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1.8 El fracaso de la Peruvian Broadcasting Co.
ОглавлениеAl día siguiente de la inauguración de OAX, Adolfo T. Romero informaba, en la sección “Radio” de El Comercio, que muchos lectores se quejaban de los precios impuestos por la Peruvian Broadcasting Co., y explicaba, con la finalidad de ayudar a quienes carecían de suficientes recursos económicos, “cómo se puede construir con poco gasto un receptor de cristal” (El Comercio, 21 de junio de 1925).
Romero confiaba en que la Peruvian Broadcasting Co. importara, como había prometido, “partes aisladas” para que los oyentes pudieran armar sus propios receptores, pues los que había puesto inicialmente a la venta eran muy costosos. El texto de Romero reconocía la dificultad de conciliar los objetivos económicos de la empresa monopólica con las posibilidades educativas del medio.3
Una nota titulada “Radiotelefomanía”, aparecida en el diario La Crónica el 24 de agosto de 1925, firmada con el pseudónimo de Juan Pálido, indicaba que había en la capital una fiebre por el nuevo medio de comunicación. No obstante, no daba cuenta de compras de aparatos receptores, sino de piezas para su armado artesanal: “[…] medio Lima anda loca procurándose clavos de bronce, alambres, aisladores, galena, goma, laca y papel de estaño”, decía. Destacaba “el ingenio limeño” que había sido capaz de montar “un set de cristal perfecto” en una cáscara de nuez; y añadía, con humor, que se tenía conocimiento de quien procuraba armar un receptor con una papa y un clavo. Advertía, sin embargo, que los comerciantes de artículos para fabricación de receptores habían cuadruplicado sus precios.
El sábado 29 de agosto de 1925, La Crónica publicó un aviso del Servicio Radiotelegráfico del Perú, en el cual se leía que “en vista del gran número de receptores radiotelefónicos instalados”, el Servicio hacía presente al público que debían cumplirse las disposiciones contenidas en una resolución suprema que se transcribía a continuación. Según la resolución, fechada 18 de mayo de 1925, es decir antes de la salida al aire de la OAX, la Administración General de Correos, Telégrafos y Radiotelegrafía, por intermedio del Servicio Radiotelegráfico del Perú, se debía encargar del registro y control de las “instalaciones radiotelefónicas receptoras”. Señalaba, además, que quienes adquirieran un receptor estaban en la obligación de pagar, por una sola vez, una libra peruana por el certificado de licencia. Esa suma permitiría, según la norma, “sufragar los gastos de control y vigilancia” que se le encomendaba al Servicio.4
La resolución citada buscaba contener la proliferación de receptores armados artesanalmente y promover la compra de los aparatos ofrecidos por la Peruvian Broadcasting Co. en exclusividad. Sin embargo, al adjudicar el dinero obtenido por certificados de licencia a la Administración General de Correos y Telégrafos, se le privaba a la Peruvian Broadcasting Co. de una posible fuente de ingresos.
Sin poder percibir, entonces, dinero alguno por el certificado de licencia, y ante el aumento de receptores y antenas “clandestinos”, la Peruvian Broadcasting Co. pareció comprender la necesidad de abaratar los aparatos que vendía al público. En setiembre de 1925 anunció una semana de rebajas: los receptores de un tubo más baratos costaban 15 libras peruanas, los de dos tubos con altoparlante estaban a 23 libras, y los de tres tubos se hallaban en dos modelos, a 43 y 54 libras peruanas, respectivamente. La libra era equivalente a diez soles. El receptor de más bajo precio era de galena, y costaba 56 soles (La Crónica, 25 de setiembre de 1925).
A fines de 1925, la Peruvian Broadcasting Co. trató de encontrar clientes entre hacendados y empresarios mineros mediante avisos publicitarios:
¡Agricultores y mineros! / Indaguen de que punto de la República nos llegan elogios de los resultados obtenidos con un “Zenith” o un “Stromberg Carlson”, y demás tipos de radiolas con los que no existe distancia y merced a los cuales en las soledades del asiento minero o de la hacienda, se reciben todas las noticias del mundo, las cotizaciones y cambios comerciales, y centenares de bellas y perfectas expresiones del Arte / No titubee en la compra, y acérquese a la “Casa de la Radio” de la Peruvian Broadcasting Company – San Pedro 337 / Consulte precios” (La Crónica, 14 de diciembre de 1925).
