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LA RELACIÓN DE LA TERAPIA DE VACUNAS CON LA HOMEOPATÍA

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Señor presidente:

¿Me permite, a modo de introducción, decirle cuán orgulloso estoy de haber sido invitado a leer esta ponencia ante vuestra Sociedad? Aunque comparativamente joven, he estudiado medicina alopática durante trece años y la he estado practicando en uno de los más importantes hospitales de Londres durante siete años, antes de ser designado miembro de esta institución,3 en marzo pasado, de manera que he tenido la hermosa oportunidad de estudiar la medicina alopática en sus diferentes posibilidades. Me es imposible referirles cuánto me ha impresionado la ciencia de la homeopatía y los resultados que ha logrado.

Como he tenido la oportunidad de ser testigo de los resultados e incluso he trabajado con algunos de los más destacados médicos de la antigua escuela, y como he podido ver lo suficiente en medicina para comprender su valor, y con la suficiente experiencia para convertirme en un escéptico de todo, puedo brindar mi ofrenda alopática ante el altar de vuestra ciencia diciendo que ustedes obtienen curas no soñadas por la profesión médica en general; que una gran cantidad de casos considerados casi sin esperanza por los alópatas se ubican entre vuestros más brillantes éxitos; que sus resultados son tales que ningún otro hospital en Londres podría intentar igualar, y finalmente que faltan palabras para describir la maravilla y el genio de Hahnemann, un gigante de la medicina a quien no se ha podido, hasta ahora, igualar.

Parece increíble que un solo hombre, hace cien años, en épocas oscuras de la medicina, haya podido descubrir no sólo la hasta ese momento inconcebible ciencia del remedio semejante, sino el poder de la dosis potenciada y, además, el método perfecto de administrar las dosis.4

Parece igualmente increíble que cualquier médico científico pueda leer el Organon de Hahnemann sin comprender que está leyendo la obra de un gran maestro. La observación sagaz de los hechos, el registro exacto de los resultados y las deducciones magistralmente obtenidas allí a partir de, deducciones que hoy ha vuelto a descubrir la ciencia, después de un siglo de trabajo, habrían hecho del Organon un libro extraordinario si hubiese sido escrito en esta época.5

Esta noche deseo discutir la relación de las vacunas con la homeopatía. Antes de comenzar me gustaría mencionar dos cuestiones. Primero, de ninguna manera deseo hacer comparación alguna entre la terapia homeopática y la de vacunas. Mi único deseo es mostrar que las vacunas son una rama moderna de la ciencia médica extraordinariamente acabada y muy relacionada con vuestros propios métodos, y que de acuerdo con los buenos resultados obtenidos podría ser de valiosa consideración como una confirmación moderna de las verdades de la homeopatía.

Segundo, no deseo juzgar las vacunas por la opinión general de cómo se usan hoy en día. Hablando a grandes rasgos, son un fracaso desesperanzador comparado con lo que deberían realmente ser, y esto se debe a varias causas. Quienes preparan las vacunas carecen del conocimiento suficiente con respecto a los métodos correctos para hacerlo, y el resultado entonces es un producto muy inferior a lo deseable. Tomemos como ejemplo las vacunas comerciales, desarrolladas por grandes empresas a gran escala, comenzando de lo que se conoce como subcultivos, que son organismos criados primaria y directamente a partir de la lesión patológica sobre un medio de cultivo, luego vueltos a criar en otro medio de cultivo, a menudo varias veces en sucesión, siendo el objetivo, por supuesto, obtener un mayor rendimiento. Un tubo de organismos puede provenir de París o de los Estados Unidos y ser sembrado en cientos más, hasta que los organismos hayan sido tan maltratados por esos métodos antinaturales, que los organismos de los últimos cultivos difícilmente podrían reconocerse como parecidos a los del primer cultivo. De esta manera se han alterado mucho, no en la forma, sino en cuanto a las posibilidades virulentas y posibilidades patológicas.

