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Introducción

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Este libro contiene cuatro capítulos que se refieren a cada uno de los períodos en los que he dividido la historia de la radio en el país. El primer período (1925-1937) comprende el surgimiento y la transformación de la radio de un medio de elite a uno de masas. El segundo período (1937-1956) se inicia con la creación de Radio Nacional del Perú y la promulgación de un reglamento que consagra un modelo de radio comercial orientada al entretenimiento, con presencia, sin embargo, de una poderosa emisora estatal; abarca lo que se ha denominado la “edad de oro”, en él se consolidan algunas empresas y cadenas, así como determinados géneros, programas, locutores, animadores y artistas. El tercer período (1956-1980) se inicia con los primeros intentos de dar una nueva reglamentación al medio ante la inminencia del ingreso de la televisión al país, y las presiones de nuevos actores sociales y políticos que reclaman la modificación del modelo con una orientación de la radio hacia el servicio público; culmina con el fracaso del experimento realizado por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. El cuarto período (1980-2000) comienza con la devolución de las empresas mediáticas a sus propietarios, y comprende dos décadas de caótica expansión, la conformación de nuevas cadenas y corporaciones, y el desarrollo de una radio popular, todo ello bajo condiciones políticas difíciles creadas por el conflicto armado interno en la década de 1980 y el gobierno autoritario en la década de 1990.

En cada período se ha considerado las relaciones entre radio y política; la evolución empresarial del medio, su recepción y consumo; y la programación de la radio comercial limeña.

La relación entre radio y política ha sido intensa y ha adquirido características particulares en cada período. En la inauguración de la primera emisora (OAX) en 1925, el presidente Leguía aprovechó el discurso de apertura de la estación para defender su postura en torno al plebiscito sobre la devolución de Tacna y Arica al Perú, que se hallaba en plena discusión por esos años. Durante el régimen de Sánchez Cerro, la Radiodifusora Nacional OAX4A fue empleada para llevar a la ciudadanía los discursos del mandatario, haciéndose uso entonces de parlantes ubicados en lugares públicos con el fin de aumentar la audiencia del medio, que por el alto costo de los receptores y el pago del derecho de antena se hallaba entonces solo al alcance de personas pudientes. En las elecciones de 1936, los candidatos no desdeñaron el uso de la radio al haberse ya percatado de que un solo aparato receptor estratégicamente ubicado podía servir para que llegaran mensajes a decenas de personas.

El general Benavides recurrió al medio repetidas veces, y bajo su jefatura se emitió el reglamento de 1937 que clasificó a las emisoras y buscó ordenar el otorgamiento de frecuencias. Durante el régimen de Benavides, además, el Apra empleó la estación clandestina Indoamérica para hacer oposición al gobierno. En las campañas electorales de 1939 y 1945 nuevamente los postulantes a la Presidencia y al Parlamento se valieron de la radio. Durante el gobierno de Bustamante y Rivero (1945-1948), el Presidente se dirigió al país constantemente por Radio Nacional (que además irradiaba el programa La Voz del Perú con mensajes del Ejecutivo en respuesta a la oposición), y las emisoras privadas dieron cabida a programas políticos (en ocasiones diarios) del Apra y la derechista Alianza Nacional. Al iniciarse la dictadura de Odría hubo una evidente tensión entre el Ejecutivo y las emisoras privadas al ser clausuradas algunas (Radio Victoria, temporalmente) y multadas otras (Radio América), pero también relaciones de cercanía política (con Radio Lima en especial, que contribuyó al golpe de Estado de 1948).

Durante el Ochenio, se impuso la transmisión del Informativo Nacional en cadena a través de todas las emisoras, pero las agremiaciones de empresarios radiales lograron tener participación en la elaboración del nuevo Reglamento de Telecomunicaciones, que establecería las normas sobre adjudicación de frecuencias, finalmente promulgado en el segundo gobierno de Prado.

