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Interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir

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Es importante indagar acerca de los términos del campo de la argumentación en cada idioma para ver la influencia que va del lenguaje argumentativo y la práctica cultural a la teoría de la argumentación, así como de regreso de ésta al lenguaje y la cultura. Así, significativamente, en nuestros andares por la lengua y cultura castellanas, al hablar de argumentación podemos oscilar del examen al poder policiaco, de la solicitud a la demanda, de la búsqueda del saber a la manipulación, de la creencia a la imposición. La argumentación tiene múltiples connotaciones, no tiene un valor único ni la «cuestión» nos remite tan sólo a la búsqueda desinteresada de la verdad. Pero para mostrar esto al lector, nos adentraremos en algunas de las palabras del campo de la cuestión. Empezaremos por la asociación más corriente de la «cuestión» en el lenguaje cotidiano: la pregunta.

Las preguntas. Existen preguntas trascendentales que se responden mediante la fe, preguntas abiertas como las de la filosofía, preguntas que llevan a las soluciones de la ciencia y preguntas que remiten a diversas alternativas de la opinión. No hay una fractura absoluta entre las distintas preguntas, ya que pueden compartirse en la historia o la sincronía, como al cuestionarnos: ¿cuál es el centro del universo? En un primer momento, los sabios de occidente respondieron tal cuestión de manera casi unívoca, a favor del geocentrismo. Después, se siguió respondiendo todavía a favor del geocentrismo desde la fe religiosa católica, mientras que desde la ciencia emergente se opinó en pro del heliocentrismo. Fueron esos los tiempos de Copérnico y de la «demostración» de tal postura por Galileo, en confrontación con la iglesia. Ya en la segunda mitad del siglo XX, la iglesia reconoció la validez de la respuesta de Galileo; existe pues un movimiento en la historia que permite cambiar de respuesta frente a cada pregunta, volver sobre ella, como en una espiral del conocimiento, cada vez más cerca de la verdad, cuando no hay olvidos, mala fe, pérdidas históricas o extravíos notables. Incluso los discursos filosóficos, científicos, argumentativos y religiosos encuentran puntos de contacto a través del tratamiento de las cuestiones de unos y otros que se imbrican en la vida social.

Solemos decir que si una «cuestión» tiene más de una respuesta es argumentativa. La fe típica tiene sólo la respuesta del dogma —aunque santo Tomás o Teillard de Chardin, por ejemplo, piden un acuerdo entre la fe y la intelección—. Y la ciencia, hasta ya entrado el siglo XX, tenía sólo una respuesta «adecuada» a la realidad, aunque hoy tiende a abrirse paso el pluralismo epistemológico. La fe y la opinión tienden al extremo de la doxa, la ciencia al de su cuestionamiento, la filosofía se sitúa en el plano de la perpetuación de la pregunta y la argumentación en el de la oposición-diferencia entre las respuestas.

Ahora bien, podemos argumentar sobre una u otra respuesta de la fe, sobre una u otra salida filosófica, sobre una u otra solución científica, sobre una u otra opinión. Las opciones diferentes serían el sello de la argumentación, que es el polo siempre móvil, activo, inacabado en el continuo que va de la operación argumentativa a la demostrativa.

En el carácter básico de la oposición argumentativa todas las corrientes actuales están de acuerdo, aunque de ello algunas derivan, de manera inadecuada, el predominio de la lógica, de la veridicción (la certificación de lo verdadero o falso) y el desdén o deslegitimación de la retórica. Ahora bien, independientemente del debate entre lógica-dialéctica y retórica, es interesante preguntarse sobre cómo cada lengua matiza de diversa manera los verbos interrogativos del «campo de la cuestión».

El acto discursivo: interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir. Para Ducrot y Anscombre, en una de las interpretaciones que dan del acto de interrogación en su sentido general42 se le debe atribuir, a un nivel intrínseco, un valor argumentativo; y su valor le confiere la misma orientación argumentativa que poseen las frases negativas correspondientes. Ello significa que si pregunto en determinados casos: «¿vas a venir al baile?», ello tiene el valor equivalente a suponer «no vas a venir al baile», de otra manera no preguntaría yo. En la pregunta retórica, que cumple un acto de argumentar, se actúa como si la respuesta fuera obvia, se interroga sólo para recordar determinada respuesta y se niega lo presupuesto en la pregunta.43 Aunque existen preguntas retóricas invertidas, positivas, como actos de subordinación o de cortesía («¿me permite abrirle la puerta?»).

El acto de preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir convoca un contenido proposicional mínimo compartido. De acuerdo con el efecto comunicativo e interactivo del acto, los verbos de cuestión son considerados jurídicos, implican el forzar en cierto sentido al otro, que se ve obligado a responder o a guardar silencio, lo cual tiene ya un costo, pues en el extremo, en estos casos, «el que calla otorga». Aunque no responder puede constituirse en un poder, un reto a lo establecido.

