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Capítulo 3

EL LENGUAJE COMO CONSTITUYENTE DEL UNIVERSO HUMANO Y DEL HUMANO EN EL UNIVERSO

EL CUERPO EN EL LENGUAJE: EL CUERPO DEL ANIMAL Y EL CUERPO DEL SUJETO

En este capítulo retomamos el papel que cumple el lenguaje como constituyente del universo humano. Cómo el cuerpo, las posturas, el movimiento, el tono y los gestos son tomados por el lenguaje que los preexiste y los crea (el sujeto es creado por el lenguaje) y no al revés: que el cuerpo o el movimiento o los gestos como entidades en sí mismas toman al lenguaje.

Todos sabemos que el cuerpo de un animal no puede transformarse en el de un ser humano, sin embargo el cuerpo de un humano sí puede aproximarse a un cuerpo animal (esto lo demuestra el caso de los niños que fueron criados por animales, llamados niños “salvajes” o niños “lobos”).

En el ser humano hablamos de un acto psicomotor (y no de una pura acción), de un acto de lenguaje, porque hay deseo, porque hay represión, porque hay un aparato psíquico. Este acto es humano porque es un acto de palabras, de discurso, de decires. El animal no puede hablar, no puede emitir un discurso más allá de su saber instintivo, propio de la especie. Para el animal hay un solo objeto para su necesidad. No puede elegir otro rumbo (no puede mentir). Hace lo que tiene que hacer “instintivamente”. En un perro, la acción de copular es una respuesta “mecánica”, automática, fisiológica, de acuerdo a un estímulo olfativo, producto de la secreción de determinadas hormonas (período de “celo”). Esta acción es puramente motriz, guiada por una legalidad puramente instintiva.

En el ser humano, la madre puede o no darle el pecho a su hijo. Es ella la que tiene poder omnipotente sobre el niño. Es ella la que del llanto del espasmo del niño hace una llamada, generando en él una demanda. Es ella (o aquel que cumpla su función) quien transforma esa pura acción motriz en un acto psicomotor, en un gesto que gesta un sujeto hablante. Si el niño es criado por un cuerpo que no es tomado por el habla (por ejemplo, el de algún animal) no hablará, no entrará en el registro de la legalidad humana, de la ley, de lo simbólico. Por eso, es un error hablar del lenguaje del cuerpo. En el campo humano, el lenguaje del cuerpo es la pura acción, la no legalidad, la no diferencia, la no inclusión en lo simbólico.

A través de la ley, en efecto, el hombre es desligado de la inmediata identificación con el cuerpo-cosa, e introducido en los vínculos de la alianza. Sale del discurso opaco y mortal de su cuerpo –del lenguaje del cuerpo que es “cuerpo” sólo por no obedecer a las leyes del lenguaje–. Sin esta referencia a la ley del lenguaje que lo nombra entre los otros, está condenado a la muerte propia de la cosa, a la objetividad de la muerte, a la psicosis en la que toda alteridad es imposible.

Es preciso tener en cuenta que, hasta ahora, en el famoso “diálogo tónico” del que nos habla la psicomotricidad, siempre se acentuó el componente tónico como factor esencial entre la madre y el niño. Sin embargo, si analizamos el “diálogo tónico”, lo primero que debemos situar es el diálogo, y luego el tono.

Desde este análisis, no es a partir del tono que se genera el diálogo, sino exactamente a la inversa. Porque hay diálogo –pero en tanto lenguaje, decires, diferencias, discurso– se genera en ese puro tono muscular algo del orden de lo humano, de la articulación discursiva, de la ligazón representacional.

Dialogar, hablar, no es una cualidad innata, natural del tono muscular, del movimiento o del cuerpo; por el lenguaje, por su legalidad, esta reacción tónica se transforma en tono del lenguaje o en cuerpo del lenguaje o en gestos del lenguaje.

El tocar por tocar no genera nada. No genera marca. No hace corte. No hay diálogo. Los efectos de estas acciones traen aparejado lo que ya hace tiempo ha descripto Spitz como los casos de “hospitalismo” y “marasmo”.

La clínica psicomotriz del autismo (de la que nos ocuparemos más adelante) confirma estos efectos devastadores, pues en el niño autista hay un tono muscular, pero justamente carece de posibilidad de dialogar. Si en ese tocar, si en ese contacto, si en ese tono entre el bebé y su madre, ella no dice nada, no demanda amor sino que simplemente se ocupa de sus cuidados (alimentarlo, sostenerlo, limpiarlo, etcétera), allí habrá dos tonos musculares, el del bebé y el de aquella persona que lo cuida, pero no habrá diálogo.