Ahora, el experto sabe que los cultivos primarios solos –que son los cultivos criados a partir del material patológico– son de óptimo valor. Lo mencionado, sumado a otros grandes errores, reduce enormemente la eficacia de las vacunas que se suministran al mercado médico. Entonces, nuevamente, el médico que usa las vacunas a menudo no sabe nada de las leyes e indicaciones de la terapia de vacunas. Él obtiene una dosis a partir de un farmacéutico o un bacteriólogo, con un mínimo de indicaciones, y ciegamente aplica las dosis que harían a un experto enloquecer; repite la dosis equivocada, ya sea demasiado tarde o demasiado temprano y, por decir lo menos, obtiene un resultado muy pobre, e incluso, a veces, habría sido mejor para los pacientes que las vacunas nunca hubiesen sido inventadas. Si ustedes consideran que las vacunas requieren de mucho cuidado y experto manejo, y mientras exista tal desesperanzada confusión al respecto, los resultados obtenidos continuarán generando serias dudas en la profesión con respecto a su valor. Es como si sugirieran entregar arsénico a un médico alópata sin brindarle mayores instrucciones sobre su uso.

El parecido de la terapia de vacunas con la homeopatía es muy estrecho, tanto que surge otra pregunta: ¿no son idénticas? Deseo discutir la semejanza según los siguientes enunciados:

1) La naturaleza de la sustancia usada.

2) La dosis.

3) Isopáticas u homeopáticas.

4) La necesidad de un remedio semejante.

5) Los tipos de remedios.

6) Los métodos de uso.

Naturaleza del remedio

Los remedios homeopáticos son de tres tipos:

1) Venenos de animales e insectos6

2) Jugos vegetales

3) Sustancias inorgánicas y sus sales

Tomemos el primero. Los venenos de animales e insectos consisten prácticamente en sustancias tóxicas que derivan de la proteína, generalmente separada en sus derivados más altos. Son albumosas y proteosas. Hoy sabemos que tales substancias son extremadamente parecidas o idénticas a las toxinas de las bacterias. Sería químicamente imposible distinguir entre el veneno proteoso de la serpiente y la toxina de la difteria. Estos venenos pueden dar cuenta de la anafilaxis, y cuando se los administra adecuadamente pueden causar la muerte más rápidamente que la estricnina o el ácido prúsico. Observamos entonces que esta clase de remedios es extraordinariamente cercana o idéntica a las toxinas de las bacterias.

La segunda clase corresponde a los jugos vegetales. Aquí también debemos hacer una reflexión. Las bacterias son proteínas por naturaleza, además de proteínas vegetales, de modo que nuevamente debe haber una relación estrecha entre los jugos vegetales y las vacunas. No es inconcebible que el remedio de un caso particular pueda ser la droga que más estrechamente corresponde a la toxina causante de la enfermedad y, en cierta manera, neutraliza el veneno o estimula el cuerpo para superar sus efectos. El tercer grupo es más difícil de distribuir o clasificar.

Mientras que varios elementos –como el sodio, el potasio, el carbono, etc.– están representados en la proteína bacteriana, hay otros como el zinc o el plomo que nunca entran en la composición de las vacunas. Incluso aquí la discrepancia puede no ser tanta como parece a simple vista, porque elementos, tales como el fósforo presente en la proteína, puede representar a su grupo, incluyendo el arsénico y el antimonio. Por tanto, con excepción de la relativamente pequeña cantidad incluida en el grupo 3, se percibe de inmediato un parecido incluso en los compuestos de los remedios y las vacunas.

