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Tercer corte epistemológico

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En tercer término, con el aporte de la teoría psicoanalítica, surge un giro conceptual fundamental, que es el que se expone en los próximos capítulos, y que ya no centra su mirada en un cuerpo en movimiento, sino en un sujeto con su cuerpo en movimiento.

Ya no se trataría entonces de una “globalidad”, de una “totalidad”, sino de un sujeto dividido, escindido, con un cuerpo real, imaginario y simbólico: este tercer corte epistemológico fundaría una clínica psicomotriz centrada en el cuerpo de un sujeto deseante, y no ya en una terapéutica basada en objetivos y técnicas.

Así, la inclusión de lo inconsciente en el ámbito psicomotor, por sus consecuencias teórico-clínicas subvierte su mirada, diferenciándose claramente de las relaciones terapéuticas empáticas o destinadas a la expresión o la catarsis emocional (posturas “vivenciales”, “relacionales”, “expresivas”, “vinculares”, etc.) que, aunque intentan tomar en consideración conceptos del psicoanálisis como transferencia, regresión, sublimación, etc. desde la mira que proponemos, vacían y desvirtúan el carácter que el psicoanálisis dio a los mismos, perdiéndose así la posibilidad de que se articulen con la práctica psicomotriz. Esta posibilidad de articulación y diferencia es la que intentamos bosquejar en este texto.

Resumiendo: a lo largo de la historia del ámbito psicomotor se pueden precisar diferentes pasajes: de lo motor al cuerpo, y de este al sujeto con un cuerpo en movimiento. Ya no es posible confundir el cuerpo con el sujeto, o el sujeto con el cuerpo. No son sinónimos, ni tampoco equivalentes, y es justamente porque tampoco son desanudables que la psicomotricidad es nombrada y, por ende, existe.

Estos cortes y pasajes no solo responden a un devenir histórico sino, fundamentalmente, a diferentes interrogantes que la práctica clínica nos fue generando. Son pasajes lógicos y no cronológicos; responden a una lógica determinada, sustentada en una concepción particular acerca del sujeto, lo que trae aparejadas diferentes respuestas teóricas, clínicas y éticas.

La práctica clínica que se lleve a cabo dependerá de la concepción que se postule acerca del sujeto.

Actualmente, encontramos la reeducación psicomotriz, la terapia psicomotriz y, por último, el motivo de este libro: la clínica psicomotriz.

A partir de la concepción del sujeto que se desprende de cada práctica-clínica, analizaremos ahora los diferentes momentos lógicos del campo psicomotor.

A finales del siglo XIX y principios del XX, con el auge de la mirada empírico-positivista, surge desde el campo de la Neuropsiquiatría una demanda particular: que se sepa curar aquello que la Neuropsiquiatría no sabe cómo se produce, a qué responde, ni cómo se cura.

Dicha demanda particular secciona y parcela al sujeto en lo motor, en el lenguaje y en el aprendizaje. Surgen así diferentes prácticas: la psicomotricidad (para lo motor), la fonoaudiología (para el lenguaje) y la psicopedagogía (para el aprendizaje y el conocimiento).

Es necesario detenernos a analizar sucintamente los antecedentes que dieron origen a estas prácticas clínicas. Todas ellas tienen una raíz común, que partió de los descubrimientos de la Neurología, especialmente de la Fisiología nerviosa de mediados del siglo XIX. Nos referimos a los descubrimientos que permitieron iniciar la discriminación y localización de las diferentes funciones de los centros corticales.

La Neurofisiología, impulsada por hallazgos histológicos y por el uso de técnicas electrofisiológicas, llega a caracterizar biológicamente los actos reflejos.

Sherrington (1857-1952) describe los fenómenos de excitación y de inhibición centrales y los distintos niveles del sistema nervioso que gobiernan los reflejos. Él distingue la sensibilidad exteroceptiva, la interoceptiva y diferencia una tercera, la sensibilidad propioceptiva. Relaciona la actividad tónica con las actividades y movimientos viscerales y del conjunto hace una misma función a la que denomina función postural (que será luego fundamental para la práctica psicomotora).

Los estudios de Sechenov (1829-1905) profundizan y amplían la concepción de los reflejos. Él puntualiza cómo los actos motores están regulados por los niveles superiores cerebrales y varían según un estado de inhibición o excitación. Su obra Los reflejos del cerebro influye en su discípulo, Pavlov (1849-1936), cuya concepción tiene también un sentido localizacionista. El período denominado “localizacionista” se origina en 1861 con la primera presentación de Broca. El método anatomoclínico adjudicaba una relación directa y casual entre la lesión y los síntomas, lo que decretó la doctrina de los centros cerebrales que intervenían directamente en las funciones, por ejemplo, en la motricidad, en el lenguaje y en el conocimiento. (Para Broca, por caso, la pata de un animal estaría en la porción superior y externa del cerebro, a ambos lados de la cisura de Rolando, con la representación motriz por delante y la sensitiva por detrás).

