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Un día tendremos alas

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En el vestíbulo de un viejo hotel en Alabama, John hace clic a una serie de vínculos en internet donde se habla de su más reciente discrepancia con Paul. El viejo J. L. se ha enterado del chisme por Twitter y se ha decidido a echar un vistazo. Mientras algunos huéspedes intentan acercarse a él, hace caso omiso de los flashes y continúa leyendo las noticias a través de su moderna tableta digital de última generación. Todavía recuerda las noches en que los únicos dólares que les quedaban se iban en conseguir un poco de cocaína para aguantar las duras noches de rock and roll. Afina los últimos detalles de una nueva canción dedicada a su ex mujer Yoko. Maldita sea. Piensa John. Un día tendremos alas para soñar e imaginar las cosas como realmente deberían ser.

El joven J. L. trastabilla un poco con los escalones afuera de un edificio en Manhattan. Se ha soñado viejo y sólo. Piensa en llamar a Paul. A George. ¿Dónde andará el buen Ringo? Ha tirado las llaves al piso y las busca para entrar pronto a su departamento y olvidarse de esos extraños sueños donde se siente tan viejo y tan leyenda de rock. Entonces voltea y mira al regordete fan que le pide un autógrafo. Seguro amigo —piensa— una firma más y todos nos vamos a dormir.

Dios en un Volkswagen amarillo

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