La dosis

Se ha probado que las vacunas tienen un efecto beneficioso cuando son potenciadas;7 esto se aplica no sólo a vacunas autógenas que se preparan para casos especiales, sino también para remedios concentrados (stock remedies) tales como el influenzinum, el medorrhinum, la tuberculina, etc. Así como éstas son usadas en tamaño de dosis homeopáticas, del mismo modo las vacunas pueden efectuar la cura en tales dosis similares. En las vacunas administradas en la forma usual por jeringa hipodérmica la dosis es mayor, pero incluso en estos casos la cantidad total es muy pequeña. Por ejemplo, el peso total del colibacilo, dado usualmente como una dosis inicial, seria alrededor de 1/200.000 mgm, que correspondería aproximadamente a la potencia 7 u 8x del arsénico. Nuevamente, por el método de preparación de vacunas es imposible evitar potenciarlas hasta un cierto punto, y, como acabo de decir, hasta alrededor de 7 u 8x,8 de manera que la potenciación juega un cierto papel. Se observa otra semejanza en que la dosis perfecta varía enormemente en los distintos casos. Un caso de septicemia, por ejemplo, puede reaccionar perfectamente a una dosis de 5 milésimas o 10 milésimas de estreptococos, otro caso similar en otros aspectos, requiriendo 20, 30 milésimas o más. También en enfermedades crónicas los pacientes reaccionan marcadamente a 1 milésima de sus organismos intestinales, incluso de manera notable, otros necesitaron 10 o 20 milésimas para dar igual respuesta.

Homeopática o isopática

Todavía queda por resolver a cuál de las vacunas referidas anteriormente pertenece.

1) De ninguna manera son ciertamente isopáticas9 porque en su preparación perdieron ciertas características de su estado original; los organismos son incapaces de reproducirse o de reproducir toxinas, etcétera.

2) Los organismos en una vacuna están tan cambiados que son incapaces de producir la enfermedad que causaban originalmente, aunque como remedios homeopáticos provocar ciertos síntomas. No importa cuánta vacuna tifoidea se le administre a un individuo, ello no ocasionaría la enfermedad, aunque podría ocasionar dolor de cabeza, dolor de espaldas y temperatura a partir de una dosis relativamente pequeña.

3) Nuevamente, los organismos muy estrechamente aliados al germen causante de una enfermedad particular pueden ser beneficiosos cuando son usados como vacuna. De esta manera, cualquier variedad del gran número de estreptococos es beneficiosa en una infección producida con un estreptococo específico. Tanto, que el stock de cepas casi siempre se usa en casos graves, aunque las diferentes variedades tienen caracteres diferentes, como puede mostrarse en su tamaño, forma y su fermentación cuando se probaron en azúcares diferentes. Nuevamente, la inmunización con organismos tifoideos produce una cierta resistencia a la paratifoidea y otros bacilos estrechamente afines, y la sangre de los pacientes, que han tenido tifoidea o que han sido inoculados contra ella, aglutinará los sueros de los bacilos de la disentería o paratifoidea.

La necesidad del remedio semejante

En la terapia de vacunas, como en la homeopatía, el remedio debe ser semejante.10 Sería inútil usar un estreptococo para curar una tifoidea, o un estafilococo para la disentería; la vacuna debe contener gérmenes idénticos o muy estrechamente ligados al organismo causante.

El resultado de una dosis

Aquí vemos la más sorprendente analogía entre los grupos de remedios.

1) La reacción a una dosis es enormemente mayor en pacientes susceptibles que en pacientes no susceptibles. Si una dosis medicinal potenciada de sepia se administra a un individuo normal, no sucede prácticamente nada, pero en un paciente que sufre de síntomas de sepia (sepsis) la misma dosis tendrá una influencia profunda. En el caso de las vacunas, un individuo normal puede tolerar una dosis de 100 milésimas de estreptococos con poca o ninguna molestia; pero si a un paciente que sufre de neumonía estreptococica se le administrara una dosis similar, tendría una reacción violenta, que en muchos casos sería fatal. En la tifoidea, 500 o 1.000 milésimas de bacilos se administran al individuo normal como dosis preventiva, pero al tratar a un paciente con la enfermedad, se usaría una centésima o una milésima.11

