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Introducción
ОглавлениеIntroducir es dar entrada, es dar cabida a alguien en algún nuevo lugar. Introducirnos en la lectura de un libro implica siempre inaugurar un espacio y un tiempo diferentes. Toda lectura genera y produce interrogantes.
Como una película cuyo final se anticipa al comienzo, esta Introducción es el último capítulo que escribió en mí este libro. Me encuentro escribiendo el final del libro en su principio. Escritura que continúa reinscribiéndose en la lectura que lo precede y lo anticipa en una secuencia.
Este escrito espera generar en el lector un espacio de trabajo, de apertura, de interrogantes que promuevan cuestionamientos, allí donde las preguntas y las respuestas permanecen fijas y anquilosadas en un saber enciclopedista o linealmente uniforme. ¿Quién desafía y resquebraja el saber instaurado de la técnica? ¿Quién se introduce en el campo psicomotor y qué lugar ocupa? Es el sujeto, que permanece perdido en la mirada del técnico, quien nos interpela a mirarlo, leerlo y escucharlo desde el registro simbólico. Es él quien se introduce en la clínica psicomotriz luego de un sinuoso y arduo recorrido.
Este verdadero desafío nos introduce en la búsqueda en la que el mismo sujeto participa –y no un formulario o recetario ya dado–, de lo que no se representó de ese cuerpo en el encadenamiento simbólico. Un desafío que nos lanza el niño, con su cuerpo, sus posturas, sus gestos, al darse a ver del otro lado de los recursos y métodos técnicos, ya sean listados de ejercitaciones y programas de actividades, así como también modalidades de intervención basadas en la valorización de lo emocional, de la empatía, la adaptación, lo relacional, la motivación, etcétera.
Es el sujeto con su sufrimiento en juego, encapsulado en su síntoma psicomotor, el que inaugura y da cabida a este espacio clínico. El mismo impulsa preguntas que generan nuevos laberintos, conduciéndonos continuamente a reformulaciones teórico-clínicas. Este escrito es producto y consecuencia de estos efectos.
Son precisamente ellos, los niños, los que en la dinámica psicomotriz arman y conquistan nuevos espacios, movimientos y cuerpos, que reclaman ser leídos e interpretados fuera de los presupuestos, de los prejuicios ya establecidos por un saber absolutista, propio de los Amos, que solo se relacionan por su imperativo omnipotente con el de los pequeños conquistadores.
Es en este espacio donde surge la pregunta por el sujeto. Él, en la clínica psicomotriz, nos hace recurrir al psicoanálisis, que de allí en adelante atraviesa nuestro acto clínico, sin dejar por ello de lado la propia especificidad. Por el contrario, su inclusión redimensiona el ámbito psicomotor, permitiendo otra mirada, otra lectura-escritura simbólica y, en definitiva, otro camino inexplorado.
El psicoanálisis posibilita diferenciar el cuerpo en lo real, en lo simbólico y en lo imaginario. Que el cuerpo humano en tanto tal es un real, simbolizable y, en consecuencia, susceptible de representación imaginaria.
El cuerpo neuroanatómico, el tono muscular, los brazos, las piernas, la nariz, los ojos, la boca, el sistema nervioso, digestivo, circulatorio –en una palabra, todos los órganos, componentes y sistemas del cuerpo– están tomados por una estructura que subvierte y modifica el equilibrio homeostático del mismo; esta particular estructura es el lenguaje.
A la realidad neuromotriz corporal se le sobreimprimen las huellas y marcas del lenguaje; con ellas el cuerpo pasa a residir no solo como un conjunto de músculos y nervios, sino también como una posición inscripta por el deseo del Otro en la cultura. Tenemos la realidad del cuerpo (condición de posibilidad), pero eso que es el cuerpo no es la realidad: el lenguaje lo atraviesa, lo transgrede y trasciende, hasta hacerlo existir fuera de su pura sensación carnal.
Para que una vivencia corporal se constituya, necesariamente tendrá que pasar por el lenguaje, y, por ello, dejará de ser solo vivencia-cuerpo, todo junto. El cuerpo no es el organismo y, dialécticamente, el organismo biológico no es el cuerpo.