A partir de esta etapa de localizaciones cerebrales, comienzan a constatarse disturbios en las funciones, como la afasia, perturbaciones práxicas (apraxias, dispraxias), agnosias, alexias, dislexias, trastornos en la actividad gestual, etcétera. Al mismo tiempo empieza a verificarse que, para ciertas perturbaciones y trastornos, falla la correspondencia biunívoca entre el centro cortical y la función o sea que ciertas disfunciones no tienen una localización fija en el cerebro. De este modo comienza a detectarse que hay disfunciones que no se corresponden punto por punto con una lesión cerebral.

Para subsanar estas disfunciones surgen diferentes prácticas, como la ortofonía y la logopedia, antecedentes inmediatos de la Fonoaudiología, y la Pedagogía diferencial, antecedente de la Psicopedagogía (cabría mencionar aquí a Pringle Morgan, quien en 1896 se ocupó de los problemas en el aprendizaje de niños con inteligencia normal y a los que atribuye a una “condición cerebral congénita”, haciéndolos depender de un “disturbio anatómico” –Azcoaga, 1983–) y la Fisioterapia y Kinesiología, antecedentes de la Psicomotricidad. Debemos mencionar también otros antecedentes del campo psicomotor, a saber, la gimnasia terapéutica y la psicodinamia.

Colocamos como antecedente a la gimnasia terapéutica que preconizó Daniel Gottlieb Moritz Schreber (padre de Daniel Pablo Schreber, conocido por sus célebres Memorias de un neurópata, que Freud analizó detenidamente), debido no solo a la vasta repercusión de su obra en Alemania y en toda Europa, sino también a la gran similitud con ciertas reeducaciones psicomotrices.

Tan solo entre 1850 y 1860, Schreber escribió diez libros y numerosos artículos, cuya temática preponderante giraba alrededor de la belleza del cuerpo y la Pedagogía. En sus textos se describen, especialmente, sistemas de ejercicios y técnicas gimnásticas tendientes a obtener y lograr la armonía del espíritu y el cuerpo (Imago Nº 9).

Entre los postulados de la gimnasia terapéutica se encuentran los métodos y las técnicas necesarias y obligatorias para lograr una correcta postura. Además, inventa aparatos para que los niños se ubiquen adecuadamente, de acuerdo con las normas establecidas en sus libros.

Asocia una buena postura física con la rectitud moral, y considera necesario realizar adecuadamente las ejercitaciones corporales todos los días:

No solamente emplea un aparato llamado der Geradhalter, que mantiene sentado al niño bien derecho, sino una cantidad de otros pequeños aparatos adaptados a todos los “defectos corporales” posibles (Imago Nº 9, pp. 114 y 115).

En su libro Calipedia o educación de la belleza del cuerpo y del espíritu mediante el armonioso perfeccionamiento de toda la naturaleza humana, escrito en 1858, D. G. M. Schreber señala que habrá que emplear castigos corporales si encontraran obstáculos en la instauración de los sanos hábitos que deben regir las conductas del lactante durante el primer año de vida.

Tal procedimiento será necesario una sola vez solamente, a lo sumo dos, y uno se convierte en dueño del niño para siempre. A partir de entonces, bastará con una mirada, una palabra, una actitud amenazadora para dirigir al niño (Imago Nº 9, p. 100).

También define el período de entre los dos y los siete años como la época de los castigos corporales con acción terapéutica.

Este método de gimnasia terapéutica se propone curar a los enfermos, cultivar el cuerpo humano y de este modo modificar al hombre y a la sociedad en su conjunto, gracias a la educación física.

El otro antecedente que ubicamos es la psicodinamia de Philippe Tissié. Es J. Le Camus quien plantea a la psicodinamia del Dr. Tissié a comienzo del siglo XX como el antecedente más inmediato de la práctica psicomotora en Francia. Tissié se opone a la educación física militarizada y plantea una educación por el movimiento (planteo que luego retomará Le Bouch), intentando darle un carácter científico a su método de trabajo a partir de la integración de los diferentes descubrimientos y conquistas de fines del siglo XIX. Según Le Camus (1986), “Tissié puede ser considerado, con razón, el precursor de los psicomotricistas actuales”.

