Читать книгу El fuego en la memoria - Edna Montes - Страница 13

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¿Qué mierda estoy haciendo con mi vida? Luna se talló los ojos con las manos. Su estómago emitió un gruñido que hizo eco en las entrañas vacías de su cuerpo. No recordaba lo último que comió. El sueño no la dejaba pensar. Miró alrededor. Todos los presentes en el salón inspiraban lástima. Se les podía ver jalándose los cabellos, suspirando como condenados a muerte, batallando por mantener los ojos abiertos y tratando de controlar los arbitrarios temblores de manos que delataban un consumo excesivo de cafeína. La chica se golpeó la frente con la palma de la mano. Necesitaba concentrarse. Tenía que terminar ese examen a como diera lugar. Tuvo una breve visión de las latas de Red Bull botadas en su departamento. Contuvo las ganas de hacer un recuento, se concentró en calcular la resistencia de unos cimientos.

Tap, tap. El golpeteo taladró la concentración de Luna. Al menos la mitad del salón ya estaba vacía. Volteó discretamente a los lados para identificar al culpable. «A su examen, señorita», escuchó. No se trataba de la voz del profesor Soto. La chica miró al frente. Ahí estaba Bruno, sentado en el lugar del profe-

sor, cuidando a los alumnos y golpeando la mesa rítmicamente con su bolígrafo. Contando los segundos. Ella rechinó los dientes. El muy patán lo hacía a propósito. Cuando notó que lo miraba, le sonrió. Luna lo fulminó con la vista. Le torcería el cuello… No, no. Concéntrate, el grosor de la viga. Fue de las últimas en entregar la prueba, pero al menos había terminado. Hora de salir corriendo a la biblioteca.

—Oye… Ojeda. —El chico la abordó en cuanto salió del salón, mirando el nombre de Luna en su examen—. ¿Tienes tiempo para…?

—No, no tengo.

—Ah, bueno. Vas a reprobar, un gusto.

—¡¿Cuál es tu problema?!

—Ninguno. Es tuyo: olvidaste pasar las respuestas a la hoja de resultados y el ingeniero Soto no las da por buenas si no están ahí. Ya deberías saberlo.

Eres una pendeja. Su destino literalmente pendía de las manos de un tipo que le resultaba detestable.

—Mira, no hay pedo. Ten, pásalas y ya. Been there, done that. Las semanas de parciales son una mierda —agregó Bruno de forma conciliadora, mientras le entregaba las hojas.

Lu balbuceó un agradecimiento, tomó el examen y se hundió en la butaca más cercana. No levantó la mirada hasta terminar. Las manos le temblaban cuando le regresó las hojas a Bruno. Era la última. Se sentía más ridícula que una quinceañera en un vestido color pastel sacándose fotos en el Ángel de la Independencia un domingo a mediodía. Corrió a la salida y bajó las escaleras a velocidad récord. Estaba en el último tramo. El latido de su corazón se replicaba en todo su cuerpo, sus oídos estaban inundados de sonidos que retumbaban como un tambor africano. Luchó por tomar aire. Su boca estaba seca. Negro.

Se incorporó de golpe. Estaba en una camilla, olía a desinfectante. Alguien la tomó de los hombros.

—Tranquila, estás en el servicio médico. Te desmayaste en las escaleras, tu novio te trajo.

—No soy su novio —aclaró Bruno.

—Fue la presión —continuó la enfermera—: subió de golpe. ¿Sentiste taquicardia?

—Creo que sí… —respondió Luna.

—¿Has tomado demasiado café?

—No.

—¿Alcohol? ¿Drogas…?

—No, eso tampoco.

—¿Bebidas energéticas con taurina?

Luna guardó silencio, pero la expresión de su cara respondió por ella.

—Va a ser eso, mija. Mira, esas cosas son peligrosas. Toma mucha agua, descansa y en cuanto puedas ve con tu médico para que te revise.

La enfermera los despachó sin mayor ceremonia. Luna tomó asiento en una banca para recuperarse de la impresión. Bruno se alejó sin decir nada. No podía irse a casa, aún tenía que ir a la biblioteca y preparar una entrega. Decidió terminar el resto del día lo mejor posible. No quiso decirle nada a K; armaría drama y, por lo visto, su cuerpo ya no podía con más emociones fuertes.

—Toma. —Bruno reapareció en escena y le extendió una botella de agua.

—¿Qué es?

—Agua, obvio. La enfermera dijo que te hidrataras. Por la cara que tienes se nota que no te vas a ir a tu casa ahorita. Mínimo toma agua.

—Gracias.

—Oye, sé que las cosas no empezaron con el pie derecho, pero no estoy tratando de envenenarte, todavía. —Luna se rio del comentario—. Así que, si no crees que suena creepy, ¿te late si te acompaño por hoy? Nunca se sabe si necesitarás de un tipo fuerte para cargarte al servicio médico.

Luna se encontró de nuevo con los ojos verdes de Bruno. Luego notó sus brazos ejercitados: todo él lucía muy en forma. Pudo sentir cómo la sangre teñía sus mejillas. Desvió la mirada.

—Ok, ya, sí suena incómodo. —Bruno estiró la mano pidiéndole su celular a Luna, la chica se lo dio como un acto reflejo—. Éste es mi número, ya está guardado en tu memoria. Si pasa algo, llámame.

Bruno devolvió el teléfono y se fue. Luna sintió que no tenía fuerzas para levantarse. Ya había escuchado esas palabras antes. El ritmo de sus latidos se volvió errático de nuevo. No había forma de que el día regresara a la normalidad. Ya no.

El fuego en la memoria

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