Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 7

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Karen se estacionó y tocó el claxon. Luna estaba demasiado lejos para escucharlo, pero le daba igual. Tenía un punto. Hace un par de horas le había escrito al Whats:


¡TEMPRANO! y no la estaba esperando abajo; diez minutos perdidos que se iban a volver treinta, si tenía suerte. La vio salir corriendo, sin peinar y con la mochila a medio abrir. As always.

—Güey, tuve un sueño fumadísimo. —Luna subió al carro y azotó la puerta.

—Mínimo saluda, ¿qué dormimos juntas o qué?

—No mames, K —le respondió entre risas mientras se acomodaba y se ponía el cinturón de seguridad.

—Bueno —puso los ojos en blanco—, cuéntame.

Se las ingenió para seguir el relato de Lu entre claxonazos, mentadas y cambiar las rolas que no le latían. Una mañana cualquiera de atravesar la ciudad para llegar a CU. Apagó el estéreo mientras se estacionaba. Se hizo el silencio, estaba procesando la información.

—No, pues gracias, güey. ¿Te das cuenta de que me dejaste morir? —apuntó al fin.

—¡Desapareciste! Técnicamente tú me dejaste morir.

—Ah, sí. Es que me encontré con un tipo guapo y mientras tú sufrías yo me lo daba en el baño.

—¡Cerda!

Ambas estallaron en carcajadas.

—No, ya fuera de pedo, creo que tu cuerpo extraña los chochos, Lu.

—Mñeh, le voy a tener que decir a mi terapeuta.

—Sí. Además, como que ya necesitas salir. El chiquito bebé que te rescató es tu mente gritando por sexo.

—¡K!

—Lu, ¿hace cuánto que no sales con nadie?

—No exageres.

—¡Güey! Tiene más de tres años, te lo apuesto.

—Vas tarde a clase.

—Te salvaste. Tú y yo vamos a hablar muy seriamente luego.

Ambas salieron del auto. Karen dejó a Luna y marchó hacia la Facultad de Ingeniería.

—¡Ay, chiquita!, ¿tu papá te dejó salir de tu casa con esa falda tan cortita?

—¿Y a ti te dejaron salir de tu cueva con ese cerebro tan chiquito? —replicó K, serena.

A veces, la escuela era una jungla para las mujeres. Ella se negaba a caer en la trampa de ser «uno de los compas»: crecer con tres hermanos mayores le había enseñado que no había forma de ganar. Si optara por no arreglarse, de seguro le dirían «machorra»; si se vestía bien todos la trataban como una chica plástica y hueca. Estaba harta. Era el promedio más alto de su generación desde el primer semestre, se vestía como se le pegaba la gana y exigía el respeto que merecía. No era fácil, pero ir por la vida sin aceptar mierda le quitaba un gran peso de encima.

K podía contar con exactitud los momentos de quiebre de Luna sin mucho esfuerzo. Aquellos cambios imperceptibles para los demás y enormes para ella. Le daba igual que su amiga estuviese o no en una relación, lo angustiante era la forma sistemática en que Lu fue sacando a las personas de su vida.

Tenía algunos compañeros de la carrera con quienes mantenía relaciones superficiales, nada más. El contacto de Luna con su padre era, siendo muy optimistas, escaso. Karen se había vuelto el único espacio seguro para ella. No le molestaba, pero entendía lo poco sano de la situación. Tal vez el sueño era una petición de ayuda camuflada; un grito desesperado por romper el aislamiento que construyó sin darse cuenta.

Tras la muerte de Andrea, Lu se volvió muy distinta. Lo esencial no se había modificado, más bien era como si hubieran eliminado partes de su personalidad. Ésa era la explicación más apropiada para describirlo. No se atrevía a decirle ciertas cosas, como que idealizaba a su hermana muerta. Todos lo hacen, siempre que estiran la pata los beatifican. La tía Gladiola lloró a mares al imbécil del tío aunque fuera un golpeador, por ejemplo. Quizá nunca tendría el valor para recordarle algunas verdades sobre Andrea. La vibración del celular la hizo olvidar, de momento, sus preocupaciones. Se convenció de que Luna estaría bien y se entregó a la cálida voz de Mauricio.

El fuego en la memoria

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