Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 6
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Mierda. Luna se picó un ojo con el delineador. Estaba muy oxidada en eso de maquillarse y la presión extra no ayudaba. Miró la pantalla del celular con aprensión, Karen no tardaría en llegar por ella. Se paró frente al espejo para mirarse de arriba abajo y luego girar en todos los ángulos posibles: sólo hallaba defectos. ¿Por qué decidió ponerse ese vestido rojo? Dejó escapar el aire con un ruido gutural, el cristal se empañó. Torció su melena y la enrolló para formar un chongo; sus habilidades no daban para más. Descartó los tacones, conocía sus límites. Dio una vuelta más frente al espejo. Le costaba recordar cuándo se había sentido linda por última vez. Obligó a su rostro a hacer una mueca muy parecida a una sonrisa. Seguía sin estar conforme cuando sonó el timbre. Se calzó unos Converse, tomó su bolso y corrió hacia la puerta.
Luna estiró la mano para bajarle el volumen al estéreo. Karen le dio un manazo.
—Es para ir entrando en ambiente, güey.
Tenía un rato sin salir de fiesta, en parte por el cansancio pero también porque no podía beber mientras tomaba sus medicamentos. Esa noche era especial; se sentía con energía y mataría por un buen trago. K estaba muy misteriosa sobre el lugar al que iban. Las sorpresas no entusiasmaban a Luna, pero al menos podía confiar en el buen gusto de su amiga. O eso creyó hasta que llegaron a una calle solitaria que terminaba en un callejón. Luna estaba a punto de quejarse cuando su amiga le tapó la boca, se acercó a una pequeña puerta de madera al principio de la acera y tocó tres veces. «Contraseña», inquirió una voz desde el interior. «Rendez-vous», contestó K en un francés perfecto.
La puertecita se abrió revelando un pasillo largo con luces rojas. Las chicas siguieron la iluminación hasta dar con un bar de ambiente vintage que emulaba los años veinte. Un speakeasy. Luna no tenía idea de que existieran lugares así en la ciudad; llevaba tanto tiempo fuera del circuito fiestero que, a decir verdad, no sabía nada de nada. Las chicas tomaron una mesita discreta en una esquina. Una banda de jazz complemen-
taba la atmósfera retro. Lu disfrutaba la sensación de salir a un sitio nuevo, distraerse y ¡al fin! beber un coctel sin la preocupación de que el cerebro le hiciera corto. Los martinis eran muy sofisticados para ella, aunque estaba disfrutando la aventura más de lo que admitiría en voz alta.
La banda anunció un descanso y la música dio un giro radical. Los asistentes comenzaron a llenar el centro del local mientras las luces bajaban de intensidad. De repente el sitio parecía mucho más lleno que antes; Luna se removió en su asiento de forma incómoda. K notó que su amiga estaba ansiosa y la arrastró a la pista para distraerla. Bailar funcionaba. Luna se sentía menos aprensiva, ni siquiera notó que Karen se había alejado hasta que un tipo alto se plantó frente a ella. El olor de su colonia le revolvió el estómago: maderas y tabaco. Podía sentir cómo clavaba su mirada en ella mientras se acercaba cada vez más. Luna lo evadió entre los bailarines, pero el hombre no se daba por vencido: caminaba hacia ella con paso lento, seguro.
Luna alcanzó el final de la pista. Giró para asegurarse de que el tipo no la seguía y notó que había muchos hombres vestidos con traje negro. Antes no estaban ahí. Se encaminó hacia el baño de mujeres, K debería estar ahí. La música no paraba, incluso parecía más estridente a cada segundo. Todo está en mi cabeza, se obligó a respirar profundo, es una casualidad. Se repetía que no había un grupo de hombres de negro tratando de cerrarle el paso. No tenía sentido. Karen volvería en cualquier momento. El camino hacia su mesa estaba libre. Luna corrigió el rumbo y decidió ir a su asiento. Lo hizo despacio, tratando de suprimir las ganas de correr que la adrenalina provocaba en su torrente sanguíneo. Un paso tras otro, con cuidado, sin mirar atrás. Caminó muy recta, fingiendo seguridad.