En breve lapso de la Junta Militar (1962-1963), que derrocó a Prado, surgieron desavenencias entre los gobernantes y los empresarios radiales aparentemente por deudas de los últimos al Estado, pero que en el fondo expresaban concepciones opuestas respecto del medio, entendido como un servicio público por los militares y un negocio privado por los dueños de las emisoras. Durante el primer gobierno de Belaunde (1963-1968), la beligerancia política sería muy clara en algunas emisoras (Radio Expreso haría defensa cerrada del Ejecutivo y Radio Continente, alineada con la alianza Apra-UNO, se mantendría en constante oposición). Después, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (1968-1980) intervino en la radiodifusión como nunca antes lo hizo régimen alguno sobre la base de la Ley General de Telecomunicaciones que promulgó en 1971, y mediante la expropiación de un gran número de emisoras. La intención, según sus mentores, era cambiar el modelo para poner la radio al servicio de las mayorías nacionales, pero las medidas fracasaron y solo sirvieron para el control de la información por parte de la dictadura.

Tras la devolución de los medios a sus antiguos propietarios al inicio del segundo gobierno de Belaunde (1980-1985), la radio enfrentó problemas políticos a la par que económicos. Durante ese régimen y el primer gobierno de Alan García (1985-1990), los movimientos subversivos del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) realizaron tomas de emisoras con la intención de propagar sus mensajes, pero también se observó la defensa de los derechos humanos por parte de estaciones y programas radiales que, en represalia, sufrieron ataques tanto de los subversivos como de fuerzas paramilitares.

En la década de 1990, las relaciones con el gobierno de Alberto Fujimori fueron, a menudo, conflictivas. Durante el golpe de Estado de 1992, efectivos policiales y de las Fuerzas Armadas ocuparon los locales de las emisoras y detuvieron a varios periodistas. El gobierno, además, empleó la publicidad del Estado como forma de control sobre las radios, restringiéndola o negándola a las emisoras que le resultaban incómodas. Asimismo, usó el Poder Judicial y la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (Sunat) para acallar o amedrentar a la prensa radiofónica. Algunos periodistas sufrieron seguimientos por parte de supuestos agentes del orden y amenazas anónimas. Los casos más graves se dieron en el interior del país, donde más de uno perdió la vida a causa de sus denuncias contra irregularidades cometidas por autoridades locales. El movimiento de radio popular, que había adquirido mucho vigor desde fines de la década de 1970, también recibió duros golpes. Vinculado a sectores progresistas de la Iglesia católica y a la izquierda, se vio afectado por la crisis mundial y nacional de las posturas socialistas. A ello se sumó un gobierno represivo que no solo pretendió dejarlo sin reservas económicas prohibiendo la publicidad en las radios educativas, sino que, mediante agentes de los servicios de inteligencia, sembró amenazas y llevó a cabo atentados físicos en contra de emisoras, directivos y conductores de programas. No obstante, al final del período, el movimiento de radio popular salió fortalecido, incrementando sus redes, que fueron de singular importancia para mantener informado al país durante la crisis política del año 2000.

El otorgamiento y uso de frecuencias, la propiedad y gestión de las emisoras, el financiamiento de estas, la adquisición de nuevas tecnologías y la formación de entidades gremiales de propietarios y trabajadores han sido también temas de análisis en cada período. En 1925, el gobierno de Leguía aparentemente optó por un modelo de monopolio privado al auspiciar la aparición de la Peruvian Broadcasting Co., empresa privada a la que adjudicó la frecuencia de OAX, la primera estación peruana. Sin embargo, al quebrar la entidad poco tiempo después, el Estado entregó la emisora a la empresa británica Marconi, que controlaba la Administración General de Correos y Telégrafos. Con la caída de Leguía en 1930, el Estado asumió la administración de la emisora por un breve intervalo antes de otorgársela a otra empresa privada: la Compañía Nacional de Radiodifusión S. A., que la dejó en 1937, cuando, sobre la base de OAX, se inauguró Radio Nacional del Perú como emisora estatal. Entonces ya se había roto el monopolio al hallarse en funcionamiento varias emisoras comerciales privadas, a las que el Estado había otorgado frecuencias desde 1934.