En el recorrido histórico que estamos proponiendo deberíamos rescatar el papel de la Neuropsiquiatría infantil, ya que son sus demandas las que comienzan a imponer la necesidad de incluir técnicas que resuelvan los problemas práxico-motores (apraxias, sincinesias, paratonias, inhabilidades, etc.) que no tenían solución, y para los que no se encontraba una correspondencia puntual con una localización cerebral. Así se crean distintos listados de operaciones técnicas tendientes a reparar y evaluar el déficit instrumental-funcional que, en realidad, desconocen lo que está en juego en un niño. Ejemplo de ello es el examen psicomotor que nos propone Vayer, en base al prototipo de examen psicomotor que en 1935 introduce Guilman, dando origen a la reeducación psicomotriz.

Vayer nos plantea distintas pruebas de coordinación dinámica de las manos, coordinación dinámica general, control postural, control segmentario, organización espacio-temporal, observaciones de la lateralidad, rapidez y conducta respiratoria, a partir de las cuales se elabora un perfil psicomotor y se determinan los ejercicios a realizar para sanear el déficit que el perfil registra.

Por ejemplo, en el ítem coordinación dinámica de las manos, Vayer se basa en el test de Ozeretsky (1921) revisado por Guilman en 1948 en su libro Tests moteurs et tests psicho-moteurs, donde un niño de siete años debe hacer:

Una bolita con un trozo de papel de seda (5 cm x 5 cm) con una sola mano, palma hacia abajo y sin ayuda de la otra mano. Tras quince segundos de reposo, el mismo ejercicio con la otra mano. Fallos: tiempo límite sobrepasado, bolita poco compacta. Duración: 15 segundos mano derecha y 20 segundos mano izquierda. Número de intentos: dos para cada uno (Vayer, 1977a, p. 211).

Luego de efectuar todos los ítems y acorde al perfil, se le atribuye una edad y se observan los distintos “tipos de inadaptación infantil”. De acuerdo con las dificultades evaluadas se establecen los ejercicios a realizar, no solo en las sesiones sino también en la casa. Por ejemplo:

Una niña de cinco años y tres meses con una incoordinación y torpeza (niño hiperprotegido). (...) Modalidades de la reeducación: la periodicidad ha sido la siguiente: una sesión semanal (seguida muy regularmente) hecha en presencia de la madre a quien dábamos, al finalizar la sesión, las nociones de las situaciones de ejercicios a realizar durante la semana. Duración de las situaciones de ejercicios con el niño: unos treinta minutos. La sesión de trabajo estaba compuesta de dos situaciones: 1) educación del esquema corporal; 2) el niño frente al mundo de los objetos: organización perceptiva y conocimiento (Vayer, 1977b, p. 178).

La psicomotricidad surge con respuestas técnicas y uniformes por la demanda propiciada básicamente por la neuropsiquiatría de principios de siglo. De allí que en la primera práctica psicomotriz que instrumentó Guilman se proponía como objetivo:

Reeducar la actividad tónica (con ejercicios de actitud, equilibrio y de mímica); mejorar la actividad de relación (con ejercicios de disociación y coordinación motora con apoyo lúdicro), desenvolver el control motor (con ejercicios de inhibición para los inestables y de desinhibición para los emotivos) (Le Camus, 1986, p. 27).

Así surge, en 1935, con este verdadero plan de ejercicios, la reeducación psicomotriz.

Bucher instrumenta un método de reeducación psicomotriz, en el que nos plantea las modalidades de trabajo para desarrollar las distintas posiciones y desplazamientos del cuerpo.

Nos describe, de este modo, un ejemplo práctico de la utilización de los ejercicios:

Descripción de un ejercicio haciendo intervenir posiciones de pie y sedente. Modalidades: Determinar un recorrido cerrado en el que el sujeto deberá seguir la marcha constituyendo el “fondo” del ejercicio, sobre el que se destacarán las diferentes posiciones (esta marcha puede ser ritmada con un metrónomo o un tamboril).

Cuando marcha y recorrido son automatizados y el sujeto es receptivo, dar la advertencia: “Atención a la señal (cuando diga ¡ya!), tomarás la posición siguiente: de pie contra la pared, procurando tocarla con todo tu cuerpo, quedarás en esta posición hasta nueva orden”. Dejar pasar unos instantes antes de dar la señal. Repetir la advertencia si es necesario. Dejar el sujeto de 10 a 15 segundos en la posición antes de hacerle continuar la marcha. Anunciar así, respetando las mismas modalidades, posiciones variadas, por ejemplo:

“- parado de pie delante de un espejo, verificar si el cuerpo está bien derecho;

- parado de pie, alzándose al máximo;

- sentado, apoyando la espalda contra la pared, piernas extendidas;

- parado de pie totalmente inmóvil;

- sentado en el suelo, piernas dobladas;

- sentado sobre la alfombra, piernas cruzadas”.

