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Prólogo

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La obra que el lector tiene en sus manos, El arte de argumentar. Sentido, forma, diálogo y persuasión es una verdadera novedad en el tratamiento del tema en la tradición mexicana y latinoamericana, ya que elabora una primera topografía de la problemática de la «Nueva teoría de la argumentación», que se origina en torno a 1947 (con las obras de Arne Naess y Crawshay-Williams), que se desarrolla desde 1958 (con los trabajos de Chaïm Perelman, Olbrechts-Tyteca, Toulmin y Kotarbinski), y que se expande desde 1972 (con las investigaciones de Grize, Vignaux, Miéville y muchos otros).

Pedro Reygadas es un joven pensador de una muy estricta y disciplinada formación intelectual, que ha podido estudiar en Lyon (Francia), en York (Canadá) y en México, con maestros de renombre como M. Gilbert, Ch. Plantin y J. Haidar, en especial en lingüística y antropología, pero con una excelente formación en otras disciplinas, incluyendo la filosofía. Todo esto lo ha preparado para romper con una visión reductiva de la argumentación como siendo un momento exclusivo racional de la lógica, o aun de la retórica o pragmática, en un sentido estrechamente epistemológico.

Por ello la obra del profesor de la novel Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), que lo cuenta entre sus fundadores y forma parte del claustro académico, debe ser acogida como una saludable aportación al describir una visión ampliada del «arte de la argumentación», que incluye decisivamente la emotividad,1 la lógica de las intuiciones, los deseos, las creencias, la intersubjetividad, con un sentido fino democrático, desde un compromiso con las luchas populares en el México actual, dimensiones todas que hubieran sido consideradas por muchos teóricos que cultivan el campo de la argumentación como extrañas al tema. Reygadas amplía, entonces, el campo de la argumentación y lo hace con una precisa, autorizada, informada descripción de las diversas posiciones o estilos en el tratamiento del tema, de enorme trascendencia por mostrar la posibilidad del uso de estas herramientas intelectuales y emotivas en la vida cotidiana de un pueblo. Es por lo tanto un ataque frontal a cierto racionalismo dogmático de la modernidad tan frecuente en nuestro medio filosófico mexicano.

Trata de mostrar, y lo logra, que el «arte de argumentar» se mueve no sólo en la lógica (la «lógica lógica» gusta de escribir), sino también en la dialéctica erística, la retórica reformulada, la semiótica y el análisis del discurso. La argumentación puede ser verbal y proposicional, pero igualmente hay argumentación para-verbal, no-verbal, y hasta puede argumentarse desde el silencio del gesto. Se trata de una teoría ampliada de la argumentación cuyo mapeo de las nuevas posiciones no han sido dadas a conocer de manera tan extensa en ningún otro texto en lengua castellana.

En un tono expositivo claro el texto es sumamente polémico, hasta por el documento político que usa como ejemplo a lo largo de toda la obra, la primera «Declaración de la selva lacandona».

La obra se divide en tres secciones (con sus correspondientes capítulos). En la primera, se ocupa de la argumentación, recordando lo sabido por la tradición. En la segunda, nos informa de manera muy precisa de «La nueva teoría de la argumentación» (donde describe las posiciones de Crawshay-Williams, Toulmin y Habermas, y otros representantes de la nueva retórica). En la tercera sección, «Teorías críticas y emergentes», encara el tema que más le interesa, para mostrar cómo entran las emociones en el proceso argumentativo, el momento sociocultural no-verbal, la erística y la coalescencia (sobre lo que ha publicado trabajos innovadores con anterioridad a este libro). En otro libro, el autor investiga la relación entre «Argumentación y discurso». Un «Anexo histórico» retorna sobre el proceso del nacimiento del «arte de la argumentación», prácticamente desde los griegos hasta el presente, a manera de una información pedagógica sumamente útil para la enseñanza y los cursos que se imparten sobre la cuestión. Además de los nombrados, habría que agregar una larga lista a partir de Aristóteles; Charles S. Peirce no puede dejar de ocupar un lugar central, con su pragmática semiótica.

