Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 9

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—¿Qué es eso de plan para el finde? —Karen se hizo de rogar y Lu había tenido que invitarle un café para explicarle.

—Me invitaron a una fiesta de la facu, pero no me late ir sola.

—Demonio, deja el cuerpo de mi amiga. ¡El poder de Cristo te obliga!

—¡No mames!

—Bueno, cuando ardas en el infierno recuerda que luché por tu alma.

Luna entornó los ojos ante la respuesta de su amiga.

—Bueno, ¿se arma o no?

—¡Obvio, güey!

—Gracias, K.

Las clases estuvieron mejor de lo que Luna creyó; sus ganas de evadirse eran tantas que le resultó sencillo poner atención a todo. A lo mejor era cierto lo que decía su madre sobre mantenerse ocupada todo el tiempo para evitar a los monstruos que buscan debilitar la mente. Cuando Mairead tenía malas noches, se le podía hallar en su estudio haciendo alguna manualidad peculiar para aquietar su mente. «Si tu cerebro está confundido, escucha a tu cuerpo. Es la mejor forma de obtener respuestas», solía decir. Aún tenía el atrapasueños que hicieron las dos juntas una noche en la que Luna no podía dormir debido a las pesadillas. Tras meditarlo, llegó a la conclusión de que si su cabeza seguía mostrando resistencia a la terapia tal vez fuera momento de dejar que su cuerpo le respondiese. Esa misma tarde, tras salir de la escuela, se animó a salir al parque a correr. Le sorprendió notar que la furia y la confusión alimentaban su carrera.

El sábado llegó sin pena ni gloria. Luna sólo necesitó un buen rato y algo de ayuda de Google para determinar el nivel de arreglo que se esperaba de ella en una fiesta del estilo. Se decidió por un atuendo sencillo y algo de maquillaje. Da igual si me pongo una botarga, voy con K. Que su amiga opacara a cualquier mujer era un alivio para Lu. Se estaba obligando a romper sus resistencias; no estaba lista para llamar la atención. El tono de su celular le avisó que era momento de irse.

—Creí que Mau venía contigo —apuntó Luna mientras entraba al carro.

—Ñe, todavía no.

—¿Cómo va eso?

—Estamos saliendo y así, pero todavía no hay nada formal.

—¿Y?

—Es buena bestia, me lo quiero llevar con calma.

—Ok.

Luna sabía que con Karen no existían medias tintas: o quería

algo serio o no quería nada. Esta vez era uno de los primeros casos. Se sintió contenta por ella. Le angustiaba la idea de ser demasiado absorbente con K: era su único lugar seguro, pero temía fastidiarla. Le habría gustado ser más fuerte y menos ansiosa, lo suficiente como para ir a una fiesta sola sin tener que esconderse detrás del bolso Louis Vuitton de Karen para socializar a salvo.

Cuando llegaron a la dirección marcada, Luna notó que la fiesta era todo menos «pequeña». El cuerpo se le estaba volviendo de plomo, a diferencia de Karen, quien parecía flotar de felicidad. La música sonaba tan fuerte que, de ser una película gringa, los policías ya habrían hecho acto de presencia. K, como siempre, entró erguida y marcando el paso con sus tacones. Despedía un aura de estilo tan imponente que forzaba a los pobres mortales a quitarse de en medio y dejarla pasar como si se tratase de la mismísima reina de Inglaterra. Luna se limitó a seguirla sintiéndose como esa gente mierda que va tras una ambulancia para evitar el tráfico.

Luna perdió de vista a K unos segundos. Cuando la halló, ella ya caminaba a su encuentro con una chela en cada mano.

—Bueno, ¿ahora qué, querida? —Le entregó una botella.

—Creo que voy a buscar al gatito de la casa.

—¡No manches, Lu! Se supone que vamos a demostrarle a tu loquera que se equivoca, ¿no?

—Sí, pero…

El ardor se extendió por su espalda. La humedad colonizó su pecho y abdomen antes de que se escuchara la botella romperse. El olor a alcohol precedió al sonido de la botella al caer. Tardó en comprender lo que le sucedía cuando la voz de K terminó de armar el rompecabezas:

—¡Fíjate, pacheco de mierda! —gritó mientras asesinaba con la mirada al causante del percance. El chico huyó sin decir palabra. —Te apuesto que viene pacheco, Lu.

—No creo, K —replicó Luna, todavía reponiéndose del golpe.

—Güey, son las nueve de la noche, estamos dentro de una casa y el pendejo trae lentes oscuros, ¡o sea!

Luna se quedó en silencio, sin saber bien qué decir y con la ropa empapada de cerveza.

—¿Sabes qué? A la chingada, mejor vámonos, te cambias y te invito al cine.

Tras la declaración de misión fallida, Lu cedió ante la propuesta sintiéndose más inapropiada e inútil que nunca. Mientras salían vio de lejos al chico que la había empujado. Era bastante alto, llamaba la atención. Fijó la vista en él, que se quitaba los lentes para observarla. Sus miradas se encontraron. Tenía los ojos verdes.

El fuego en la memoria

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