2) En la enfermedad también se sostiene nuestra comparación. Los resultados de una dosis de vacuna son: si la dosis es muy pequeña no sucede nada, o una leve mejoría; si la dosis es perfecta, la mejoría es completa; si es levemente grande, se manifiesta un pequeño agravamiento y después una mejoría; si es muy grande, el agravamiento continúa. Si un centenar de casos de neumonía recibieran una primera dosis de vacuna en la forma habitual, en algunos la temperatura bajaría a lo normal en seis u ocho horas, la dosis perfecta para esos casos; en otros habría un leve aumento y luego disminuiría; en algunos sólo un pequeño descenso en la temperatura y en otros no se manifestarían cambios.

En la terapia de vacunas sabemos que cualquiera de las secuencias anteriores depende del tamaño de la dosis, y todo lo que debemos hacer es encontrar la cantidad perfecta; no hay duda del remedio equivocado cuando la vacuna se prepara a partir del paciente o se ha identificado el organismo. Cualquiera de esos resultados puede seguir a una dosis homeopática. En las vacunas tenemos una importante señal que ayuda materialmente a juzgar la exactitud de una dosis; concretamente, la reacción local, que es la hiperemia que se produce en el lugar de la inoculación, y que si es perfecta es más o menos del tamaño de una moneda de media corona. Habitualmente, una reacción local menor que ésta significa una sobredosis; si es mayor, lo inverso. Esta reacción local también sirve para determinar el tiempo de espera para repetir la dosis, porque siempre y cuando la reacción local continúe siendo visible puede darse por sentado que la dosis todavía está funcionando. En casos agudos cualquier aumento de temperatura se asociará con la desaparición de la hiperemia local.

Una de las mayores dificultades en las vacunas es estimar la dosis inicial, porque la medida necesaria para dar el resultado perfecto varía ampliamente según los casos. Por lo tanto, siempre es sabio administrar una dosis que provoque poco efecto, a fin de evitar cualquier reacción severa, ya que no conocemos ningún antídoto. Siempre es más fácil repetir una dosis mayor si después de algunas horas la dosis primaria parece ser demasiado pequeña, que superar los efectos de una sobredosis.

Métodos de uso

Al respecto, nuevamente las leyes son idénticas, y si todos los bacteriólogos hubiesen adherido estrechamente a las reglas establecidas por Hahnemann, las vacunas serían infinitamente más beneficiosas que las administradas en la actualidad con la frecuencia, por algún método rutinario, de una vez a la semana o cada diez días. ¡Es una lástima! La guía para repetir la dosis de vacuna es: “Nunca repetir hasta que haya certeza que ha cesado la mejoría, o después de diez o doce horas o más en casos graves, o después de semanas o meses en la enfermedad crónica”. Es por ignorar este principio fundamental que más de un médico ha renunciado a la vacuna por considerarla inútil.

El médico que repite una vacuna de la neumonía mientras está bajando la temperatura como resultado de la primera dosis, no sólo está en riesgo de perder todo el valor de la dosis número uno, sino que a menudo corre riesgo la vida del paciente. En la enfermedad crónica, más de un caso promisorio que ha comenzado a mejorar definitivamente, ha arruinado toda posibilidad por una repetición precipitada. Entonces, nuevamente, en casos graves, si es necesario repetir la dosis, se las puede suministrar cada ocho horas o más, mientras que en casos crónicos, deben transcurrir semanas o meses antes de que pueda llevarse a cabo una repetición en forma segura.

Tipos de remedios

Existen dos tipos distintos de vacunas: agudas y crónicas. En las enfermedades agudas el organismo necesario para la cura es el germen particular hallado en la lesión local causante de la enfermedad. Así, en una neumonía el esputo provee el germen correcto; en la cistitis, la orina; en los abscesos el pus, etc., y la inoculación de la vacuna, hecha a partir de la fuente, efectuará la cura siempre que el caso no haya avanzado mucho.