El cuerpo libidinal, pulsional, erógeno, que Freud se ocupó de descifrar, retorna constante y al mismo tiempo azaroso en la práctica clínica de la psicomotricidad: no podemos ya eludirlo, desconociéndolo.
Tanto los ojos como las posturas, los gestos, el tono muscular y el movimiento no son solo eso, sino también significación determinada por el deseo del Otro que pulsionaliza ese cuerpo, que lo introduce en el mito familiar.
Jean Bergès, en su extenso recorrido por el campo psicomotor, lo puntualiza de este modo:
(...) es pues del cuerpo en cuanto receptáculo, suponiendo una inscripción, que se puede captar la significación de los disturbios y establecer una terapéutica en cuyo centro estará el cuerpo, el cuerpo del hombre que habla (Bergès, 1986).
Este libro se ocupa en particular de este viraje y esta articulación. Pues no es un mero cambio teórico, un simple agregado yuxtapuesto o una modificación, sino que, a partir de la inclusión de lo inconsciente en el ámbito psicomotor, proponemos un cambio a la vez ético y epistemológico en la lectura, en la mirada y en la intervención misma del psicomotricista. Esto nos posibilita continuar avanzando y pensando la clínica psicomotriz desde el lugar de lo posible, desde lo simbólico.
La inclusión del psicoanálisis en el campo psicomotor produce como efecto otra forma de comprender a un niño que en su cuerpo y en su motricidad da a ver su padecimiento, donde lo “psico” de la motricidad no está ya dado por los hábitos, la memoria, los patrones de conducta, los afectos, las fusiones, la sensibilidad, la percepción, entre otros, sino que se constituye y se instala desde el lugar del Otro, del lenguaje, del significante. Espacio simbólico que no es constituido sino constituyente del sujeto y con él de su cuerpo y su movimiento. Es por esto que lo “psico” de la psicomotricidad no proviene más de la psicología, sino del psicoanálisis.
El Otro no es un estímulo ni un estimulante, sino la instancia que, desde su mirada, organiza en el niño su autoimagen corporal y, desde su discurso, recorta, en el ojo, en la boca, en cada “agujero” del niño, la sombra de un objeto inexistente que, por ello, será incesantemente buscado (Jerusalinsky, 1988, p. 77).
Si bien lo inconsciente es descifrado y, por lo tanto, descubierto por el psicoanálisis, este hecho no determina de por sí que el mismo le pertenezca con exclusividad, pues como tal, no es propiedad de nadie.
Diferentes praxis clínicas (como la psicomotricidad, la psicopedagogía, la fonoaudiología, la estimulación temprana, etcétera) podrán incluir dentro de lo “psico” de su especificidad a lo inconsciente, siempre y cuando se lo haga intentando descifrarlo en el único lugar en que es posible hacerlo, en la trama transferencial, pues es allí donde el sujeto aparece y donde aspiramos a no desconocer desde la propia práctica específica.
Pretendemos rescatar al sujeto, a su singularidad. Algo que no es general, que no es una totalidad en sí misma ni tampoco una globalidad uniforme, sino un cuerpo en falta. Es el deseo que alude en el cuerpo a una falta, que hace de él un recorte respecto al cual solo puede informar una repetición significante. Lo interesante de este punto es que no hay tipificación posible de este singular recorte, ya que el Otro recorta el cuerpo en una posición de uno irrepetible en el plural, lo que le confiere al cuerpo la misma singularidad del sujeto.
Por este recorrido singular que es armado y fabricado por el recorte del Otro en el cuerpo podemos enunciar que el cuerpo es en transferencia referido a una red significante, red histórica que lo hace existir.
La operación clínica en el campo psicomotor (nos referimos específicamente a la lectura, la mirada, la intervención, la “corporificación”, la interpretación, la observación) es efecto de esta red transferencial, que se transforma en uno de los ejes centrales del tratamiento, ya que el cuerpo adquiere su consistencia en relación con lo simbólico, con la ley (la prohibición), que introduce la castración en el cuerpo y, con ella. la hiancia, por donde emerge el deseo.