Cuando una posición es desconocida por el sujeto, hacerle una demostración; hacérselo efectuar y volver a dar la advertencia unos instantes después (Bucher, 1978).

Molina de Costallat, fiel exponente de esta línea de trabajo reeducativo, es quien introduce la práctica psicomotriz en la Argentina. Él nos plantea que a cada edad motriz le corresponde un plan (ejercicios) de reeducación, que se adecua a diferentes ítems, por ejemplo: coordinación estática, coordinación dinámica manual y visomotora, dinámica general, etcétera. Él afirma:

Para los desórdenes de la coordinación estática –equilibrio– recurrimos a ejercicios de tipo gimnástico. Los métodos corrientes de gimnasia que se dirigen al desarrollo muscular no bastarán para el débil mental; para que alcancen sus fines de educación psicomotora deberán demandar un esfuerzo de atención que ponga en juego la psiquis, constituyendo así un verdadero método de ortopedia mental. (…) los ejercicios de equilibrio seguirán la progresión determinada por edades motrices en el Test de nivel motriz de Ozeretzki, revisión Guilman, y formarán parte de los planes de reeducación de la actividad tónica juntamente con los ejercicios de inmovilidad, de inhibición y de silencio (Molina de Costallat, 1986, p. 10).

Desde esta concepción reeducativa se instrumentan las técnicas graduadas y clasificadas de acuerdo con la edad motriz. Así, dentro del ítem de coordinación visomotora, se subdividen los ejercicios de picado, bordado, recortado a dedo, recortado con tijeras, coloreado y contorneado, modelado y dibujo, cada uno de ellos con su correspondiente graduación y frecuencia.

Por ejemplo, dentro de los ejercicios de bordado, para niños de cuatro/cinco años de edad motriz, como todavía no tienen destreza suficiente, se plantean “los ejercicios de enhebrado de perlas y ensartados, que, al ser de coordinación delicada, preceden y preparan especialmente para la ejecución del bordado”.

En relación al bordado, siguiendo sus escalas y parámetros para niños de seis años de edad motriz, Molina de Costallat indica, entre otros ejercicios, los siguientes:

1 Pasar hilo plástico en punto hilván por una tablilla perforada. Los ojalillos deben tener 1 cm de distancia entre uno y otro. Variación: agregar una perla o un fideo en cada puntada.

2 Pasar hilos plásticos en punto hilván en línea horizontal y luego vertical, utilizando una tablilla de 12 cm x 12 cm, de madera liviana o cartón fuerte, perforada. Usando la misma tablilla, ejercitar los siguientes puntos: bastilla, cosido y sobrecosido, punto atrás y punto cruz.

3 Usando dos tablillas perforadas, unirlas primero con pasado paralelo y luego en cruz. Usar tres tablillas siguiendo el mismo proceso.

4 Usando dibujos grandes y de contornos sencillos, perforados en cartón fuerte o madera, coserlos con hilo plástico utilizando los puntos conocidos.Observación: a esta altura de la ejercitación los niños habrán realizado los ejercicios de enhebrado de agujas correspondiente al programa de educación manual de la misma etapa de desarrollo motor (seis años), de modo que podrán comenzar ya a bordar con agujas de agujero grande enhebradas con hilo Lucero (Molina de Costallat, 1986, p. 81 y 82).

Con respecto al examen psicomotor, esta autora plantea diferentes estrategias de acuerdo con los resultados obtenidos en los ejercicios:

De acuerdo, entonces, con el examen psicomotor de base, emitiremos la designación correspondiente a la categoría lograda por la forma de comportamiento puesta en evidencia: normalidad psicomotora, debilidad psicomotriz ligera, debilidad psicomotriz neta, debilidad psicomotriz profunda, imbecilidad psicomotriz, idiocia psicomotriz (Molina de Costallat, 1984, p. 140).

Esta reeducación psicomotriz responde a una concepción de sujeto que trae aparejado el concepto del cuerpo como una máquina de músculos que no funcionan y, por lo tanto, hay que reparar, y al hacerlo, mejorarían “paralelamente” (doctrina del paralelismo mental-motor), la inteligencia y el carácter del infante, aunque de este modo sabemos ya que lo que se pierde como resto es el cuerpo de un sujeto deseante.