En la enfermedad crónica es totalmente diferente; en esos casos no sólo nos estamos manejando con lesiones locales, de cualquier tipo, sino además con una profunda causa subyacente que conduce al individuo susceptible a una enfermedad prolongada. Esta causa se halla en un veneno crónico a partir de varios organismos que viven en el tracto intestinal, de modo que en la enfermedad la finalidad es librar al individuo de los organismos intestinales y sus toxinas. Es sorprendente, en casos antiguos, que después de que dichas toxinas han sido eliminadas con una vacuna, desaparece la enfermedad crónica y se aclaran completamente las lesiones locales que permanecían por diez o más años. Cuánto se parece esto a los tipos de remedios homeopáticos.

La toxemia intestinal bacteriana es más interesante e importante. Si se examinan las heces de los individuos que sufren la enfermedad, se encuentran ciertos organismos que pueden considerarse anormales, y a partir de varios síntomas del paciente es posible predecir en cierta medida qué tipo de organismo se aislaría. Así, los individuos que padecen de temores inusuales –tales como miedo al fuego, a las alturas, a las multitudes, al tráfico– tienen casi invariablemente un organismo del grupo de los bacilos paratifoideos. La persona muy tensa, nerviosa, con expresión ansiosa, a menudo de mirada fija, con frecuencia tiene un bacilo del grupo proteus. El paciente que a simple vista parece estar en perfecto estado de salud y tiene alguna enfermedad crónica seria, como tuberculosis, a menudo tiene organismos del tipo coli mutable. La gente que se golpea y sangra fácilmente por lo general posee un tipo de germen de la disentería, etc. Si se aplicara una vacuna del organismo aislado, a partir de uno de estos pacientes, los resultados serían típicamente homeopáticos, como se define a continuación.

Luego de la dosis sigue un período de latencia de cuatro horas a seis o siete días. Más tarde se manifiesta la reacción o agravamiento de todos los síntomas presentes en el paciente, durante doce horas y hasta cuatro o cinco días, o a veces más. A esto sigue la mejoría de todos los síntomas, comenzando con los últimos en aparecer durante la enfermedad, aunque durante este período los síntomas más antiguos en la historia del caso, que pueden haber estado latentes durante un largo tiempo, pueden manifestarse y finalmente desaparecer. En los casos de artritis reumatoide y neuritis, he visto en varias oportunidades aparecer dolores durante este período en el que los pacientes señalan no haberlos padecido desde la niñez. Tales síntomas me permiten señalarle al paciente con confianza que estamos al alcance de una cura completa.12

Tomemos como ejemplo la epilepsia. Después de la primera dosis, aunque se la administre en un momento que, según la experiencia previa, no se ha anticipado ningún ataque, comúnmente se produce un ataque correspondiente al agravamiento o, como lo llamamos, una reacción. Ésta va seguida de un intervalo más largo que el habitual para que el paciente esté libre de ataques, y la segunda dosis no se administra hasta que tenga lugar un ataque o una amenaza de ataque.

También existen puntos en común en relación con el agravamiento entre las vacunas y los remedios.13 Ante la aplicación de una vacuna la reacción ideal es breve. En general, ninguna reacción significa que no hay respuesta y tampoco un valor curativo; una reacción prolongada siempre se entiende como un caso de difícil naturaleza. Desconozco vuestra opinión acerca del siguiente punto, pero después de administrar las vacunas yo en lo personal siempre prefiero tener un corto agravamiento que una mejoría instantánea, ya que, salvo algunas excepciones, creo que la cura en el caso anterior es más completa.