El acto de preguntar conlleva una posición de menor poder en lo general. Parte de una condición de responsabilidad —salvo uso retórico o de mala fe— de que se ignora algo y de pensar que quizá el otro puede estar en condición de responder. El acto de preguntar no supone por fuerza el efecto interactivo de una respuesta argumentativa, ya que puede conducir también a la simple aclaración. Su condición esencial y de sinceridad es que se ignora algo, se supone puede dársele una respuesta a la ignorancia y se la quiere en verdad conocer. El otro debe comprender de acuerdo con el efecto comunicativo qué se le pregunta y la pregunta lo mueve a responder o al menos a preguntarse a su vez. Preguntar es buscar el saber, es un acto de pretensión cognoscitiva.

El acto de cuestionar es un acto que convoca una condición de responsabilidad crítica y argumentativa, presupone la posibilidad de dar una respuesta distinta a la formulada por el otro. El acto de inquirir es incluso investigativo, conlleva la sinceridad de suponer por el inquisidor una pregunta sobre algo respecto a lo cual el otro puede tener a su vez cierta responsabilidad; inquirir puede llegar a tener una carga negativa respecto a la valoración moral del otro. Esto último no sucede cuando el sentido de inquirir se carga ya hacia la interpretación científica, como búsqueda abierta para indagar respuestas a un problema.

En suma, preguntar supone ignorancia o deseo de saber. Interrogar es directamente un ejercicio jurídico y de poder. Inquirir es investigar (de hecho hay dos entradas de los verbos de cuestión: inquirir como investigar acerca de un objeto e inquirir al otro respecto a algo en sentido positivo o negativo). Cuestionar puede ser crítico o también agresivo y retador.

Los verbos y actos asociados a inquirir, cuestionar, preguntar e interrogar remiten a una diferente fuerza ilocutiva (este término fue acuñado por el filósofo del lenguaje ordinario John Austin para hablar de la forma en que debe ser interpretado un acto, ya sea de manera explícita o implícita, como cuando alguien dice intempestivamente en una conversación «¡hace mucho frío!» y nosotros podemos interpretarlo como un «no me interesa lo que dices»). Ahora bien, preguntar y cuestionar pueden admitir uno o dos sujetos en juego («me pregunto», o bien, «pregunto» algo a alguien diferente). Inquirir no admite el reflexivo («me inquiero» es agramatical) probablemente porque tiene la carga histórica de investigar acerca del otro. Interrogar es un verbo que a pesar de admitir el reflexivo (me) remite con más facilidad a dos sujetos.

No hay simetría entre los sujetos de los actos discursivos de cuestión en castellano. En español quien pregunta, interroga, inquiere o cuestiona ocupa, en principio, una posición conversacional alta, dominante; es decir, obliga con su poder al otro a responder o romper el contrato del diálogo. En este sentido, toda pregunta, interrogación o cuestión tiene un dejo predominante de acto de poder. Éste se anula, sin embargo, cuando el preguntar exhibe una ignorancia marcada, que indica una posición conversacional baja. En el cuestionar, aquel que cuestiona está más claramente en posición alta (y aquí hay que notar que en inglés, por ejemplo, no se da esta situación siempre, porque cuestionar es más equivalente a preguntar). Hay en realidad una escala en el saber-poder, en español, donde —en un sentido de diccionario, estructural y sin tomar en cuenta el contexto— el cuestionar es crítico (un saber opuesto a otro) mientras que preguntar es —muchas veces— condición de no saber e interrogar es recurrir a un poder que obliga al otro (de ahí que digamos «no me interrogues» cuando alguien es demasiado insistente en algún asunto comprometedor).

Preguntar, interrogar, cuestionar, inquirir remiten de algún modo al nodo de la argumentación. Sin embargo el campo de términos afines se ensancha con facilidad hacia otros actos discursivos fronterizos: la aclaración (aclarar, esclarecer, dilucidar, precisar), la investigación (interesarse, averiguar, examinar, investigar, indagar) y la duda (dudar), así como marginalmente la petición (pedir, solicitar, rogar), la exigencia (demandar, exigir, interpelar), la consulta (consultar) y la curiosidad (curiosear).

Los sujetos de la cuestión. Como acabamos de anotar, no hay simetría en la lengua española respecto a los sujetos de los verbos argumentativos. Quien pregunta es preguntón, lo mismo que quien responde es respondón, cosas consideradas malas, de entrada, aunque a mi entender no debieran serlo, ya que preguntar es base del conocer, como decía el ilustre mexicano Narciso Bassols: el que pregunta, aprende. Lo que está detrás del ataque a la pregunta es sin duda el poder. El preguntón y el respondón no están en la posición adecuada, porque jamás diríamos preguntón a un juez, a un fiscal o a un reportero autorizado.

