Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 17

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—Ola ke ase, ¿rescatando chistes viejos o ke ase?

Luna volteó de golpe. Hasta percibió la mala ortografía en la forma en la que Bruno articulaba las palabras. Voy a vomitar bolas de pelo de llama. No se atrevió a mirarlo a los ojos, estaba mortificada por la jugada de Karen. Ni siquiera enojada. Era como cuando a sus padres se les hacía tarde para recogerla en la primaria y los profesores la veían con lástima. Juraba que tenía «vergüenza» escrito por toda la cara. Se miró los zapatos mientras le imploraba a un dios en el que no creía que se la tragara la tierra.

—Me sorprendió que me escribieras.

Lu levantó la cara. Bruno le sacaba al menos una cabeza de estatura. Él sonrió. Los pensamientos de ella se perdieron entre la barba partida y los hoyuelos del muchacho. Por unos instantes se imaginó pasando las yemas de sus dedos por la incipiente barba de su interlocutor. Ya valió madre, admitió mientras la sangre subía a sus mejillas y su ritmo cardiaco se disparaba.

—Fue una buena sorpresa —remató, sin perder la sonrisa—, sería cool que lo hicieras de nuevo.

Bruno se marchó sin decir nada más. Luna permaneció clavada en el lugar. Comenzó a respirar profundo para que se le bajaran los colores del rostro. Luego se encaminó apurada a su salón, sin levantar la vista del suelo. La invitación a escribirle de nuevo se repetía en su cabeza. ¿Y si Karen tenía razón? Lu se dejó caer en la butaca. Uno de sus compañeros se sentó al lado.

—Ojeda, ¿eres muy amiga del chico del pasillo?

—Lo conozco de vista, ¿por? —Luna trató de disimular la pena de que alguien hubiera presenciado la escena.

—Es el nuevo adjunto de Soto.

—Supongo, nos aplicó el parcial ¿no?

—Resulta que es una chingonería, andan diciendo que nada más termina la tesis y tiene aseguradas prácticas en Nueva York con Bjarke Ingels.

—¡No juegues!

—Es tu ídolo, ¿no?

—¿Bruno?, no tampoco es para tanto.

—No, Ingels.

—Ah… sí.

Su compañero ahogó una risita. Luna tuvo que contenerse de estrellar la frente en la paleta del pupitre. Pensó en escribirle a Karen. Descartó la idea, quería castigarla un poco por haberla puesto en esa situación. Además, tampoco sabía qué decirle. Parte de ella deseó que Andrea estuviera viva, podría haberle aconsejado qué hacer. Maldijo su amnesia selectiva. Si no fuera por eso quizá podría recordar cómo lo había hecho antes. Por todos los dioses, Luna Ojeda, compórtate como un adulto, se recriminó. Una sonrisa boba se le escapó de los labios mientras la memoria se abría paso entre su drama. Mairead solía decir eso: «Por todos los dioses». La alegría le duró poco. Quitando a Karen de la ecuación, lo más cercano que tenía a una mujer confiable a la cual pedirle consejo era su terapeuta. La profesora entró al salón. Por el momento, lo único útil para Lu era concentrarse en la clase.

El fuego en la memoria

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