El diálogo tónico supone que en ese contacto, en ese gesto, en ese acto psicomotor que viene del Otro, hay un deseo, hay lenguaje, y no la pura acción, el puro tono muscular.

Para que se establezca el contacto hace falta algo más que el cuerpo: el contacto se efectúa en lo intocable. Eso del otro que nunca tocaré. El tono muscular humano, como el cuerpo, están tomados por el lenguaje. Por lo tanto, lo que hay que considerar es cómo se articula en un decir, cómo este genera metáforas y metonimias que se “dan a ver” en la acción, en el gesto, en el cuerpo. Cómo entonces el lenguaje esquematiza y se hinca en el cuerpo.

Así podemos responder a la pregunta: ¿el lenguaje del cuerpo, o el cuerpo en el lenguaje? El lenguaje del cuerpo implica suponer que hay un lenguaje que pertenece al cuerpo y otro que no es de él, que sería el de la palabra (esta concepción corresponde a la mayoría de las técnicas corporalistas). Por lo tanto, habría dos lenguajes, o muchos más: el lenguaje del tono muscular, el lenguaje de las posturas, el lenguaje de las actitudes, el lenguaje de la columna vertebral, el lenguaje de la lengua, etcétera.

Así tendríamos tantos lenguajes como quisiéramos imaginar (tantos como partes tiene el cuerpo), pero donde el acento no estaría en la estructura del lenguaje, sino en la acción misma, en el tono mismo, en el gesto mismo; en definitiva, en el cuerpo mismo. Además, desde estas posturas, el lenguaje sería una parte del cuerpo, una función que se adquiere, solamente un modo de expresión más o una forma de “vínculo”, de comunicación.

Consideramos que el lenguaje no es del cuerpo; este, por sí solo, es pura acción corporal. No tiene ley simbólica y por lo tanto no hay allí un sujeto. No es el cuerpo quien habla sino el sujeto a través de sus movimientos y su cuerpo.

Son las leyes del lenguaje, que no son otras que las del inconsciente, las que determinan al sujeto humano y, por ende, a su cuerpo.

El cuerpo humano es efecto del lenguaje (y no al revés); se sostiene como tal por el lenguaje, son sus leyes las que lo sujetan, lo atraviesan y lo rigen. Es el lenguaje el que crea un sujeto y, con él, a su cuerpo y a su motricidad. Es él el que nos da la posibilidad de tenerlo, sustituirlo y desplazarlo. Desde ese instante, el cuerpo es y se transforma en lenguaje y el lenguaje se encarna y es cuerpo. Así, el lenguaje atraviesa y vacía el cuerpo del goce, anudando y articulándose el cuerpo al deseo del sujeto.

En la terapia psicomotriz, históricamente (y hasta la actualidad), el lenguaje fue siempre un apéndice más, una producción más, al igual que lo inconsciente. Tomados ambos ingenuamente se los engloba en el “paquete” “psico” de lo motriz. Así se afirma que se lo considera o que se lo tiene en cuenta, negando los efectos que en la clínica produce desconocer la transferencia, que es desconocer lo inconsciente y viceversa.

Estamos intentando poner en claro aquello que sistemáticamente se ha venido desconociendo e ignorando en el campo de lo corporal y lo psicomotor, a saber: la estructura del lenguaje, lo inconsciente y la transferencia y, por ende, el cuerpo simbólicamente castrado, cuerpo inscripto, cuerpo traumático, cuerpo receptáculo, cuerpo histórico.

Como enunció y demostró Lacan, lo inconsciente es estructurado como un lenguaje, y este se pone en juego en la relación transferencial. Esto es lo que en el campo psicomotor debemos considerar, ya que el cuerpo se humaniza por la relación al lenguaje, al significante, a lo inconsciente, a la prohibición, a la castración que se opera en el cuerpo de un sujeto que, por serlo, es parlante.

En esta perspectiva es necesario analizar sucintamente la estructura del lenguaje y cómo este se intrinca y se articula en la clínica psicomotriz, alejándonos de esta manera de quienes lo consideran una expresión, una función a adquirir, un vínculo o un medio para la comunicación, poniéndolo en su justo lugar: el lenguaje como constituyente del universo simbólico.

La clínica psicomotriz

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