Por otro lado, la terapia psicomotriz, como dijimos anteriormente, da importancia a la emoción, la expresión y la afectividad, considerando el cuerpo, la motricidad y la emocionalidad como una globalidad y una totalidad en sí mismos.

De este modo se resaltan constantemente la globalidad y la totalidad de la persona. De esta postura se desprendería el concepto de sujeto que subyace: ente bio-psico-social, concepción totalizadora e integracionista cuyas respuestas ante las preguntas por las causas son tautologías, ya que responden que las causas son bio-psico-sociales, dejando vacante la demanda que el sujeto manifiesta en su perturbación psicomotriz.

Al respecto, Lacan afirma:

Todo el tiempo nos dan la lata con que se lo aborda en su totalidad. ¿Por qué iba a ser total? Nada sabemos de esto, ¿es que han encontrado ustedes seres totales? Tal vez sea un ideal, yo nunca vi ninguno. Por mi parte, yo no soy total. Ustedes tampoco. Si fuéramos totales, cada uno sería total por su lado y no estaríamos aquí, juntos, tratando de organizarnos, como se dice. Es el sujeto, no en su totalidad sino en su abertura (Lacan, 1986, p. 365).

A partir de la comunicación y la expresión del cuerpo, la terapia psicomotriz centra su mirada en el intercambio y el vínculo corporal, en la relación corporal entre la persona del terapeuta y la persona del paciente, en el diálogo y la empatía tónica. El pasaje de la terapia a la clínica psicomotriz implica ocuparnos del sujeto y ya no de la persona; ocuparnos de la transferencia y no de la empatía, el vínculo o la comunicación corporal; ocuparnos de la vertiente simbólica y no de la expresiva. O sea, implica detenernos en la estructura de los trastornos psicomotrices y no solamente en sus signos.

Por lo tanto, la clínica psicomotriz es aquella donde el eje es la transferencia y, en ella, el cuerpo real, imaginario y simbólico se da a ver a la mirada del psicomotricista. El sujeto dice con su cuerpo, con su motricidad, con sus gestos y, por lo tanto, espera ser mirado y escuchado en la transferencia desde un lugar simbólico. Esta concepción de sujeto, como veremos a continuación, implica una escisión que lo lanza a una división en lo real, en lo imaginario y en lo simbólico.

El psicoanálisis como referente –así como en otro tiempo de la historia lo fueron la Neuropsiquiatría o la Psicología genética– nos ha permitido redimensionar nuestra clínica desde otra posición hasta ahora eludida; esta es la posición simbólica que fundamenta nuestro acto clínico y nos interpela constantemente.

Específicamente, nuestra clínica se ocupa de los problemas psicomotores del niño, si bien hay experiencias clínicas en adultos y adolescentes (ver capítulo 9).

Si interpelamos al niño de acuerdo con los tiempos lógicos que acabamos de situar, encontraremos diferentes respuestas. Si interpelamos a una máquina (modelo cibernético) y no a un niño, la respuesta será la de una máquina que funciona motrizmente bien o mal.

Si, por otro lado, interpelamos a la “totalidad”, no se encontrará nada en “singular”, quedando el deseo del niño naufragado en la generalidad.

Si interpelamos a un sujeto, no es primeramente para obtener algo de él (como, por ejemplo una respuesta global o un resultado motor), sino, por el contrario, como lo ha demostrado la clínica, el niño es un sujeto, y por lo tanto en su “hacer”, en su “no hacer”, en su palabra o en su silencio, tiene algo particular para decirnos que necesita ser mirado, escuchado, desde una posición simbólica. Por allí transcurre la interrogación clínica acerca del sujeto, que se pone en “juego” en la transferencia.

Luego de este recorrido histórico, podemos situar a la psicomotricidad como una praxis eminentemente clínica, cuyos postulados teóricos constituyen un conjunto de nociones que le sirven al psicomotricista para fundamentar, guiar y guiarse en una práctica. De allí surgen la fundamentación y explicación de esta praxis. Por lo tanto, constantemente estas nociones van siendo puestas a prueba por la propia marcha clínica.

La práctica, la praxis de la psicomotricidad, señaló y sigue indicando el camino. Las modificaciones y momentos de cambio son producto y efecto de la dinámica clínica, que nos interpela y cuestiona constantemente, pues allí hay un sujeto que, en su sintomatología psicomotriz, habla y es hablado por otro.

La psicomotricidad es una praxis en el doble sentido que tenía para los griegos esta palabra. Por un lado, como un quehacer (con el hacer) y, por el otro, en su vertiente ética. La clínica psicomotriz implica estos dos sentidos, conformando el quehacer y los interrogantes en los que hoy estamos sumergidos.

La clínica psicomotriz

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