La toxemia intestinal corresponde de la manera más sorprendente a la psora14 de Hahnemann. Toda esa maravillosa lista de síntomas, tales como fatiga, pérdida de apetito, palidez, pérdida de energía, tics nerviosos que describe, están presentes en un individuo que no está enfermo, según el sentido general, y quien al ir al médico resultaría que está neurótico y que sólo necesita un cambio de aire, pues está sano físicamente. Podemos probar que esos síntomas, que realmente son precursores y pertenecen al comienzo de la enfermedad, se deben a este veneno crónico del intestino; cuando se elimina el veneno el paciente supera rápidamente todos los síntomas menores. Además, en cuanto a la enfermedad misma, si esta toxemia subyacente se puede eliminar, no hay necesidad de tónicos, estimulantes o descanso; siempre y cuando la enfermedad no esté muy avanzada, la naturaleza, liberada del veneno, podrá pronto erradicar todas las lesiones.

En casos de enfermedad crónica es sorprendente cómo, después de dos o tres dosis de una vacuna obtenida a partir de un organismo simple del intestino, mejora la condición general y el paciente se restablece. He visto un caso de psoriasis, con una permanencia de siete años, desaparecer después de dos dosis, y en una epilepsia de siete años que tenía ataques todos los meses, continuar por más de doce meses libre de ataques como resultado de una inoculación. Este tipo de vacunas son las que corresponden más estrechamente a vuestras drogas antipsóricas de larga acción. En la enfermedad grave por supuesto se necesita un remedio antipsórico, pero, como ustedes saben, el paciente tiene que ser salvado del estado grave por medio de vacunas de rápida acción, que son las vacunas hechas a partir de la lesión local, y luego puede dársele atención a las vacunas de larga acción como precaución ante una infección posterior. Sería bastante inútil dar una de esas vacunas tóxicas intestinales en la neumonía, por ejemplo, porque el paciente probablemente estaría muerto mucho antes de que pudiera observarse el beneficio de la vacuna. Pero, habiendo salvado a vuestro paciente por medio de una inoculación de pneumococos o estreptococos, hechos a partir del esputo, después de la convalecencia es importante encontrar el organismo intestinal y administrar las dosis que elevarán la resistencia general contra la enfermedad en todas sus formas. De esta manera he intentado señalarles la extraordinaria similitud de la rama más moderna de la ciencia médica con las enseñanzas de la homeopatía: en la composición, en la medida de la dosis, en el resultado de una dosis, en los métodos de uso, en los tipos de remedios. A través de todo lo que vemos existen muchas características en común.

La ciencia aún puede progresar más. Se puede probar que los remedios de nuestra escuela corresponden en formas todavía desconocidas a los distintos venenos del cuerpo enfermo; se puede demostrar que el remedio particular para un cierto conjunto de síntomas es el que corresponde más estrechamente a la toxina o veneno causante de tales síntomas; puede incluso demostrarse en el tiempo de qué manera actúan los remedios y de cómo son capaces de neutralizar o estimular el cuerpo para neutralizar los venenos.

Mientras tanto, debería entenderse que la ciencia de una forma totalmente diferente está confirmando los principios de la homeopatía. Deberíamos honrar a Hahnemann por haberse anticipado a la ciencia por más de un siglo.

Hoy, la actitud de la profesión médica en general es la de observar la homeopatía. Pero, como seguramente pronto ocurrirá, cuando se reconozca y aprecie en general que toda la investigación moderna en manos de los alópatas está demostrando y orientándose hacia las leyes de Hahnemann, entonces la homeopatía será reconocida como la ciencia maravillosa que es.

Que todos los miembros de vuestra Sociedad puedan sentirse orgullosos de estar entre los pioneros; sentirse seguros que no se desviarán ni un ápice de las leyes fundamentales de su gran fundador. Porque la ciencia les está probando en detalle el remedio semejante, la dosis única, el peligro de la repetición apresurada.

Habrá una lucha entre la homeopatía antigua y la nueva; veamos que la antigua reciba su parte del crédito, que su estandarte sea mantenido en alto y, fieles a sus enseñanzas, la nueva sea sumergida en el flujo de la ciencia que simplemente es el resultado del trabajo de Hahnemann.


Nota aclaratoria

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