Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 15

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La piel se le puso chinita, el aire fresco de la noche le trajo un olor a romero y lavanda. Al girarse, la tela de edredón le acarició el rostro. Bostezó y abrió lentamente los ojos, hacía mucho que no descansaba tan bien. Conforme enfocaba la vista, Luna fue reconociendo el lugar. Estaba en su recámara. Fue haciendo una lista mental de los objetos mientras posaba su mirada en ellos. La mesita de noche con la lámpara y la cajita de música que Mairead le regaló. El escritorio de caoba que heredó de su padre, con un tablero de corcho colgando encima. El clóset de pared a pared que albergaba más ropa de Andrea que suya. La luz se colaba por los cristales. Se levantó y corrió un poco la cortina para fijar la vista en el jardín. Abrió la ventana. Respiró profundo. Los aromas a jazmín, rosas y albahaca inundaron su nariz. Joaquín era un gran devoto de la jardinería, Mairead solía cocinar con muchas de las cosas que se daban en el jardín de la casa.

Alguien llamó a la puerta, Luna abrió. Ahí estaban aquellos ojos verdes. Le indicó que pasara con un gesto, no se sentía capaz de articular una frase coherente. Eric tomó asiento en la silla del escritorio, se movía por la habitación como si la conociera.

—Estaba preocupado.

—¿Por?

—Por ti, boba —replicó en tono cariñoso.

Luna levantó los hombros a modo de respuesta. Él sonrió y, para ella, la habitación se tornó mucho más luminosa de golpe.

—Nunca creí que éste fuera uno de tus lugares seguros. —El

silencio de Luna y su expresión confusa resultaron suficientes para seguir con la charla—. ¿Te acuerdas de mí?

—Pfff. Eric, el chico del bar. No es como que le abra la puerta de mi recámara a todos los chicos que tocan. —Se le subieron los colores, la frase sonaba mucho mejor en su cabeza.

—¿Y de antes?

—En mi vida te había visto.

La sonrisa de Eric emprendió la fuga. La sustituyó un suspiro herido que pareció flotar por la habitación unos segundos antes de esfumarse. Desvió la mirada, se incorporó y se dio la vuelta para mirar por la ventana.

—Esa mata de tréboles bajo tu ventana la plantaste junto con tu madre cuando cumpliste nueve años. En tu cumpleaños quince no querías fiesta, pero Andrea se empeñó en hacerte una. Invitó a todos sus amigos de la prepa, pero a ninguno tuyo. Te enojaste, llenaste la comida de laxantes, te robaste el pastel y una botella de whisky de la cava de tu papá. Luego te encerraste en esta misma habitación a ver películas de terror.

Luna se tomó unos segundos para procesar la información. Lo de los tréboles era cierto, lo de la fiesta le sonaba familiar aunque no podía recordarlo del todo.

—Glendalough de trece años —dijo la frase casi sin darse cuenta.

—El viejo casi se trepa a las paredes cuando nos… te encontró.

¿Cómo sabe esas cosas? Lu miró a su acompañante con los párpados entrecerrados, tratando de llegar a su esencia. Buscaba algún detalle para determinar si en verdad lo conocía o no. Los datos estaban ahí, fuera de su familia nadie sabía lo de las plantas y la fiesta. El problema estaba en que no podía asegurar que esa historia fuese real. Eric seguía de espaldas a ella. Un zumbido la distrajo. No podía encontrar la fuente del sonido. El volumen iba en aumento.

—Hasta luego, Luna.

—No, ¡espérate!

La mano de Luna pegó contra el buró. El marco con la foto del museo de Orsay golpeó la alfombra con un ¡plap! ahogado.

Mesita de noche con un libro de arquitectura. El librero delgado que Karen le regaló cuando se mudó al departamento. El tablero de corcho sobre un escritorio liviano de triplay. Clóset reducido que aun así no conseguía llenar sólo con su ropa. Persianas y no cortinas. Estaba en su habitación, la verdadera, la actual. El maldito celular vibraba como loco. Lo había dejado en silencio sin querer, se le hacía tarde para la escuela.

El fuego en la memoria

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