El Reglamento de Radiodifusión de 1937 consagró un modelo donde se daba amplia cabida a la radio comercial privada, pero reservándose para el Estado una poderosa emisora de alcance nacional. No se trató de un modelo enteramente liberal el que rigió desde entonces, pues además de la presencia de Radio Nacional, los gobiernos de Benavides y Odría impusieron censura a las radios privadas supervisando su programación mediante un funcionario de la Dirección de Radio (dependiente del Ministerio de Gobierno), cuando no las clausuraron o allanaron en los momentos que juzgaron conveniente hacerlo. Desde la década de 1940, sin embargo, se fueron creando cadenas de emisoras y agremiaciones de empresarios. En la década de 1950 había ya dos cadenas poderosas, con filiales que operaban varias frecuencias en diferentes ciudades del país: la encabezada por Radio América (Umbert-González) y la liderada por Radio Victoria (Cavero); y otras dos en crecimiento: la de Radio Central (Delgado-Gjurinovic) y la de Excelsior (Belmont). Asimismo, adquirió importante presencia la Asociación Nacional de Radioemisoras del Perú (Anrap), que agrupaba a los dueños de las emisoras y que demostró gran capacidad de negociación con el gobierno de Odría, logrando el retiro de normas dadas por el Ejecutivo que los propietarios de las radios consideraban perjudiciales para ellos.

Aunque la Anrap se partió en 1955 al separarse la cadena de Cavero, quien creó su propia organización gremial (Federación Peruana de Radiodifusión [Federadio]), los empresarios de ambas entidades (Anrap y Fede-radio) lograron integrar la comisión que elaboró el nuevo Reglamento General de Telecomunicaciones de 1957, promulgado por el segundo gobierno de Prado. No obstante, la Junta Militar de Gobierno de 1962 convocó a una nueva comisión a fin de elaborar un reglamento que supliera el de 1957, pero sin la participación de los empresarios radiales. En el primer gobierno de Belaunde se discutió la nueva normativa, que al final devolvió el estado de cosas al de 1957, debido a la presión que sobre el Parlamento ejercieron los gremios de empresarios. Durante el régimen de Belaunde, sin embargo, hubo cambios en el campo empresarial de la radiodifusión: algunas de las cadenas se fortalecieron (en especial la conformada por los hermanos Delgado Parker) mientras otras empezaron a afrontar dificultades económicas (las de Cavero y Belmont). La llegada de la televisión afectó la captación de publicidad, la principal fuente de financiamiento de las emisoras; lo que no significó que disminuyera el número de estas (al contrario, aumentó) sino que incumplieran compromisos de pago, abarataran sus costos de producción y se orientaran a una programación básicamente musical. La Ley de Telecomunicaciones de 1971, que dispuso la expropiación del veinticinco por ciento de las acciones de las empresas de radio, y la posterior expropiación mediante decretos del cien por ciento de las acciones de varias emisoras por parte del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, alteró no solo el estatus logrado por las empresas privadas sino el modelo mismo vigente desde 1937, reforzándose mucho el papel del Estado.

A los pocos años de ser devueltos los medios a sus antiguos propietarios por el segundo gobierno de Belaunde, el panorama ya no era el mismo de antes de la expropiación. En un escenario de desborde popular del Estado descrito por el antropólogo José Matos Mar (1984), desaparecieron antiguas cadenas y surgieron otras, se produjo un proceso de popularización de la radio comercial en la frecuencia modulada, se replantearon los modelos de producción de las emisoras privadas (lo que supuso una búsqueda a veces desesperada y a ciegas de un público objetivo), se ensayaron nuevas formas de financiamiento de la radio comercial que implicaron el alquiler de espacios a emergentes actores culturales así como la organización de espectáculos masivos, se afirmó una radio popular impulsada por la Iglesia católica y organizaciones no gubernamentales, y aumentó el número de radios piratas. Durante la década de 1990 se consolidaron grandes corporaciones y, bajo su dirección, se organizaron las modernas cadenas nacionales que vincularon a muchas emisoras en todo el país por medio del satélite y llevaron su señal a miles de oyentes a través de la frecuencia modulada. Las emisoras provincianas, en su gran mayoría, fueron desplazadas en el favor del público por estas cadenas. Las corporaciones lograron concentrar la inversión en publicidad radial, la que no sufrió mayor menoscabo durante la década, aún en la segunda mitad de esta, cuando la inversión en otros medios (sobre todo en la televisión) disminuyó dramáticamente a causa de la recesión.

