no se pegara a ella y tampoco picara. A menudo se preguntaba si la terapeuta tenía todo eso planeado o era sólo una feliz coincidencia. También se dio cuenta de que trataba de evadirse pensando todo eso. Entonces la sesión comenzó y tuvo que confesarle a la psicóloga lo enojada que se sentía. No pudo evitar el tema.

—Es un patán.

—¿Qué te lleva a esa conclusión?

—Es desagradable.

—Si te desagrada y no quieres involucrarte con él, ¿por qué traes el tema a terapia, Luna? ¿Podrías estar proyectando?

—¿Estás diciendo que creo que es un patán desagradable porque en realidad yo creo que soy desagradable? —replicó Luna un tanto alterada.

—No necesariamente, pero ahora que tocas el punto, ¿te alejas de nuevas relaciones porque no crees gustarle a la gente?

La chica guardó silencio y respiró profundo. Recuerda, Luna: necesitas entender el origen de tus emociones, no seas sarcástica, no se vale atacar a la psicóloga. ¿Por qué le pago si ya me terapeo yo sola?

—Nota que estás juzgando a una persona sin conocerla. —La

doctora recuperó la atención de Luna.

—Me tiró un vaso de chela en una fiesta, jamás se disculpó y el tarado encima tuvo el descaro de chismosear en mis papeles.

—¿Podría ser que te molesta porque te hizo sentir vulnerable o expuesta?

—Tal vez —concedió.

—Es natural que sentirte vulnerable dispare tu miedo a ser lastimada, es algo en lo que podrías reflexionar. ¿En ocasiones anteriores has confundido la atracción con el rechazo?

—Él no me atrae —soltó Luna—, ni siquiera lo conozco.

—Bien, si no despierta interés alguno en ti, ¿por qué traer el tema a terapia? ¿Qué te dice eso de ti misma?

—Hay muchas cosas que no recuerdo, ¿eso es normal? —In-

cluso ella se sorprendió de sacar el tema a colación, no sabía que le molestaba tanto.

—¿Como qué cosas?

—Sé que he tenido relaciones amorosas, he estado con chicos, he besado chicos, estoy segura de eso. Pero cuando trato de recordarlo no puedo.

—Luego de experiencias traumáticas intensas es normal bloquear algunos recuerdos relacionados.

—Pero no tienen nada que ver con lo de Andrea.

Al final, la terapeuta le pidió a Luna llevar una lista de las cosas que no conseguía recordar para irlas trabajando juntas. No le pareció una gran solución, pero al menos sintió que había un avance.

Aprovechó el trayecto en el metro para hacer un esbozo torpe de Eric en su bloc de dibujo. ¿Me estaré obsesionando con esto? Prefería no hablar de los sueños con la terapeuta. Además tampoco pasaba todo el tiempo pensando en él. Su vida seguía como si nada y, con el periodo de parciales, le parecía un milagro tener tiempo de pensar en algo más que en la resistencia de los materiales, cálculo y las herramientas del Autocad. Pero cuando tenía un momento libre, su mente viajaba en automático a los ojos verdes de Eric, su aroma, su voz o algún detalle de aquel mundo onírico.

Miró su restirador nada más entrar al departamento y sintió el mal humor volver a ella en forma de agruras. Los papeles cubrían el mueble con tal desorden que era casi imposible distinguir planos de fotocopias. Le pareció ver envoltorios de papitas y dulces en algunas zonas. Las manos comenzaron a picarle, como si estuvieran llenas de hormigas. Dejar la sertralina fue una mala idea, Luna. Tenía mucho trabajo pendiente y no podría hacer nada hasta poner algo de orden. A últimas fechas su ánimo oscilaba entre el agotamiento extremo y los ataques de hiperactividad. Resignada, sacó un Red Bull del refrigerador, se lo bebió de un trago y empezó con la faena.

El fuego en la memoria

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