Surge tal vez aquí un interrogante que, aunque parezca ingenuo, resulta esencial para continuar pensando en el suceder clínico del ámbito psicomotor: ¿qué entendemos por lo inconsciente?
Lo inconsciente ha tenido, desde Freud hasta nuestros días, diferentes lecturas y escrituras en el campo psicoanalítico, lo que trajo aparejadas distintas posiciones clínicas y éticas. Si bien “aparentemente” todas se refieren a la letra de Freud, de su desciframiento y análisis se desprenden inconscientes distintos, e incluso, en algunos casos, opuestos y contradictorios.
Es válido, por lo tanto, aclarar que consideramos lo inconsciente tal como lo definió Jacques Lacan en su retorno a Freud: lo inconsciente es estructurado como un lenguaje.
De esta definición y de sus consecuencias se desprenden efectivamente un modo particular de interrogar y teorizar la dimensión subjetiva que se pone en escena en la clínica psicomotriz, cuando nos desprendemos del tecnicismo ya establecido.
Esta perspectiva, sin descuidar la especificidad psicomotriz, nos permite sostener una práctica transdisciplinaria, que privilegia al sujeto que allí se está constituyendo1. Este acuerdo en torno de la concepción de sujeto (que implica ocuparnos necesariamente de los efectos transferenciales que se generan en la clínica) facilita no solo el intercambio con profesionales de otras áreas, sino que posibilita que el verdadero protagonista sea el niño y no el terapeuta.
La óptica que impulsamos es opuesta a aquellas que en el campo psicomotor y “corporal” intentan reducir lo inconsciente a una sustancia, a algo material, que hasta incluso es ubicable “en las profundidades” del cuerpo, donde se encontraría el ello, y el yo equivaldría, en este contexto, a la piel del cuerpo, tomado este como organismo.
Estos postulados empíricos-manifiestos desestiman la estructura que verdaderamente subyace.
¡Es tan cómodo para la pereza intelectual refugiarse en el empirismo, llamar a un hecho, un hecho, y vedarse la investigación de una ley! (...) Es un empirismo no solo evidente, es un empirismo coloreado. No hay que comprenderlo, solo basta verlo (Bachelard, 1985).
Diferentes posturas en el ámbito psicomotor permanecen estancadas en lo que podríamos denominar las doctrinas mundanas del siglo XVIII, basadas en una realidad empírica evidente, que se fundamenta en el realismo empírico, visible y objetivo del fenómeno corporal. Solo hace falta verlo, y no comprenderlo; se piensa al cuerpo como se lo ve, como se presenta a la vista en forma inmediata.
Estos postulados psicomotores adaptacionistas, que solo toman en cuenta la realidad empírica del cuerpo, se basan en lo que hace o juega el niño, para que este se adapte “mejor” o “bien” a esa siempre supuesta realidad objetiva. Este es el origen de los test psicomotores que abundan y que se aplican indiscriminadamente en nuestro medio. Freud demostró que ni la realidad ni el cuerpo son entes empíricos objetivos, y que no son dados de una vez y para siempre. La realidad y el cuerpo se construyen en relación al Otro. Son una realidad y un cuerpo conformados por historias, demarcaciones, mitos, deseos, representaciones, relacionados indefectiblemente con el discurso que les da origen.
En nuestra opinión, hay que aceptar para la epistemología el siguiente postulado: el objeto no puede designarse de inmediato como “objetivo”, en otros términos una marcha hacia el objeto no es inicialmente objetiva. (...) El hombre es hombre porque su conocimiento objetivo no es ni inmediato, ni local (Bachelard, 1985).
En nuestros días, y particularmente en el espectro de lo corporal, estas afirmaciones adquieren cada vez más validez, pues se hace del cuerpo un reinado donde la expresión y la emoción son súbditos de su majestad: el cuerpo visible y objetivado.