En cuanto al consumo, la radio era escuchada por la elite durante la década de 1920. Sin embargo, como ya se ha señalado, el gobierno de Sánchez Cerro —a comienzos de 1a década de 1930— empleó parlantes ubicados en las plazas públicas para hacer llegar los mensajes del Jefe de Estado a numerosos oyentes. El consumo del medio fue haciéndose masivo en Lima hacia finales de esa década, cuando se superó la crisis económica y se abarataron los precios de los receptores, que fueron ofrecidos a plazos. Además, continuaron las prácticas de recepción múltiple: la radio era escuchada no solo por los miembros de una familia sino a través de aparatos que se hallaban en establecimientos públicos o en domicilios particulares que eran visitados por los vecinos. Al ampliarse la cantidad de oyentes, hubo mayor inversión en publicidad, lo que permitió el desarrollo de la radio comercial desde fines de la década de 1930. En provincias se establecieron estaciones comerciales importantes (especialmente en Arequipa, Ica, Chiclayo y Cusco) y, en algunos casos, donde no había emisora local fueron adquiridos receptores por municipios para que los residentes escucharan programas de onda corta a través de parlantes. Se llegó a vender en zonas rurales y asentamientos mineros aparatos receptores de onda corta que funcionaban con batería, pero su precio era elevado. Asimismo, aparecieron los primeros receptores para ser incorporados en los automóviles.

En el segundo período, al auge de los programas musicales de fines de la década de 1930 y comienzos de la de 1940 (en particular de música criolla), le siguió desde mediados de esta el de los radioteatros y programas humorísticos. La mayoría de las emisoras ambientaron en sus locales espacios de auditorio a los que acudía el público a presenciar números en vivo.

Aunque el receptor a transistores y pilas se expandió algo tardíamente en el Perú, ya a inicios del tercer período permitió ampliar el público de la radio en las zonas rurales y, especialmente, en áreas urbanas recién pobladas por la gran ola migratoria de esos años. También por entonces aparecieron las primeras líneas de ómnibus citadinos equipados con receptores. Al comenzar la década de 1960, a pesar de la televisión, la radio seguía siendo el medio de mayor consumo. Según el censo de 1961, había en el país 72.399 televisores y 455.267 receptores de radio. No obstante, la televisión captó la mayor parte de la publicidad disponible, y la radio se limitó en la mayoría de los casos a satisfacer la demanda de música de los oyentes. Los auditorios prácticamente desaparecieron y la participación del público en los programas se realizó a través de llamadas telefónicas para solicitar canciones o intervenir en sencillos concursos; las emisoras emplearon ese mecanismo, además, para medir su audiencia. La frecuencia modulada (FM) apuntó en esos años a un público de clase alta. En la década de 1970 se hizo usual la comunicación por microondas.

Al comenzar el cuarto período se incorporó el satélite, el cual permitió integrar a mayor cantidad de oyentes; entonces se produjo también la llamada “popularización de la FM”. En la década de 1990, como ya se ha mencionado, las nuevas corporaciones recurrieron al satélite y a la FM para formar cadenas de emisoras que les permitía cubrir amplios sectores del país.

Los modelos de programación así como la predominancia de determinados géneros, formatos y estilos, han variado según los tiempos. A la radio elitista (de programación compuesta por espacios hablados y música diversa) de 1925-1936, le sucedió el modelo de radio masiva dirigida a un público heterogéneo y urbano, con una programación elaborada para satisfacer a cada segmento según un horario preestablecido. Este modelo, dominante desde 1937 hasta 1956, implicaba, sin embargo, una producción diferenciada, constante y costosa, que no pudo mantenerse con la disminución de los ingresos por publicidad ante el surgimiento de la televisión. Es así que, partir de 1960, se fueron creando otros modelos de programación, orientados hacia la especialidad musical o informativa.

