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La argumentación no es sólo un malentendido

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Un malentendido o su fundamento de no comprensión se resuelve mediante aclaración, en tanto que una argumentación se resuelve en la dialéctica mediante disputa, ya sea regulada o no. En retórica, un diferendo se resuelve por el auditorio gracias a la menor o mayor persuasión de dos discursos dados. El malentendido es uno de los umbrales inferiores de la argumentación, el umbral inferior de la diferencia. Es un núcleo de la comunicación y la argumentación, pero que sólo es tal en tanto se vuelve en realidad polémico y atañe a la verdadera diferencia. El otro umbral inferior es el de la lógica, de la argumentación como mero producto, sin la presencia de personas, o sea, el argumento sin argumentador, sin agente, sin sujeto (o con la teoría por sujeto epistémico).

El malentendido, pese a ser un umbral inferior argumentativo muestra ya la necesidad de conciliar descripción y norma. La descripción nos ayuda a comprender cómo es el malentendido, la norma nos fija estándares de cómo proceder, interpretar y qué considerar para disolver de la mejor manera posible la diferencia. El tratamiento del malentendido funde la lógica que nos permite comprender su forma y precisar su contenido, el lenguaje que es su núcleo, la dialéctica que establece el procedimiento de su disolución y la retórica que nos permite conocer las connotaciones culturales e individuales de cada contexto. El malentendido, simple como es, nos lleva ya hacia lo paraverbal y lo no verbal, así como a las dimensiones del poder, la ideología y la cultura. Negar cualquiera de estos niveles es negarse a resolver de la mejor manera un malentendido, lo mismo que negar las dimensiones sentimentales, de creencia e intuición y el todo de la comunicación. Las propuestas analíticas pueden no ser conciliables entre sí, pero lo importante es reconocer las posibilidades de cada teoría y la complejidad de lo real, permanecer en un estado de diálogo y apertura.

El malentendido, por último, nos hace pensar en una de las condiciones fundantes de la argumentación: la diferencia y la polémica. Cuando no existe polémica no hay aún verdadera argumentación. El problema estriba en que muchas teorías dialécticas tratan la argumentación «como si fuera» un mero problema de malentendido. Es decir, una postura es la correcta, la otra no justifica de manera adecuada su razón. Si el que «pierde» entendiera, aceptaría que pierde. Todo está en la razón y la aclaración. Es el caso, en diferentes grados, de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, de la pragma-dialéctica y de algunos pensadores del amplio subcampo de la lógica informal: «la luz de la razón» debe llevar al otro a la comprensión del «mejor argumento», cosa cierta en muchos casos, pero no siempre. Además, esta visión presupone una sola vía para comprender lo real, lo cual, nos llevaría, por ejemplo, a abandonar la posibilidad en la física de hacer coherencia tanto de la teoría corpuscular como de la teoría ondulatoria de la luz. Más compleja aún es la cuestión en las ciencias sociales, que desarrollan a un tiempo diversos paradigmas en conflicto. Y ya ni qué decir de la polisemia poética, que algunos quieren domar mediante análisis formales o lingüísticos unívocos.

La diferencia es también algo relevante. La diferencia es ya la base de las distinciones. Las distinciones son culturales, son asunto de conocimiento. Toda diferencia es sociocultural hasta un cierto grado. Aun un algo natural, al ser la realidad multideterminada, puede ser visto desde otro punto de vista. Físicamente distinguimos entre un líquido caliente y otro frío. Pero podemos decir, desde una particular perspectiva, que son la misma cosa: un líquido, el mismo líquido, no importa si está caliente o frío. O podemos sentirlo frío o caliente, según nuestras peculiaridades sensoriales.

La socioculturalidad y el enfoque de la argumentación son necesarios, aun en la simple diferencia. La distinción nunca es inocente, está situada. Es cierto que distinguimos para entender, pero para entender en una cierta forma y desde un cierto ángulo (bajo un cierto fundamento, diría Peirce). La montaña no aparece igual de abajo que de arriba, de enmedio o desde un helicóptero y no suele ser fácil decidir cuál sería la esencia objetiva de la montaña por encima de las miradas que la contemplan. De ahí que sea tan fácil desplazarse de la distinción a la discriminación. La racionalidad puede ser una forma de discriminación, por su condición nuclear misma. La única manera de abolir la discriminación de una racionalidad es abolir la diferencia, pero si no hay diferencia no hay distinción y donde no hay distinción no hay conocimiento. Conocer es separar. Tenemos por tanto que aceptar —hasta un cierto grado cuyo límite es la ética política, la concepción de los derechos humanos y no sólo la lógica— las diferencias de teoría, de cultura, de grupo social, de género y de generación para construir, basados en ellas, una racionalidad igualitaria. Esta tarea es sin fin, abierta, un vaivén.

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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