Estaba muy cerca de llegar cuando alguien la jaló del brazo y le hizo perder el equilibrio. Cayó sentada en la silla de una de las mesas cercanas. Las esquinas del bar estaban envueltas en las sombras.
—¡¿Qué chingados?!
—Perdón, no quería asustarte —dijo el chico que estaba en la mesa.
—Pues te falló. —Luna intentó ponerse de pie.
—¡No! Espérate. ¿Qué haces aquí?
—Es un país libre y estoy en un bar. Deduce el resto, Sherlock. —Zanjó la discusión levantándose de la mesa.
¿Cuál es su problema? El coraje sirvió para borrar la angustia de la persecución. Miró alrededor: no había rastro de Karen y los hombres de negro se habían dispersado. Demasiadas
emociones por una sola noche. Quizás no estaba tan lista co-
mo creía. La furia de Luna se desplazó hacia ella misma; ni
siquiera conservaba su legendaria resistencia etílica. Estaba harta; se encaminó a la salida. Llamarle a K para que la alcanzara en la puerta era la mejor opción.
Su espalda golpeó contra una de las paredes del pasillo.
Estaba aturdida. Un olor que le provocaba arcadas la hizo reaccionar. Tomó aliento para gritar; una manota le cubrió la boca. Luna mordió con todas sus fuerzas, lanzó su rodilla contra la entrepierna del sujeto y echó a correr sintiendo que su vida dependía de ello. La puerta del bar estaba cerrada.
—Pst, ¡por aquí!
Tomó la mano que le ofrecían sin pensarlo dos veces. Tras unos pasos en la oscuridad, otra puerta se abrió. Luna se descubrió en el centro del callejón, tomando la mano del chico de la mesa. Él la colocó contra la pared y se inclinó sobre ella. Luna comenzaba a levantar la rodilla para pelear de nuevo pero se detuvo cuando él empezó a hablarle al oído.
—Perdóname, de verdad, no quería sacarte de pedo. Confía en mí.
—Es fácil para ti decirlo.
—No vieron por dónde nos fuimos, pero no tardan en salir a buscarte.
—Mi amiga se quedó adentro. —Luna trató de separarse de él.
—Tranquila, no le pasó nada, ella no era su objetivo.
—¿Objetivo? ¡Qué demonios…!
—Luna, no deberías estar aquí.
—Claro… Oye, ¿cómo sabes mi nombre?
El ruido de varias personas corriendo los interrumpió. Ambos guardaron silencio. Luna miró de reojo sobre el hombro
de su misterioso cómplice: eran al menos nueve. Su respiración se volvió errática, agitada. Él acarició su cabello con
suavidad y empezó a respirar despacio. Luna siguió el ritmo, no entendía por qué, pero sabía que estaba segura. No se atrevieron a moverse hasta que el ruido cesó.
—No quería friquearte, lo siento, era la única forma de que no te vieran. —Se separó de Luna y la tomó del brazo para dirigirla hacia un lugar más iluminado.
—Dime qué carajos está pasando.
—No tienes idea, ¿verdad?
Luna pretendía amedrentarlo con su famosa mirada asesina. Verdes. Al notar el color de sus ojos se sintió desarmada. Los reclamos se le atoraron en la garganta. Él tomó aún más distancia, fruncía el ceño. Estiró la mano pidiéndole su celular, ella se lo entregó por reflejo. Seguía paralizada, tratando de encontrarle una lógica a la situación. Tenía demasiadas preguntas. Le tomó unos segundos recuperar la compostura y decidir cómo actuar.
—¿Qué está pasando? —insistió, ya más tranquila.
—Ojalá no vuelva a verte, pero toma esto por si acaso —respondió él entregándole el teléfono—. Éste es mi número, ya está guardado en tu memoria.
—No manches, espérate.
—Ya es hora de irnos. Si pasa algo, llámame.
Luna leyó la pantalla:
Eric
5536271809
¿Cómo que si pasa algo? No entendía al tipo en absoluto. Necesitaba respuestas. ¿Quién demonios era él? Cuando levantó la mirada Eric ya no estaba ahí, se había esfumado. Un ruido estridente la hizo saltar.