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Prólogo Una España sin relato

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Este libro que me honro en prologar no lo es de historia en sentido estricto, aunque verse sobre hechos de nuestro pasado, decisivos en la conformación de la imagen de España y en la autopercepción por los españoles de su propio devenir. Tampoco es un ensayo sobre comunicación reputacional estrictamente, aunque el autor sea un acreditado especialista en la materia. Se trata de una obra híbrida que, con gran erudición y abundancia de datos contrastados, escoge episodios históricos decisivos para nuestra nación y demuestra cómo no hemos sabido transmitirlos de una forma tal que, respondiendo a la veracidad de los acontecimientos, mostrasen a su través nuestras virtudes colectivas y nuestras carencias individuales y sociales, al igual que, con habilidad, han logrado otros países que en su tiempo se convirtieron en feroces adversarios de España.

Mentiras creíbles y verdades exageradas de Enrique Sueiro, subtitulado «500 años de leyenda negra» es un texto que no pretende, creo, competir con otras obras de referencia sobre el origen y el desarrollo de la fabulación que atribuye a nuestros más grandes logros —desde la civilización de la América hispana hasta nuestra presencia en los territorios al norte de la hoy república francesa— lacras que como un mantra se han ido transmitiendo de generación en generación hasta alcanzar a nuestros días. El alma de este libro consiste en explicar cómo la historiografía no ha rectificado las «verdades exageradas» a las que alude el autor y que se han convertido en «mentiras creíbles» configurando así un cuerpo de doctrina que sienta el principio indiscutible de que España y los españoles, prácticamente durante los tres siglos de su hegemonía imperial, se comportaron de forma neroniana frente a las actitudes poco menos que humanitarias, comprensivas e integradoras de potencias coloniales como la británica y la francesa, y otras menores pero relevantes, como la belga, y recientes, como la soviética y la estadounidense a las que el profesor procura un higiénico repaso crítico. En definitiva, se trata de una indagación del porqué la «leyenda negra» se ha instalado en la cultura histórica —y en la política— que se maneja sobre nuestro país y que los españoles hemos asumido con una cierta mansedumbre intelectual.

La comunicación reputacional es «performativa», es decir, que al emitirse transforma la realidad percibida y muta su vibración estableciendo el estado de opinión pretendido. En nuestros días esa capacidad de presentar la realidad de un determinado modo, con el lenguaje adecuado, mechando en él las emociones y los sentimientos, secuenciando los hechos con rigor, pero con intención, es todo ello lo que conforma el relato también denominado «storytelling». Y justamente es de relato, de ese relato reputacional, del que España ha carecido. Y Enrique Sueiro explica la razón de esa omisión que es idiosincrática en España.

Quizás fuera adicionalmente necesario incorporar a la constatación de esa insuficiencia crónica de la política y la historiografía españolas algunas reflexiones diagnósticas sobre los rasgos psicológicos del biotipo español que se caracteriza por una suerte de quijotismo —es decir, de orgullo tantas veces mal entendido— que suele despreciar los intangibles para atenerse a las materialidades, a los elementos objetivos de la realidad como si estos tuvieran por sí mismos capacidad de comunicación. Lo que enlaza con una actitud que, siendo orgullosa, es también resignada y de raíz confesional: el evangélico de «por sus hechos los conoceréis».

Decididamente, los hechos no tienen capacidad de relatar su ontología, sino que se someten a interpretación y enjuiciamiento en un debate caleidoscópico en el que intervienen tanto el rigor como la emoción. Por eso provoca asombro —y lamentación— que los episodios radiografiados en el libro, sin duda los más protagonistas de nuestra entidad histórica y los más contribuyentes a la leyenda negra, se presenten sin la versión contrastada en beneficio de la negativamente exagerada urdida por los adversarios de la larga hegemonía histórica de España. El autor demuestra así que la técnica performativa del relato no es un hallazgo contemporáneo en la comunicación reputacional, sino un mecanismo propaganda que comenzó, a la manera en la que entonces resultaba posible, hace un buen puñado de siglos. A fin de cuentas, los detractores más aviesos del imperio español fueron Bartolomé de las Casas y Antonio Pérez, y los autores confesos del pesimismo patrio de finales del siglo XIX fueron egregios españoles que integraron la llamada «Generación del 98».

La lectura de este libro es apasionante porque introduje el bisturí del análisis, con toda suerte de datos, hasta alcanzar la localización de la tumoración maligna que emponzoña nuestra historia y crea a los propios españoles una baja estima en su condición nacional. Se atribuye a Antonio Cánovas del Castillo la frase amarga de que «son españoles los que no pueden ser otra cosa», un lamento inspirado por la dificultad casi insalvable de definir la nacionalidad española en un proyecto de constitución. La frase del que fuera uno de los políticos más relevantes del siglo XIX remite al efecto perverso que la ausencia de relato histórico gratificante —a la vez que justo— sigue causando en la cohesión de España. Nuestra estima, por los suelos.