Los géneros tienen su propia historia que atraviesa los períodos establecidos. El musical fue el favorito de 1925 hasta mediados de la década de 1940. Desde entonces hasta comienzos de la década de 1960 las encuestas realizadas a los oyentes indicaron la preferencia por los radioteatros, los programas de humor y los musicales, en ese orden. Algunas emisoras (como Radio Central y Radio La Crónica) llegaron a tener más de diez radioteatros diarios durante la década de 1950. Luego, a causa de la competencia de las ficciones televisivas y el reajuste financiero de las emisoras por la pérdida de publicidad que impidió seguir manteniendo cuadros de radioteatro, el género preferido volvió a ser el musical. Dentro del musical hubo gran variedad de estilos, desde 1925 hasta el 2000, hallándose en diferentes épocas programas especializados en la emisión de música criolla, andina, tropical, clásica y chicha. Los programas musicales en vivo fueron disminuyendo desde finales de la década de 1950 para dar paso a la hegemonía de los de disc-jockey. En las décadas de 1930 y 1940 la música criolla era la preferida en el dial; en la década de 1950 los ritmos tropicales empezaron a imponerse, y, de otro lado, el aumento de espacios de música andina fue notorio. A fines de la década de 1950 e inicios de 1960 el rock entró a la programación. En las décadas de 1970 y 1980 creció la preferencia popular por la salsa, la chicha y las baladas en castellano, aunque hubo también emisoras dedicadas al pop-rock. Las radios que optaron por transmitir música en la década de 1990, vinculadas a las corporaciones y cadenas, conocieron dos etapas: durante el primer lustro se convirtieron, la mayoría de ellas, en radio mix, mezclando ritmos en busca de atraer a un público muy amplio; en el segundo lustro retomaron la especialización y, prácticamente, cada corporación contaba con cadenas de radio dedicadas a un tipo específico de música (salsa, baladas en castellano y pop-rock); a fines del período se impuso la tecnocumbia como el ritmo preferido por los oyentes.

A partir de la década de 1980, el género informativo (impulsado por RPP) empezó a adquirir una importancia inusitada, motivada en parte por la rapidez del medio para transmitir noticias, y por la posibilidad que ofrecían los aparatos receptores de emplear energía alternativa ante las frecuentes interrupciones del fluido eléctrico causadas por los atentados terroristas. A finales de la década de 1990, los programas informativos elevaron su audiencia debido a que el público prefirió enterarse de los agitados acontecimientos políticos de entonces a través de la radio, otorgándole al medio una credibilidad mayor que a la televisión y la prensa escrita.

La presente investigación se refiere, en gran medida, a la historia de la radio en la capital del país. Los capítulos sobre programación contemplan únicamente la de las emisoras limeñas, y la relación de programas, locutores, animadores y artistas que se hace en ellos no pretende ser exhaustiva. Estas son algunas de las limitaciones del texto.

Las fuentes de la investigación han sido fundamentalmente hemerográficas y bibliográficas. Se ha consultado diarios y revistas peruanos de 1925 al 2000; varias de esas revistas eran publicaciones de espectáculos especializadas en radio. También se han llevado a cabo entrevistas a locutores, artistas, programadores y académicos. Es importante reconocer que este trabajo no se inició en un terreno inexplorado. Han sido de gran utilidad para mí los libros de Juan Gargurevich, La Peruvian Broadcasting Co. Historia de la radio (I) (1995), Prensa, radio y TV. Historia crítica (1987) e Introducción a la historia de los medios de comunicación en el Perú (1977). Asimismo, fueron de indispensable consulta el libro de Alonso Alegría, OAX. Crónica de la radio en el Perú (1925-1990) (1993), y el texto pionero de Jorge Vargas Escalante y Enrique M. Gamio, 40 años de radio en el Perú (1944). Entiendo que el conocimiento histórico se va construyendo sobre la base de investigaciones anteriores que nos revelan algo que ignorábamos, nos plantean interrogantes, nos mueven a cotejar datos, llenar vacíos, buscar nuevas fuentes e inclusive disentir de ellas. Espero que futuros investigadores recurran también a este libro para conocer algo más sobre el tema, ampliar la información que contiene, corregir sus errores, o discrepar de su metodología y puntos de vista.

La radio en el Perú

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