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¿Hacer patente lo latente o desterrar palabras sobre lo que disgusta?

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Por acción u omisión, deliberada o casual, hay que reconocer el éxito francés para que no prosperase el uso de la expresión inicialmente referida a uno de sus líderes históricos más señeros. Lo bueno de poner nombre a algo que existe es que alerta, justamente, a los inconscientes de esa realidad. Por eso no es indiferente enterrar palabras que remiten a realidades que disgustan. Si fuera francés, no me gustaría que la expresión Leyenda Negra se empleara para referirse a quien fue emperador de mi país, por muy condenables que fueran —y son— algunas de sus acciones más impropias de la condición humana.

Sin embargo, quien por primera vez empleó el sintagma genérico «leyenda negra» referido a España parece ser la gallega Emilia Pardo Bazán. Fue en una conferencia pronunciada en París y en francés el 18 de abril de 1899, el año siguiente a la pérdida española de Cuba en la guerra con EE.UU.:

«En el extranjero se saben de sobra nuestras desdichas, y aun no falta quien con mengua de la equidad las exagere; sirva de ejemplo el libro reciente de M. Yves Guyot, que podemos considerar como tipo de leyenda negra, reverso de la dorada. La leyenda negra española es un espantajo para uso de los que especialmente cultivan nuestra entera decadencia, y de los que buscan ejemplos convincentes en apoyo de determinada tesis política.

Nos acusa nuestra leyenda negra de haber estrujado las colonias. Cualquiera que venga detrás las estrujará el doble, solo que con más arte y maña.

Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Esta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela, género Ponson du Terrail, con minas y contraminas, que no merece ni los honores del análisis».37

El primero en abordar el fenómeno con profundidad conceptual y análisis sistemático en un libro fue el madrileño Julián Juderías, historiador políglota que hablaba dieciséis lenguas, había viajado y vivido en el extranjero, y trabajaba de intérprete en el Ministerio de Estado (hoy Asuntos Exteriores). En su obra más conocida, La leyenda negra (1914), la define como:

«El ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la negación sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y el arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos, y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional».38

Mentiras creíbles y verdades exageradas

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