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El payaso debe morir

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El plan era llegar hasta la puerta del departamento y meterle el susto de su vida. Pinche payaso. En cuanto saliera, Omar le daría con el bate en la cabeza y yo lo picaría con el tenedor enorme que sirve para sacar la carne asada del asador. Estas cosas bien planeadas siempre salen bien, pensé. La verdad es que los policías mexicanos no dan una y no tienen equipos como los del ci-es-ai para dar con los pillos. El problema de vivir en edificios como estos es que nunca falta una vieja chismosa. Pero el payaso vive en el último piso y enfrente nomás está el doctor, que nunca está por aquí, y además tenía la luz apagada y la fiesta de las viejas locas del tres desviaba toda la atención. Pero el plan era hacerlo allí mero, afuera de su casa, con los sombreros y las medias en la cabeza para que no nos reconociera y se espantara todavía más.

Desgraciado payaso. Si de verdad andaba con mi mujer lo iba a pagar caro. Es el colmo que te engañen y que además sea con un payaso que se llama Winki. El hijo de perra payaso Winki. Con su vocho del ochenta pintado de amarillo y azul. El winkimóvil. Rines cromados, llantas anchas, estéreo con reproductor de diez cedés e interiores de cuero. ¿Se andará fajando a muchachas allá adentro? Desgraciado. No lo dudo. Y desde que lo he visto rondar por mi edificio pensé que algo no estaba bien.

El payaso debe morir, dice Omar. Y estoy de acuerdo. Por eso el plan era meterle el susto de su vida y ante la sorpresa romperle la madre a golpes. En el suelo de su sala. Que lo encuentren allí tirado, lleno de sangre, con esa estúpida sonrisa en la cara y una botella de cerveza en una mano. “Payaso asesinado en su propia casa: la última risa”, pregonará el diario.

Y mientras el payaso agonice yo entraré sigiloso a su departamento y me robaré todos los focos. Esa será mi venganza. Porque claro, no hay nada peor a que te abandonen por un payaso alcohólico, sin chiste, y quedarte solo en un departamento sin luz.

Dios en un Volkswagen amarillo

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