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MEDITACIÓN EN EL DESIERTO DE PITIS

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Bajas en Pitis y te encuentras en medio del campo. En muy pocas ciudades del mundo el metro debe haber llegado antes que las casas y las calles, tal como ocurre en Arroyo del Fresno, solar inmenso en el extremo norte de Madrid. Donde el mapa pone Pitis hubo hace años un poblado de chabolas, pero hoy es un lugar tranquilo, lento, de una nitidez objetiva, como los diálogos trenzados por Rafael Sánchez Ferlosio en El Jarama; un desierto donde solo las tercas chicharras son testigos de que la carestía de la vivienda va en serio.

Desde esta estación perdida en el páramo castellano se ve cómo Madrid avanza, imparable, como una unidad de destino en lo inmobiliario. Arroyo del Fresno es el más retrasado de los seis barrios de inminente construcción (Sanchinarro, Monte Carmelo, Las Tablas, más los ensanches de Vallecas y Carabanchel) que aportarán a la capital de España otros 225.000 habitantes, cifra equivalente a toda la provincia de Segovia y parte de la de Ávila.

Es un buen lugar Pitis para comprender el significado exacto, preciso, del arco histórico que comienza con el pacto del hotel Majestic y acaba con los idus de marzo de 2004. Primero, la entente con CiU, la broma del catalán en la intimidad; e inmediatamente después la definitiva aceleración de Madrid en busca de la megalópolis, de la ciudad planetaria cabeza de puente con Latinoamérica. Con una fuerza centrípeta más que suficiente para reabsorber energías que la descentralización, el ingreso en Europa y el Estado del bienestar han propiciado en su periferia inmediata, esto es, en Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura y La Rioja.

Contemplada desde este ángulo, la retórica igualitaria de José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra se descodifica bastante mejor. Ahí va un dato, uno solo. Albacete (152.000 habitantes), índice de vejez: 13,5 por ciento; plazas de residencia por mil habitantes: 54,9. Santa Coloma de Gramenet (115.000 habitantes), índice de vejez: 14,8 por ciento; plazas por mil habitantes: 33,2. Ninguna gran ciudad catalana, pese a disponer —no todas— de un mayor índice de riqueza estadístico, cuenta con un mayor número de plazas de residencia para ancianos que Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo («Anuario Económico de España, 2004»).

Roto el crecimiento cero de Madrid, defendido hasta principios de los años noventa por el PSOE de Joaquín Leguina y José Barranco con una ingenuidad que hoy parece sacada de un cuadro con angelitos barrocos; consolidado el glacis del Centro y amortizado el suave fru-frú del pacto del Majestic, el siguiente paso del impetuoso aznarismo fue la búsqueda del mar vía Valencia, la campaña levantina con el agua del Ebro como nuevo Jordán. Ya decía Ortega en su España invertebrada que la mente castellana es la mejor dotada para articular «la España integral»... con ríos de cemento, campos de golf y el ceño fruncido... Un vergel de plusvalías era la promesa, y el grito de guerra: «¡A por ellas que son de regadío!».

Visiones desde el desierto de Pitis, mientras el sol comienza a caer aplomo en un Madrid jovial y sin primavera. Es fascinante vagar por su periferia con ojos de novato: un metro que no se acaba nunca, con estaciones bautizadas así en lo nacional (Guzmán el Bueno, Antonio Machado, avenida Ilustración...), como en lo civil (Valdezarza, Peñagrande, Lacoma...); el tren hasta el Pozo del Tío Raimundo y de nuevo Atocha, todavía con un nudo en la garganta. Visiones de Pitis, donde uno cree oír a Pier Paolo Pasolini, que murió en un descampado... los últimos versos de «II canto popolare»: «a la luz de un tiempo que comienza / la luz de ser aquello que aún no se sabe».

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