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Criterios de las macro-operaciones

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Las evidencias e inferencias. Al demostrar nos situamos en el criterio de verdad y en lo intemporal. La descripción se aproxima, un tanto ambivalente, al eje de la verdad. En los casos de la argumentación y la narración, la evidencia es, sobre todo, del orden de lo verosímil.

Al demostrar acudimos a una operación de inferencia lógica evidente (deducción o inducción) mientras que al argumentar usamos la abducción, el ejemplo no científico, el entimema o la analogía y, por lo general, decidimos sobre la validez limitados y condicionados por el tiempo en un doble sentido: por el carácter histórico de nuestras decisiones y por la limitación del tiempo para deliberar. En la narración construimos las inferencias a partir de las funciones narrativas y en la descripción a partir de las funciones descriptivas.

El sujeto y la objetividad. La demostración remite al estatuto de un sujeto epistémico objetivo, que es la teoría, desde donde se justifica el saber. La argumentación se mueve en cambio en el estatuto de un sujeto sociohistórico y cultural33 que proporciona las garantías para pasar de lo aceptado a lo no aceptado y es el soporte del sentido atravesado por diversas formaciones discursivas e ideológicas. La narración presenta un sujeto que no es el autor sino el narrador que funciona desde una voz determinada (1ª, 2ª o 3ª persona; narrador omnisciente que sabe todo; o existencial que apenas capta la percepción de lo que sucede a cada momento, etcétera) y un enfoque particular. En la descripción el sujeto descriptor cumple su labor a partir de las condiciones generales objetivas del equipamiento humano y de la lengua, pero también desde las concepciones, lenguas, teorías y culturas particulares que dan un sello peculiar a la construcción de los datos.

Argumentación y narración se mueven más en el eje del sujeto, lo involucran. No pueden ser objetivas, de ahí—entre otras cosas— la distinción platónica entre opinión (doxa) y saber (episteme). La narración es decididamente subjetiva, la argumentación puede, todo lo más, aspirar a una intersubjetividad (un acuerdo entre sujetos) de gran alcance para un grupo social, una cultura o un periodo histórico. Ello es así a pesar de que el «juez racional» de la pragma-dialéctica, las reglas lógicas de la dialéctica formal o la idea del «auditorio universal» de la nueva retórica tratan de llevar la argumentación al extremo de lo objetivo, buscan acercarla a la demostración, minimizando su componente retórico en favor del lógico-dialéctico. Sin embargo, cabe mencionar que incluso en la ciencia debe existir siempre cierta apertura a la subjetividad, pues es necesario pensar el movimiento del saber dentro de una comunidad ilimitada de investigadores que se desarrolla en el tiempo, como sugería el filósofo, lógico y semiotista Charles Sanders Peirce; de otra manera nos negaríamos al movimiento espiral ascendente del conocer y a los retrocesos y substituciones de teorías.

En el límite, ni descripción ni demostración pueden eliminar jamás al sujeto; todo dato es construido-reconstruido desde una teoría, una ideología, un mito o una lenguacultura. Este universal del discurso (la existencia en él de un sujeto) ha quedado demostrada incluso en la física con el sugerido principio de incertidumbre de Heisenberg (no podemos conocer a un tiempo el lugar y la velocidad de una partícula, porque el sujeto observador altera el experimento), en la matemática con el teorema de Gödel (en sistemas llamados de Hilbert, no es posible demostrar todas las proposiciones, al menos una es indemostrable y por lo tanto es un presupuesto heredado, lo cual nos conduce de forma mediata a la elección del sujeto) y en el análisis del discurso con la formulación antihusserliana (contra el primer Husserl) de Gadamer acerca de la interpretación: no podemos partir de cero al interpretar un texto, ya que siempre existe un pre-juicio, un juicio previo.

Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta, decía Eurípides, recordado por Edgar Morin al hablar de la incertidumbre y la subjetividad en las teorías contemporáneas.34 Es necesaria —escribe también Morin— la reflexividad que integre al observador-conceptualizador en la observación-conceptualización y la «ecologización» de la observación-concepción en el contexto mental y cultural que es el suyo.35

La objetividad no es nunca absoluta, aunque alcanza un mayor grado en las creaciones humanas más controladas, como las leyes matemáticas. Son exactas porque las ha hecho el hombre, como decía el filósofo italiano Vico hace más de tres siglos (principio del verum/factum). Lo que llamamos objetividad es, las más de las veces, intersubjetividad. La subjetividad nunca es absoluta porque entonces, simplemente, no tendría ni siquiera lenguaje, que es por fuerza compartido.

Los objetivos. Los objetivos de las macro-operaciones son de igual modo variables: demostrar (axiomas, por ejemplo) se opone a persuadir, convencer, ganar a toda costa o llevar al otro a determinada acción o estado de creencia en el caso argumentativo. El narrar poético pretende deleitar, decir las cosas de un modo bello y la descripción busca la precisión, el detallar los elementos necesarios y suficientes.

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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