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Crawshay-Williams: ¿cuál es tu propósito?

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Este autor inglés pone gran atención en los malentendidos verbales. Su libro clave, Methods and Criteria of Reasoning. An Inquiry into the Structure of Controversy (Métodos y criterios de razonamiento. Una investigación sobre la estructura de la controversia), se pregunta ¿cómo usa un texto el lenguaje en tanto instrumento de razón? Busca, a la vez, responder a la cuestión de si el uso que hacemos de la lengua es eficiente. En la perspectiva de la integración resulta interesante señalar que el enfoque de Crawshay-Williams es sobre todo lógico, pero tiene componentes dialécticos, retóricos, lingüísticos y pragmáticos; lógicos, en un sentido amplio y en tanto se interesa en la verdad o falsedad de las proposiciones; lingüísticos, en un sentido estricto de la investigación sobre las palabras, los malentendidos y sus remedios; pragmáticos en cuanto se interesa en el contexto, así sea éste restringido; y retóricos también, en la medida en que considera los propósitos —no sólo los hechos— al evaluar los malentendidos y, por extensión, los argumentos en general. El análisis es retórico así mismo cuando considera la importancia no sólo de operar de acuerdo con normas convencionales sino de estudiar el origen de las mismas y la construcción del consenso, al relativizar antropológicamente la argumentación en función del contexto. Para Crawshay-Williams si un defensor y un atacante de un punto de vista están de acuerdo en los criterios de prueba concernientes a la proposición, no debe tomar mucho decidir si:

• Es verdadera o falsa

• Es probablemente verdadera o falsa

• Es imposible determinar si es verdadera o falsa

Quedan fuera de este enfoque los actos de habla que no son verdaderos o falsos, sino vacíos, huecos o insinceros, como un bautizo sin el ritual establecido o una promesa por compromiso.

En una discusión entre dos o más miembros de una «compañía» (un grupo, una comunidad de discusión) hay tres tipos de criterios para resolver desacuerdos:

• Lógicos

• Convencionales (pragmáticos, de uso)

• Empíricos

El criterio lógico remite a reglas de un razonamiento válido y de un buen argumento, las cuales son aceptadas, implícita o explícitamente por la compañía. El criterio convencional apela a otras proposiciones que la compañía acordó. El acuerdo puede lograrse de diversas maneras:

• Aceptando definiciones

• Estableciendo procedimientos

• Por negociación

El criterio convencional incluye también reglas que la compañía toma como punto de partida garantizado. Entre éstas estarían: el no desvío del lenguaje común (no usar las palabras en un sentido obtuso o privado); no decir que algo puede ser a la vez falso y verdadero en el mismo respecto y en el mismo tiempo.

Los criterios empíricos son relativos a los hechos (a proposiciones sobre la práctica, según Crawshay-Williams). Comprenden un criterio objetivo y otro contextual. El criterio objetivo apunta al acuerdo con los hechos. El criterio contextual lleva a la descripción de los hechos de acuerdo con el propósito de la proposición: « S es P» = « S es P con vistas al propósito M». La traducción metodológica sería: «en conexión con M, es un buen método ver S como algo que es conocido comúnmente como P». Así por ejemplo, no tiene sentido evaluar y decir que un alumno sabe o no sabe matemática en la universidad, si no se aclara el propósito variable: para construir puentes, para resolver la ecuación de Schrödinger o para medir el metro en la poesía.

El propósito es el contexto mismo de la declaración. De hecho, en esta visión, los términos «propósito» y «contexto» se intercambian. La diferencia de opinión no se resuelve con sólo atender a los hechos. El criterio empírico engloba lo objetivo y lo contextual. Coincidiendo de alguna manera con el segundo Wittgenstein («el significado es el uso») para Crawshay-Williams, decidir sobre la verdad de una proposición empírica sólo es posible si se conoce el contexto: ¿ Son los hechos tales que en conexión con el contexto concernido podemos decir que la declaración «S es P» es correcta?3 Muchos conflictos se dan porque suele pensarse que para aclarar un malentendido basta mirar los hechos, cuando en realidad es necesario darse cuenta de que se están asumiendo diferentes contextos para validar la declaración. El enfoque del filósofo inglés es, en este sentido, pragmático.

El origen de muchos malentendidos está en que se presentan «proposiciones indeterminadas».4 Para resolver estos casos, hay que volver determinadas las proposiciones. Un ejemplo sería el de dos niños que corren hacia su madre. Si uno cruza una línea blanca ante la mamá a los diez segundos y otro la cruza una centésima de segundo después, puede decirse que llegaron al mismo tiempo o que llegaron en diferente momento. Es decir, no basta la «objetividad» de que uno llegó antes, sino que hay que aclarar el propósito. Puede decirse que llegaron al mismo tiempo si la finalidad era atender a la solicitud de la madre o puede decirse que uno llegó primero si se trataba de una carrera. Al explicitar el contexto (en el sentido estrecho de Crawshay-Williams) la declaración queda determinada.

Para volver determinada una declaración, hay que distinguir entre corrección y precisión: Una descripción es correcta si su grado de precisión es apropiado a su propósito. Tal noción de Crawshay-Williams estaba ya contenida por entero en Wittgenstein: «lo inexacto no alcanza su meta tan perfectamente como lo exacto. Ahí depende, pues, de lo que llamemos “la meta”. ¿Soy inexacto si no doy nuestra distancia del sol con un metro de precisión; y si no le doy al carpintero la anchura de la mesa al milímetro?».5

Ninguna descripción es correcta en sentido absoluto, siempre puede mejorarse, variarse, lo que importa es su adecuación. Esta visión implica una actitud epistemológica y ética: no declarar el contexto propio como equivalente al contexto universal. Hacerlo implica caer en muchos malentendidos. Y en éstos, hay más complicación si no se trata de una proposición empírica, si la discusión no puede ser decidida al comprobar los «hechos».

En los casos en que los criterios lógicos y empíricos no funcionan, hay que acudir a criterios convencionales. Al estudiar éstos y los malentendidos hay que tener claro qué es una convención, estudiar la creación del acuerdo o ley y también las consideraciones contextuales que justifican la decisión de consenso. Los términos en estos casos se negocian. En cambio las leyes y reglas lógicas son válidas porque son aceptadas como tales por los miembros de una compañía. Los criterios generales de racionalidad deben siempre descansar en dos fundamentos:

• Una base convencional «intersubjetiva» (el acuerdo)

• Una base contextual «objetiva» (de consideraciones subyacentes a los argumentos)

A nuestro parecer, los criterios convencionales se relacionan con las leyes de paso de la argumentación, con la garantía que nos permite pasar de lo aceptado a lo no aceptado. Así que cuando se discute el criterio convencional se discute sobre el conformismo social que permite validar una opinión dada.

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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