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EL CUERPO: SU SUPERFICIE Y EL OTRO

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No nacemos con un cuerpo constituido, él mismo debe constituirse. El cuerpo humano, por serlo y para serlo, depende para su subsistencia de un Otro (que, como referimos anteriormente, en un primer momento, encarna la madre como función), ya que, cuando nace, el niño es inmaduro, prematuro, sin mielinización de las vías nerviosas2 y sin el Otro no se podrá constituir en un cuerpo subjetivado. A tal punto que si no hay un Otro, el bebé puede perder el reflejo de succión, cosa que no ocurre si hay un Otro que lo desee y estimule para ello, es decir, que le demande al bebé que le demande algo a él.

Esta demanda del Otro rompe el estado de necesidad con el que nace el niño (pasaje del cuerpo de la necesidad al cuerpo pulsional). El Otro, de quien depende, tiene la función (del lenguaje) de presentarle el cuerpo al niño. ¿Cómo se le presenta el cuerpo al niño? Es el Otro quien va creando en ese puro cuerpo “cosa”: agujeros, bordes, protuberancias, tatuando de este modo un mapa corporal producto del deseo del Otro, que lo erogeniza, lo pulsionaliza, es decir, le crea en el cuerpo una falta, una manera, una forma de faltarle algo.

Estas faltas primordiales generan la caída de ese cuerpo “cosa”, “carne”, puro real, que al caerse se reencuentra sujeto al Otro. Estas marcas, estas maneras de faltarle algo en el cuerpo, lo transforman en un cuerpo erógeno y simbólico.

En verdad, el niño al nacer tiene la mayoría de las vías aferentes mielinizadas, lo que no está mielinizado aún, es la posibilidad de respuesta. El niño tiene inervaciones sensoperceptivas, lo que no puede es asociar. Lo que no está mielinizado son las áreas de asociación, por lo tanto, no puede coordinar ni integrar la respuesta corporal. ¿Cómo logra entonces superar esta insuficiencia corporal propia de la especie? El problema se presenta en el desfasaje entre lo que el niño al nacer recibe (vías aferentes) y en lo que tiene que responder (vías eferentes), por eso depende de los ojos y el toque del Otro para organizar su respuesta.

Ocurre que en este niño, el Otro operó una separación que lo distanció de su cuerpo real: su madre tomó como regalo su caca, pero no la retuvo, la canción y la modulación de su voz hizo ausencia en sus oídos, el sostén hizo falta en su equilibrio, el pecho hizo nostalgia en su boca, y así en cada repliegue del cuerpo. En ese corte su cuerpo pasó a residir, como imagen, mucho más en la mirada del Otro que en su propiocepción (Jerusalinsky, 1988, pp. 29 y 30).

Por ejemplo: cuando la madre acuna en los brazos a su niño, en este particular balanceo tónico-motriz, le da la posibilidad de experimentar sensaciones laberínticas, lo que le está presentando, lo que está construyendo: es justamente el laberinto, órgano fundamental para el futuro movimiento corporal del niño. Además, de este modo está armando la postura, la representación postural de donde se desprenderá la acción motriz, pues el movimiento parte de la postura del cuerpo.

La madre (el Otro) le presenta el cuerpo y el mundo, mientras que el niño determina en la mujer una nueva condición, su posición como madre. Es él el que al ser nombrado como hijo la nombra a ella como madre. Para que esto ocurra, debe haber otro personaje: el personaje paterno, que tiene como cualidad, como función, la posibilidad de nominación, que afirma la falta en la madre. Por eso, alrededor del complejo de castración se afirma el nombre del padre, posibilidad paterna de nominar.

La madre afirma: “Me llama mi bebé”, y así el niño “sabe” llamar a la madre, pero no a la mujer, la mujer tuvo que ser llamada por el padre, la figura paterna que supuestamente supo cómo llamarla.

Afirmación paterna, afirmación “primordial”, que retroactivamente ubica cómo se afirma la primacía del decir paterno (ley del padre) en la relación madre-niño, que permite la circulación del deseo (cuerpo castrado-cuerpo simbólico).

El niño conoce en primer lugar a su cuerpo. Pero que lo pueda conocer o no, no es algo que dependa de él, ya que para crecer, conocerse y conocer depende de un Otro al que algo le falta, lo que determina que al niño también le falte, creando en su Cuerpo una discontinuidad.

La necesidad, el puro pedido del niño se transforma, al pasar por el Otro, en demanda. El estado de necesidad, lo puramente biológico en su cuerpo, cae, se pierde, y se transforma en Cuerpo del lenguaje, tomado y transformado por él, es decir, por los significantes que vienen de ese Otro que le da el don del lenguaje. De allí en más, lo que retorna constantemente no es ya el cuerpo de la necesidad, sino lo que un sujeto desea a través de su cuerpo.

El cuerpo es un significante, lo que no quiere decir que no sea material; por el contrario, es un material visible y audible. Todo lo que pertenece al orden de lo corporal está regido e incluido en la cadena simbólica. No hay duda de ello: lo vemos claramente no solo en los trastornos psicomotores sino, por ejemplo, en el síndrome de Gotard, donde el sujeto supone que en su cuerpo hay un órgano que le falta, sostiene la creencia de que carece de un órgano (por ejemplo: el hígado, un pulmón, etcétera). De lo que se trata en estos casos es de una imagen del cuerpo que no se construye como unidad porque ella misma está agujereada. Esta creencia solo es pensable dentro de un universo simbólico. Fuera de él, lo animal es cuerpo, y no habla.

Es a partir de los cortes, de las marcas, de las inscripciones que irá realizando el Otro, que el cuerpo subjetivado se constituirá, y no al revés, como se entiende habitualmente en el campo psicomotor. No es que el niño nace con un esquema corporal, con una superficie corpórea ya dada, y así el cuerpo va creciendo, sino que son los cortes, las inscripciones, los que van construyendo la superficie corpórea de un sujeto. “El cuerpo aparece así como un receptáculo de la inscripción por el fantasma y, en particular, de los efectos de captura de la postura y del mirar” (Bergès, 1986).

Para que el niño diferencie yo-no yo, adentro-afuera, continente-contenido, interno-externo, se tiene que producir una transformación por la cual el sujeto asumirá una imagen como suya. Esta transformación es la identificación especular. Lacan especifica: “La identificación es la transformación que se produce en el sujeto cuando asume una imagen” (Lacan, 1984, p. 87).

La clínica psicomotriz

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