También se dirigió a padres de familia y directores de colegios:
Los directores de Colegios y Escuelas, lo mismo que los padres de familia / no encontrarán mejor regalo para sus alumnos premiados y para la Pascua de sus hijos, que un / ‘Junior Marconi’ / Cumplirán con satisfacción el sabio consejo clásico / ‘Deleitar instruyendo’ / Con un ‘Junior Marconi’ o un ‘Baby Cristal’, las imaginaciones infantiles se despertarán a una cultura y arte provechosos / Peruvian Broadcasting Co. – San Pedro no 337 (La Crónica, 16 de diciembre de 1925).
Al parecer, la propaganda no tuvo demasiado éxito en ninguno de los casos.
En enero de 1926, la Peruvian Broadcasting Co. ofertó por la Semana de la Radio receptores desde 54 soles, y aparatos para larga distancia y con altoparlante a 20 libras peruanas (Gargurevich 1995: 85). El 3 de junio del mismo año redujo notablemente los precios, ofreciendo “aparatos radiotelefónicos completos con accesorios y sistema de antena” desde 39 soles (La Crónica, 23 de junio de 1926). Puede parecer este último precio harto razonable, si se toma en cuenta que un gramófono mediano estaba a 55 libras peruanas y los discos a 2,50 soles (El Comercio, 26 de julio de 1927); sin embargo, se hallaba totalmente fuera del alcance de los sectores populares. Según un testimonio del obrero Guillermo Oquendo, recogido por Wilma Derpich y Cecilia Israel (1987: 28), en la década de 1930 una familia obrera vivía con 1,20 soles a la semana. Las autoras acotan que el costo de vida en Lima, medido por el índice general de precios al consumidor, disminuyó entre 1926 y 1933 (aunque en ese lapso también aumentó considerablemente el desempleo), de modo que hacia 1926 una familia obrera necesitaba probablemente más de 1,20 soles por semana para subsistir; y es obvio que no compraba discos y mucho menos estaba en capacidad de adquirir el más barato receptor de radio, es más, era posible que en su vivienda ni siquiera gozara de energía eléctrica.
La venta de receptores (principal fuente de ingresos de la compañía, ante la falta de publicidad pagada) no prosperó (como ya lo había vaticinado La Crónica). La Peruvian Broadcasting Co. quedó así en una situación financiera grave.
Habría que considerar en este fracaso empresarial a la pequeñez del mercado: quienes disfrutaban de energía eléctrica eran probablemente los mismos que tenían la capacidad económica para adquirir discos y gramófonos, y se mostraban poco interesados en comprar aparatos de radio, que proporcionaban apenas unas hora fijas de entretenimiento con una calidad de sonido menor. De otro lado, quienes se hallaban seducidos por el nuevo medio habían armado sus propios receptores y antenas, siguiendo los consejos de la prensa; y podían disfrutar de la radiotelefonía sin pagar por un aparato a la Peruvian Broadcasting Co. ni abonar al Servicio Radiotelegráfico monto alguno por licencia, desafiando de este modo las advertencias de control y confiscación por parte de Estado.
El 24 de setiembre de 1926, El Comercio publicó un aviso de la gerencia de la Peruvian Broadcasting Co. citando a Junta General Extraordinaria de Accionistas para el día 29 del mismo mes, teniendo como orden del día: “acordar la disolución y consiguiente liquidación de la compañía” (El Comercio, 24 de setiembre de 1926).
En una extensa carta fechada el 23 de setiembre de ese año, y publicada en la sección “Intereses generales” de El Comercio el lunes 27 de setiembre, el lector O. A. Gonzales Moreno se refería a la crisis de la emisora y hacía una propuesta para salvarla. Juzgaba que la señal de OAX era muy potente, pero que su programación no llegaba a satisfacer al público debido a que la empresa que la administraba carecía de suficientes ingresos económicos para extenderla y mejorarla. Consideraba que era necesario mantener una estación peruana, pues no siempre se podía obtener buenas señales de larga distancia de las emisoras extranjeras, y planteaba crear un sistema de suscripciones para financiar a la Peruvian Broadcasting Co. Mencionaba el “enjambre de antenas que corona los edificios de Lima y los repartidos en otros lugares de la república que no son exponentes de suscripciones o cuotas que se traduzcan en remuneración por las vibraciones que reciben de la estación O.A.X.”. Proponía que la red de antenas debía traducirse en una de suscriptores, y sugería que se pagara 60 centavos mensuales por uso de antena en Lima, y el doble en provincias. Esta propuesta del pago por uso de antena resultaba sin embargo tardía, pues la Peruvian Broadcasting Co. estaba ya a punto de decretar su disolución, pero sería recogida por el Estado más adelante.