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De la tristeza de algunos lavabos

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Cuando los lavabos se ponen tristes secretan todo tipo de líquidos extraños. Menos agua. A veces lloran un par de pequeñas y tenues lágrimas de color azul que se escurren confundidas —por el neófito dueño— con el tinte característico del jabón antigérmenes que han dispuesto para su higiene personal. Pero es cierto que los pobres lavabos lloran, pasan el día con el corazón roto y el alma henchida de melancolía.

Los más viejos cuentan historias de antiguas tierras. Y de cómo por sus venas corre la mismísima agua con que algún antepasado sirvió a Jesús para lavarle los pies a sus asombrados discípulos.

Dios en un Volkswagen amarillo

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