No hay un preguntador y un respondedor o respondente fuera de las jergas jurídicas. Sólo aparece la función del que pregunta y responde en tanto exceso. Quien interroga es «interrogador», que es un término válido aunque suena peor aún que preguntón, por su carga de torturador o policía de averiguaciones judiciales. Quien responde el interrogatorio es por su parte el interrogado. Quien cuestiona es valorado como cuestionador (crítico, activo) en culturas del cambio y atacado en culturas de tradición y mantenimiento del poder. En tanto que el cuestionado está siempre en una mala posición inicial, tiene que remontar la desventaja a lo largo del intercambio comunicativo. Inquisidor es una palabra con carga histórica abrumadora, aunque puede usarse ya en sentido positivo si refiere a una actitud de investigación («es muy inquisidor», como sinónimo de penetrante). Su contraparte, el «inquirido», no existe en el habla común sino sólo en forma ocasional en el discurso judicial, referido a quien responde a la «inquisición».

De la cuestión a la respuesta. La unidad de todos los verbos parece estar dada en su contraparte. Al preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir, sigue y se opone un único par adyacente: responder. A pregunta, interrogación, cuestión, inquisición, se opone la respuesta. Responder, dar respuesta es el verdadero centro unitario de la argumentación y no el preguntar, aunque las preguntas permanecen y las respuestas son transitorias. Una pregunta sin respuestas no es argumentación, sólo su posibilidad. Argumentar es por ello una cadena: pregunta-problema-alternativas de respuesta en pro y en contra (o de más de dos valores).

Interrogación, pregunta, cuestión, inquisición. En la lengua española, aunque los términos son intercambiables en ciertas situaciones, existe una gradación entre interrogación, pregunta y cuestión. No tienen el mismo sentido, no remiten al mismo hábito ni producen los mismos efectos. Creo que es útil sondear, al menos superficialmente, el valor de estos términos y su carga procesal.

La interrogación nos conduce a dos salidas: al acto interrogativo general en contraposición a la aserción que afirma, la exclamación que expresa o el imperativo que ordena; y a la interrogante, que es más subjetiva y evoca la duda, ya que es un tanto más filosófica, más epistemológica (de conocimiento). Como dice Peirce:44 «la irritación de la duda causa una lucha por alcanzar un estado de creencia». La interrogante por su parte es utilizada cuando la duda puede quedar «en el aire», sin resolver, sin respuesta. En la pregunta, la necesidad de creer pide de forma más exigente una respuesta. La interrogante, que es una nominalización, tiene una mayor carga de acto. La pregunta en cambio aparece más como un simple producto. Ambas pueden no incluir un sujeto determinado (como al decir «la interrogante es: ¿se calentará el planeta hasta hacer la vida del ser humano imposible debido a la contaminación o no?»).

Cada término remite a una diferente historia y práctica sociocultural de la palabra. Hoy la pregunta nos lleva, por ejemplo, a la evaluación del examen. Interrogación nos conduce al signo escrito (¿?). Como Peirce señaló, ni la pregunta ni el signo conllevan en sí argumentación. En cambio la «cuestión» remite, para los estudiosos, a la dialéctica griega y a la questio latina, y para el hablante ordinario supone la existencia de un problema, que es más propiamente argumentativo. La cuestión es un tanto positiva; decimos «ahí está la cuestión», es decir, el centro del asunto o el detalle a valorar, de manera todavía más decidida que en la pregunta. A la vez, la cuestión evoca también la duda («ser o no ser, ésa es la cuestión», reza el Hamlet de Shakespeare).

En nuestra cultura occidental, el poder que describimos de la cuestión se manifiesta en su extremo en la inquisición, que no es ya un objeto sino una institución, la cual pregunta —históricamente— hasta el límite de la tortura.

Cuestionario e interrogatorio. En cuanto a la derivación de nombres, en consonancia con lo anterior, el cuestionario es un examen, un dispositivo de poder escolar, una lista. El interrogatorio, en cambio, es un dispositivo policiaco, represivo. El «preguntario» no existe ni tampoco el «inquisitario», sino sólo el procedimiento inquisitorial.

Así pues, la argumentación se asocia a cada lenguacultura pero su práctica y teoría remite siempre a una cuestión, a un problema por resolver a cuya pregunta se responde reafirmando la duda o desde posiciones en pro o en contra de determinada solución en diversos grados. La argumentación como tipo de discurso es una macro-operación que reúne los macro-actos de argumentación a favor de una opinión y de refutación en contra de la misma. Es acompañada de diversas funciones comunicativas y cumple funciones propias de esquematización de objetos discursivos, justificación de esquemas de juicio, organización y valoración del discurso. Se mueve entre dispositivos de inquisición, poder, debate e investigación. Remite a diferentes juegos y prácticas socioculturales y teóricas, así como a distintas subdisciplinas: lógica, dialéctica, retórica, lingüística, semiótica, hermenéutica y análisis del discurso, mismas que vamos a exponer en cuanto a su estado del arte en la nueva teoría de la argumentación surgida después de la segunda guerra mundial.

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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