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1.7.1 El chispeo del cerro San Cristóbal
ОглавлениеEl 6 de junio de 1925, La Crónica informaba sobre unas transmisiones de prueba iniciadas por la emisora de broadcasting, señalando en términos muy duros la interferencia producida por la torre radiotelegráfica instalada en el cerro San Cristóbal, que producía un constante y molesto “chispeo”. Como sabemos, el servicio radiotelegráfico estaba a cargo de la Marconi, empresa sobre la cual recayeron nuevamente los ataques de la prensa. Decía el diario dirigido por Clemente Palma respecto de la Peruvian Broadcasting Co. que “ni la huachafería de adoptar nombre inglés le vale para merecer consideraciones de la Marconi”; y añadía sobre la corporación británica:
Parece que esta empresa que en mala hora encajó sus garras aquí, se propone no cambiar su viejo chispeo por los sistemas modernos hasta que el Congreso no le apruebe el leonino contrato que tiene celebrado con el Gobierno. Y como parece que el Senado no está dispuesto a ceder, pues tendremos chispeo para rato (La Crónica, 6 de junio de 1925).
El 10 de junio de 1925 La Crónica publicaba dos cartas en torno a la queja del diario por el chispeo del cerro San Cristóbal. En una de ellas el ingeniero Jorge Vargas Escalante pedía paciencia y aseguraba que
[…] según lo convenido y de las disposiciones ya anunciadas se desprende que el departamento de radiotelegrafía está estudiando la forma más eficaz de salvar toda dificultad que emane de la continua transmisión de San Cristóbal, contemplando las necesidades en uno y otro sentido mientras duren los programas que emita normalmente OAX.
En la otra misiva, el lector L. Levy reducía el problema del chispeo al tipo de receptor empleado para captar la onda de broadcasting. “El trabajo de un receptor —decía Levy— es un trabajo de filtración rigurosa de ondas. Un receptor no es otra cosa que un filtro de sonidos”; y ponía un ejemplo, dirigiéndose al director del diario:
Si la señora de Ud. está al piano interpretando una sonata de Beethoven y se percibe en esos momentos el pregón estridente de la tamalera, Ud. sacude tranquilamente la ceniza de su cigarrillo; se levanta de la poltrona donde ha estado Ud. sumergido en un grato baño espiritual; se dirige Ud. a la ventana que da a la calle y, muy simplemente, la cierra Ud. Entonces se realiza este fenómeno: la tamalera insiste en obtener salida para su antihigiénica mercancía, pero esta vez sin impedir que Ud. y su culta esposa penetren de lleno en el dulce misterio de Claire de lune... (La Crónica, 10 de junio de 1925).
La Crónica (presumiblemente con la pluma de su director Clemente Palma) respondía al lector Levy que los únicos aparatos capaces de filtrar la onda de la estación radiotelegráfica eran los de onda corta, pero además de escasos resultaban poco prácticos pues la única estación de broadcasting que transmitía en esa frecuencia era la de Pittsburg, y solo a determinadas horas. Tales aparatos “[…] no servirían para escuchar las otras trasmisiones —insistía La Crónica—, sino a condición de cambiarles de bobinas; y entonces se harían víctimas del chispeo como los demás receptores en uso corriente y moliente”. Terminaba la respuesta al lector con el agresivo estilo que caracterizaba al director del diario: “[…] Nos interesaría conocer y hacer conocer de nuestros lectores el maravilloso aparato del señor Levy que le permite chingarse en la tamalera del San Cristóbal” (La Crónica, 10 de junio de 1925).
El chispeo del San Cristóbal continuó generando interferencias hasta 1927, año en que la estación radiotelegráfica fue relevada (Vargas y Gamio 1944: 93).