En este sentido, Enrique Sueiro parece muy consciente de la gran actualidad de su trabajo porque el sustrato de la crisis territorial de la nación —irresuelta por la Constitución de 1978 pese al establecimiento de un modelo de Estado autonómico— es que España está en la picota porque, como afirmó un expresidente del Gobierno, su naturaleza nacional es «discutida y discutible». El factor afectivo de la pertenencia se ha ido debilitando de manera progresiva y, en los momentos más cruciales de nuestro presente, se ha anclado en el brumoso pasado: la fecha mágica del secesionismo catalán es 1714 y el integrismo sabiniano vasco se remonta al mito del cantabrismo de la época romana y a fabulaciones posteriores.

Esas tensiones segregacionistas en nuestro país, que arrancan de principios del siglo XX aunque tienen sus raíces en el romanticismo anterior y se agudizan con la II República y reaparecen después de la transición democrática, tienen que ver con la ausencia, en unas ocasiones, y el disenso, en otras, del y sobre el relato nacional, del olvido de las vinculaciones históricas estrechísimas que nos aglutinan en un proyecto colectivo secularmente mantenido y que ha protagonizado momentos estelares de la historia hurtando a estos efectos el título de una de las mejores obras de Stefan Zweig.

Por las razones que expone puntillosamente el autor, esos momentos «estelares» de España se han convertido en episodios tantas veces umbríos a los que se han restado épica y mérito por los adversarios, que no han encontrado réplica en una España que es nación, pero cuyo Estado, en su versión medieval, pero también contemporánea, no ha alcanzado el grado de profesionalización para comportarse como un jugador principal en las relaciones de poder internacionales.

En ese orden de cosas, es grave el embate de los populismos bolivarianos —México, Perú, Nicaragua, Venezuela— que exigen imperativamente que nuestros más altos representantes políticos e institucionales «pidan perdón» por la mayor obra —inconmensurable— de España: su acción civilizatoria en América con cuyos indígenas nuestros ancestros, como ningún otro pueblo colonizador, se fundieron en una confraternización inédita en los anales de la historia. Unen estos dirigentes a la altivez, la iconoclastia como nueva forma de «cancelación» en un ejercicio escandalosamente banal de lo políticamente correcto, un concepto que desgarra la interpretación histórica e impone los cánones no solo de lo que debe decirse, sino de cómo debe pensarse.

Uno de los grandes aciertos de esta obra consiste en su carácter pedagógico y proactivo. No se limita a relatar cómo la Armada española fracasó en su invasión de Inglaterra, ni cómo los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II se ocuparon de la humanidad íntegra de los naturales de las tierras colonizadas, ni de cómo los Estados Unidos manipularon un accidente naval para convertirlo en un motivo de conflagración bélica en Cuba, ni como Julián Juderías resumió en un extraordinario párrafo que los españoles no fuimos mejores que otros pero tampoco peores en nuestra conquistas, ni cómo, en fin, Antonio Machado se duele en carta a Ramiro de Maeztu, glosándole admirativa pero también penosamente, su «Defensa de la Hispanidad».

Sueiro introduce al final de cada uno de los siete capítulos de la obra una práctica «síntesis reputacional», unos breves y atinados consejos —a veces solo reflexiones— para que, aplicándolos, no persistamos en el quietismo resignado de un pueblo con una historia que habría que esconder en vez de mostrar. Igual mención elogiosa merecen las 55 reflexiones ejecutivas con las que concluye este ensayo que cierran lo que el autor considera «un somero repaso a algunos episodios de la historia de España desde una perspectiva de comunicación directiva y de gestión reputacional».

Concluyo esta breve introducción destacando la originalidad de este texto que, además de erudición histórica (véase la bibliografía consultada y el gran número de notas a pie de página que aportan rigor científico al libro), ofrece una visión diferente en el entendimiento del sesgo canónico —y no por ello auténtico— con el que se ha leído y analizado la historia de nuestro país. Por lo demás, la aportación a la ciencia de la comunicación resulta obvia. Es esta una obra de consulta obligada que tiene la virtud de ofrecer criterios estandarizados para afrontar cualquier tipo de relato. Se trata, en definitiva, de una lección de historia, pero también de una erudita y original manera de apelar a la comunicación performativa de la realidad de España en cualquiera de las muchas facetas en las que nuestro país requiere de alguien, muchos, que le escriba para evitar la exageración de las verdades y destruir la verosimilitud de las mentiras creíbles.

José Antonio Zarzalejos Periodista y escritor

Mentiras creíbles y verdades exageradas

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