Nuestro pensador muestra siempre un espíritu informado de los autores más recientes (sean anglosajones o franceses, alemanes, holandeses o italianos), usando bibliografía en todas esas lenguas, lo cual es ejemplar para los jóvenes investigadores. Pero no sólo es mera información, es siempre un enjuiciar las tesis expuestas desde sus propias posiciones críticas —en el sentido de la Escuela de Frankfurt—. Sabe diferenciar la mera demostración explicativa de la argumentación narrativa, a partir de la distinción redefinida de «explicación» y «comprensión».

No podemos menos que felicitarnos de que la UACM haya tomado la iniciativa de publicar esta tan necesaria investigación.

Para terminar, se me ocurre proponerle a nuestro amigo y colega, si fuera posible en el futuro, tratar el tema pretendiendo frontalmente intentar la elaboración de un Arte crítico de argumentar, y por ello plenamente latinoamericano (a partir de nuestra postración colonial, de la existencia de pueblos originarios indígenas, siendo la nuestra una cultura periférica, etcétera), que usara todos los avances de las nuevas teorías de la argumentación, desde la emergencia de lo más novedoso en la actualidad, y que se tuviera muy en cuenta como hilo conductor de la investigación y en la exposición, lo que hemos llamado con algunos colegas (Walter Mignolo, Aníbal Quijano, Ramón Grosfoguel y otros) la «diferencia poscolonial», que a través de toda esta obra se hace presente en situaciones tales, y muy bien descrita, de los «silencios que gritan», de las víctimas de la injusticia, no sólo en los niveles económico y político (siempre tenidos en cuenta), sino propiamente cultural, y por lo tanto argumentativo. Las víctimas no pueden participar en la argumentación. La pretensión consistiría en ordenar todo el material (que se encuentra como disperso en toda la obra) de un Arte crítico de argumentar a partir del otro, del silenciado, del oprimido, del excluido, del pobre, del pueblo postergado. En mi debate con Karl-Otto Apel, a esa protesta, ese grito del otro excluido, lo describí como un acto-de-habla bajo el nombre de «interpelación». Es a partir de este núcleo fuerte que interpela desde la exterioridad de los sistemas argumentativos vigentes, hegemónicos o dominantes, que sería posible ofrecer al «centro» (Estados Unidos y Europa), una Teoría crítica del arte de argumentar, con sentido liberador, que sabe situar el hontanar arquitectónico categorial desde la periferia, desde abajo, desde la mayoría de la humanidad empobrecida. Como decía un dirigente popular en el Foro Social Mundial: «¡No tenemos nada!, somos pobres, pero tenemos la razón». «Tienen la razón» y la necesitan; y necesitan a la razón porque quieren vivir. El querer vivir es la voluntad, y la motivación de la voluntad es la fuerza y el poder del razonar; porque al final la razón (y la argumentación como su mediación) es una astucia de la vida. Es la vida que no se resigna a ser eliminada en los excluidos, en las grandes masas del sur, a los que no se les permite el ejercicio pleno de la racionalidad. Ellos se levantan hoy exigiendo poder argumentar, emotiva, cultural y socialmente, teniendo como punto de partida la afirmación de la vida como criterio de verdad. La verdad es referencia a la realidad, a la vida. Esta verdad motivada por el querer vivir (diría Schopenhauer o Nietzsche) es el contenido de toda argumentación pertinente; ejercicio de la racionalidad argumentativa con la que hay que saber colaborar para que sea desarrollada, llevada a cabo, para que nutra las luchas de millones de personas, de miles de nuevos movimientos sociales que surgen en África, Asia y América Latina, y que necesitan la argumentación como arma de su liberación.

ENRIQUE DUSSEL

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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