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Una tarde de domingo
ОглавлениеCuando levanté el sombrero me encontré con el pueblo de los hombrecillos. Armados con poleas y sofisticados carretones, trasladaban las casitas a través de la mesa del comedor. La casta guerrera, sorprendida por mi abrupto descubrimiento, se colocó de inmediato en formación de batalla. Mujeres, niños y ancianos huyeron a rapel hacia la esquina más alejada de mi vista, mientras los que parecían ser unos pequeñísimos hechiceros preparaban unos calderos de los que surgían chispas y diversos vapores de color. Armado con un periódico enrollado, me preparé para la guerra inminente y tomé posición. Un hombrecillo coronado en oro asomó detrás de los guerreros, alzó una bandera verde y la ondeó tres veces. Los gritos ensordecedores de miles de hombrecillos a mis espaldas, a mis pies y de otros tantos que caían del techo en pequeños paracaídas, me estremecieron y fueron la señal para lanzar el primer golpe. La suerte estaba echada.