Читать книгу Bangladesh, tal vez - Eric Nepomuceno - Страница 19

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Fue al final de la tarde. Nos habíamos comido el último trozo del duro queso de cabra y el último pedazo de carne seca, que tenía una punta enmohecida. La punta le tocó a Enrique, el jefe, quien la raspó con el dedo hasta quitarle el moho.

En ese momento pensé en detenerme, quitarme la camisa que ardía pegada a mi espalda, quitarme las botas de soldado y pedir otra vez mi mosquete para decir: “Quien quiera irse, que se vaya, yo me quedo”.

Estaba a punto de atardecer, pronto sería de noche y estaría oscuro. Enrique dijo: “Vamos a caminar hasta el anochecer”. Y El Negro Raúl, mosquete en mano –el mío–, completó: “Vamos a cruzar este campito en línea recta, cuando oscurezca paramos”.

No habíamos caminado ni cuarenta pasos, cuando grité: “¡Aquí! ¡Aquí!”

Mi bota derecha estaba hundida, casi hasta el tobillo, en bosta, bosta de vaca. Si hay bosta de vaca, hay vaca; y si hay vaca, hay gente.

–¡Aquí! –grité– General Álvarez está cerca.

Y enseñé mi pie en medio de la plasta de bosta de vaca. Enrique, el valeroso, se arrodilló a mi lado y dijo: “Está fresca”; yo contrarresté: “Está mojada, por la lluvia”; y Enrique, el jefe, concluyó: “Mojada, pero fresca. General Álvarez está cerca”.

Seguimos caminando, y durante el camino pisamos más plastas de excremento; pero no apareció ninguna vaca, ni las luces de General Álvarez.

Bangladesh, tal vez

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