Contrariamente a estos postulados, seguimos la enseñanza de Freud porque ya no se trata de la observación empírico-positivista, determinada por la interpretación concreta y objetiva de la “realidad”. La verdad no está del lado del terapeuta en psicomotricidad, sino que surgirá del deseo del sujeto en el transcurrir de la clínica misma. Por eso, tampoco queremos transformar la psicomotricidad en un psicoanálisis, ya que ambos se ocupan de problemáticas diferentes. El psicomotricista se interesa por el cuerpo y la motricidad de un sujeto en sus diferentes variables: privilegia la mirada. El psicoanalista, en cambio, se ocupa de escuchar el discurso de un sujeto, fundamentalmente en sus fallidos, sueños, olvidos, lapsus, etcétera, donde emerge el inconsciente: privilegia la escucha. Del cuerpo, las posturas, los gestos y el movimiento que no funcionan se preocupa la psicomotricidad, que pondrá en juego su mirada particular.
Para apropiarse del cuerpo, un niño tendrá que realizar sucesivamente importantes conquistas, en relación con su espacio, sus movimientos, sus posturas, sus gestos, sus tiempos; tenemos un cuerpo (órgano) que –como lo dice la expresión “el propio cuerpo”– tendrá que ser de alguien (un sujeto) para ser propiamente un cuerpo y no una pura carne (como sería el caso de los niños autistas).
Por las fallas e interferencias en esta ardorosa conquista surge la clínica psicomotriz. Con los aportes del psicoanálisis se produce una transformación clínica conceptual en la práctica psicomotriz, que modifica las perspectivas hasta hoy planteadas. Impulsando este cambio, proponemos esta nueva mirada psicomotriz de un sujeto.
Esta propuesta no implica desconocer la historia de la psicomotricidad hasta nuestros días (de hecho aquí damos una versión posible de la misma), sino que, por el contrario, pretendemos provocar en ella un sesgo diferente, produciendo así una apertura.
Las propuestas de Dupré, de Wallon, de Ajuriaguerra, entre otros, pasan a incluirse dentro de una red simbólica. Ocurre lo mismo con aquellos recursos del campo psicomotor que nos son útiles en determinado momento para operar en lo instrumental del cuerpo o el movimiento. Por ejemplo, facilitar un desplazamiento, la prensión de un objeto, una nueva postura, la marcha, un salto, etcétera.
Lo que varía es el punto de partida y por lo tanto de mira, ya que se trata del cuerpo y la motricidad de un sujeto.
No deberíamos olvidar las enseñanzas que nos deja la práctica clínica en psicomotricidad; los problemas que ella nos plantea no se resuelven con recursos y recetas técnicas, ni con consejos o artificios mágicos. Justamente, estos ocultan y taponan las dificultades, en lugar de transcribirlas en el universo simbólico. De esta manera, la historia del ámbito psicomotor no solo no se elimina, sino que se redimensiona dentro de la especificidad clínica.
Interrogarnos acerca de lo que no se sabe del cuerpo de un sujeto remite concomitantemente a su singularidad, que rompe con la primacía del saber uniforme del cuerpo empírico-objetivable. Su majestad pasa a ser nuevamente, como lo introdujo Freud, el niño. Podríamos agregar: con su cuerpo, sus gestos, sus posturas, su tono muscular, que hablan al ser leídos y hablados por otros. Este libro se propone como una invitación a trabajar, a articular, impulsando interrogantes que en tanto tales impliquen transformaciones, o sea, tal como ocurre en el cuerpo, cuyo registro es el de las formas que cambian: así pretendemos que suceda con quienes nos lean.
Se plantea aquí un itinerario, un desmontaje del saber ya establecido y constituido, no con la finalidad de instalar otro saber absoluto y verdadero, sino para abrir un espacio diferente que desemboque en la reflexión, discusión y transmisión teórico-clínicas de las que hasta ahora carecíamos.
El recorrido pretende, de este modo, conceptualizar y formalizar el espacio de la clínica psicomotriz en el cual estamos implicados, explicitando nuestra posición y, desde ella, la interpretación que hacemos de otras posturas psicomotrices. La nuestra nos ha llevado a seleccionar los problemas que hoy consideramos nodales en el acontecer clínico de la práctica psicomotriz, con el afán de rescatar siempre allí el cuerpo subjetivado del niño.
Esta es nuestra convicción al emprender esta tarea de escritura. Su horizonte, lejos de estar completo y acabado, sitúa el punto de búsqueda en el que nos encontramos al escribir estas líneas.