Читать книгу El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión - Enrique Dussel - Страница 36
El malentendido: de la proposición y la estructura al ser humano
ОглавлениеEl modelo de Jakobson, heredero del cartesianismo, del llamado «circuito de la comunicación» de Saussure y de la propuesta de Shannon y Weaver, no corresponde a una visión adecuada de lo que es el lenguaje y la comunicación humana, en especial si consideramos la oralidad. Como hemos escrito con Stuart Shanker, más allá de la metáfora informacional que ve la comunicación lingüística como un limitado proceso de codificación, el lenguaje es visto por nosotros como parte de un sistema dinámico. En la teoría de sistemas dinámicos, hemos recordado, la organización emerge de la influencia mutua de los constituyentes de un sistema15 y la comunicación es concebida como una danza, una actividad corregulada, en medio de la cual emergen intenciones comunicativas dentro de un contexto. No se trata de un proceso de «lectura de la mente». Dichas intenciones no son insondables, están encajadas en la situación, las costumbres e instituciones culturales (Wittgenstein). No hay mentes aisladas e islas de conciencia en la vida cotidiana de la comunicación argumentativa o de cualquier otro tipo, las hay en los enfermos o en el monólogo (y aun éste se puede concebir, como hace Bajtin, como un diálogo entre dos posturas). Pasamos del paradigma señal-respuesta, enviar-recibir y codificar-decodificar al de embrague-desembrague (o involucramiento-distanciamiento), sincronía-discordancia y percance-reparación. Los copartícipes de la comunicación establecen y sostienen un sentimiento de ritmo y movimiento compartido. Los participantes se reflejan los unos a los otros en sus conductas específicas e incluso armonizan uno con otro a través de diversas modalidades de expresión que ya anotaba Bajtin (así por ejemplo, en un diálogo, los participantes pueden retomar actitudes y movimientos de las manos del otro). El ajuste o conflicto en la danza multimodal rebasa la visión estructuralista y la división tajante de los «niveles» del lenguaje, imposible de ser reducido a la sola y autónoma sintaxis o a la semántica de Naess y Crawshay-Williams. Supongamos, por ejemplo, una escena en la que en una discusión académica, alguien plantea un punto de vista claramente defendible, pero lo hace con un tono burlón y con una mueca correspondiente. Otro participante en la escena capta el tono y se levanta, grita y sale del salón, no por lo dicho, sino por la carga emocional que conlleva. Este proceso de mutua armonización o desarmonización refleja el rol de la emoción en la comunicación.16 El lenguaje se entrelaza con la comunicación, la emoción y la cognición. No remite a un estructuralismo sin agente e historia, a realidades internas de hablantes y oyentes, a individuos aislados y envueltos en la estructura invariante. Es un proceso dinámico, de acción contextualizada donde los agentes culturales interactúan a partir de sus metas, de sus propósitos, como indica Crawshay-Williams, pero incorporando dimensiones no sólo lógicas.
El malentendido, en realidad, nos debe llevar a redefinir la base misma de las teorías del lenguaje, la comunicación, el entendimiento y la interpretación; y con ello, cuestionamos también el fundamento mismo de la argumentación. Esto ha sido puesto en evidencia en forma nítida por Talbot Taylor (Mutual Misunderstandings). La pregunta no es sólo ¿qué es entender? o ¿cómo entendemos?, sino si acaso entendemos. Ahora bien, cuando comparamos una pregunta como ¿entendemos? y otra como ¿nos entendemos?, resulta patente que el malentendido se presenta entre dos individuos o al menos dos instancias del yo. Y pareciera que el entendimiento está sólo en nosotros, pero no es así, todo no entendimiento es un malentendimiento, resulta en un no poder llegar al otro. Así, cuando estudiamos la conducta lingüística o argumentativa humana, el problema que se nos presenta muchas veces no es intelectual sino humano-integral y de voluntad de llegar desde el simple sentido hasta el sujeto. Wittgenstein dice al respecto:
Lo que hace a un asunto difícil de entender —si es algo significativo e importante— no es el que antes de que puedas entenderlo necesites ser especialmente entrenado en abstrusas materias, sino el contraste entre entender el asunto y lo que la mayoría de la gente quiere ver. Debido a estas cuestiones más obvias, el entendimiento puede convertirse en lo más difícil de todo. Lo que ha de ser superado es la dificultad que tiene que ver con la voluntad, más que con el intelecto.17