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El umbral inferior de la argumentación

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¿Cuántas veces no hemos escuchado la frase «es sólo un malentendido»? La afirmación pareciera indicar que un malentendido es algo sencillo, que se disuelve con facilidad y que lo realmente importante está en otra parte. Sin embargo, lo que está detrás del malentendido es todo menos simple, es el nodo mismo de la teoría lingüística, de la comunicación y de la argumentación en su umbral inferior, como voy a tratar de mostrar.

El malentendido puede definirse, en un sentido amplio, como una mala comprensión de algo, como una diferencia entre los participantes de la comunicación que es debida a un error inconsciente de producción (dije algo que no quería), un error de recepción (entendí algo que no dijiste o querías decir) o una diferencia de interpretación (concebimos algo en forma diferente) de una o todas las partes en el debate interpretativo. El malentendido puede ser disuelto cuando los actores en conflicto de interpretación parten de un acuerdo compartido respecto a uno o más criterios de validez o llegan a la construcción de tal acuerdo.

Si los errores o diferencias del malentendido no trascienden, se corrigen automáticamente o simplemente se aclaran, no sucede nada ulterior. En estos casos, lo que en realidad requerimos es, como se dice en las disputas maritales, «aclarar las cosas»; aclarar o precisar forma parte del argumentar, pero no es una argumentación en el sentido fuerte, de una discusión asociada a un verdadero y asumido diferendo. Existe aquí una tensión entre la compatibilidad y la incompatibilidad, ya que la argumentación y el malentendido parten de algo no compartido pero necesitan un mínimo compartido, de otra manera no hay posibilidad de poner una discusión sobre la mesa o precisar un punto. Es decir, si no podemos entendernos de forma mínima, el acuerdo o la disolución del malentendido es imposible. Si no hay una base común ni siquiera podemos hablar de malentendido sino que estamos ante una incomprensión plena.

Como sucede en muchos umbrales, las fronteras del tema que nos ocupa son difusas. Cuando las interpretaciones se enfrentan, el malentendido constituye de cualquier manera el umbral inferior de la argumentación. El malentendido, aparente o real, puede evolucionar hacia una disputa, como lo vemos acontecer, desafortunadamente, en todos los ámbitos de la vida social. Por un malentendido puede acabar un matrimonio (te vieron darle un beso al «novio» que era sólo un amigo), comenzar la guerra (se comprende mal un gesto diplomático), imposibilitarse la unión de dos organizaciones (una de ellas considera, erróneamente, que la otra fue formada con dinero de hombres del poder) o, en sentido positivo, iniciar un descubrimiento o discusión insospechada (aplicar un reactivo equivocado, debido a un malentendido, y descubrir un nuevo compuesto). Si estos casos avanzan, donde parecía haber un malentendido por aclarar, nos topamos con una real diferencia a ser argumentada.

El malentendido está en el origen de la nueva teoría de la argumentación. Después de la segunda guerra mundial, como hemos ya indicado, contribuciones como las de Arne Naess1 y Crawshay-Williams2 nos ayudaron a comprender la forma de poner en claro qué es lo que se está debatiendo con exactitud en una disputa, así como la manera de establecer el propósito exacto de un acto proposicional (el acto mediante el cual se presenta una proposición que expone el contenido componente de un juicio). Con ellos, la ruptura con la lógica fue triple: ésta dejó de ser una cuestión de monólogo y pasó a ser también una lógica dialéctica en forma nítida; la abstracción dio entrada a una noción inicial del sujeto de la argumentación; y la lógica comenzó a estudiarse ligada al contexto, abriendo camino a la pragmática (es decir, al estudio de los argumentos según su uso).

Veremos ahora cómo Naess y Crawshay-Williams —cuyas propuestas casi no se conocen en español— pusieron sobre la mesa la discusión acerca del malentendido. Invirtiendo el orden histórico, voy a tratar primero, en beneficio de la lógica de exposición, la propuesta de Crawshay-Williams. Ahora bien, como una ilustración de la posibilidad de los distintos tipos de análisis, quiero exponer no sólo el aporte lógico dialéctico de Naess y el lógico, dialéctico, retórico y lingüístico de Crawshay-Williams, que recupero de Fundamentals of Argumentation Theory (Fundamentos de la teoría de la argumentación) sino también el acercamiento al malentendido desde otras perspectivas. Quiero mostrar y demostrar que es posible el tratamiento de un problema desde diversas perspectivas con resultados pertinentes en diversos niveles —aunque no necesariamente conciliables o unificables siempre— y que este ejercicio permite además una crítica más orgánica de los problemas de la teoría de la argumentación, ya que en el fondo el fenómeno argumentativo es multideterminado, por más que cada teoría lo observe sólo bajo su particular óptica.

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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