Читать книгу La clínica psicomotriz - Esteban Levin - Страница 15
EL CUERPO EN APERTURA
ОглавлениеComo afirmamos anteriormente, hasta hoy suele considerarse el enfoque y encuadre psicomotor compuesto de tres dimensiones de funcionamiento que constituyen el concepto de “globalidad psicomotriz”.
Es habitual en nuestro medio que, ante la pregunta “¿De qué se ocupa la psicomotricidad?”, la respuesta inmediata sea: “Del cuerpo en su globalidad”; es decir, en sus tres dimensiones, la instrumental, la cognitiva y la tónico-emocional.
Los tres niveles delinean fenómenos del orden de la conciencia. Tanto el nivel instrumental como el cognitivo son observables, evaluables, medibles, testeables. El nivel tónico-emocional es también del orden de lo consciente, ya que la emoción, como bien sitúa Freud, es una descarga en percepción. Por ejemplo: un espasmo, la risa, el llanto, un temblor, el sonrojarse, son descargas tónicas del cuerpo que denotan un factor emotivo, pero ¿cuál es su sentido? O, dicho de otro modo, ¿qué sentido tienen?
Tanto los afectos como las emociones:
(…) no son constituyentes, sino meros epifenómenos de lo que a través del significante se opera en el deseo. Lo que permite que el deseo se constituya es el hecho de que Otro coloque en juego una marca (el Nombre) que aliena al sujeto de su objeto, que lo separa, esa marca es del orden del lenguaje. Lenguaje no ya como función psicológica sino como estructura que captura al sujeto y lo sitúa en relación con la cultura (Jerusalinsky, 1988, p. 22).
A lo inconsciente no se lo discrimina del nivel emocional, se lo engloba dentro de un mismo “paquete”, que es la “globalidad”. El concepto de globalidad remite a la idea de un globo, de un círculo cuyas líneas se cierran y encierran estos niveles. Al no discriminar la emoción y su correlato tónico de lo inconsciente, a este se lo ignora y no se lo analiza, aunque se afirme que se lo tiene en consideración dentro de lo emocional.
Sin embargo, lo inconsciente opera como efecto de estructura1, no basta con afirmar que se lo considera, sino que para considerarlo en nuestro acto clínico hay que analizarlo, operando, interviniendo en la transferencia, Es decir, el hacer, la experiencia psicomotriz, da cuenta de un discurso donde opera el inconsciente del sujeto. Clínicamente, la única manera de considerarlo es en la transferencia que se genera en el espacio psicomotor que debemos analizar, descifrar, para permitir que se despliegue el sufrimiento que el niño vive en su cuerpo.
Pero, ¿de qué cuerpo se trata?, ¿qué cuerpo mira la psicomotricidad?, ¿qué lectura tiene de él?
Al incluir lo inconsciente, el concepto de globalidad, de totalidad, queda perimido, ya que el incluirlo implica el desconocimiento de sí mismo por parte del sujeto. El deseo implica búsqueda, que algo ha caído, que falta y que faltará como causa de su deseo.
Es Freud quien puntúa y explicita, basándose en el discurso de sus pacientes, cómo la sexualidad se pone en juego desde el inicio de la vida del niño y es determinante de su constitución subjetiva. Es a partir de Freud que se la considera un factor estructurante del futuro sujeto (y no ya como un hecho biológico que tiende únicamente a la reproducción de la especie).
Una figura que tal vez lograra explicitarlo sería, probablemente, una forma abierta, espiralada, o en espiral (tal como esos caracoles que no cesan de repetirnos melodías que invocan nuestro oído).
El simbolismo de la espiral es el opuesto al del círculo, que es religioso, teológico; la espiral, en cuanto es un círculo remitido al infinito, es dialéctica; sobre ella las cosas retornan, pero a otro nivel: hay retorno en la diferencia y no repetición en la identidad...
La espiral regula la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo; gracias a ella, no nos sentimos obligados a pensar: todo (o nada ha sido dicho, pero más bien lo que pasa es que nada sucede por primera vez y, no obstante, todo es nuevo (Barthes, 1986, p. 223).
No se trata entonces de un cuerpo global sino del cuerpo de un sujeto, cuerpo receptáculo, parlante, erógeno, instrumental, investido, discursivo y simbólico.
En el fenómeno psicomotor estarán en juego, por un lado, lo instrumental-cognitivo que privilegia el funcionamiento motor (el cuerpo como instrumento y herramienta del desarrollo madurativo y de crecimiento) y los procesos cognitivos relativos al propio cuerpo (en su relación con el espacio, el tiempo y los objetos).
Dentro de la mirada psicomotriz incluimos lo instrumental y lo cognitivo, pero no como un hecho aislado e independiente, sino como parte del decir corporal del sujeto.
Por otro lado, lo tónico, tomado y atravesado por el lenguaje, que “dice” al tocar y al ser tocado (diálogo tónico que se inscribe en un sujeto desde su nacimiento, a partir del deseo del Otro, que en una primera instancia encarna su madre, o quien cumpla esa función). De este modo, estas inscripciones, estas demarcaciones quedarán grabadas en lo inconsciente y determinarán al sujeto como tal, es decir, inscripto por el deseo del Otro en el universo simbólico.
Es esta dimensión psíquica (que se eclipsaba y se confundía con lo emocional y afectivo) la que en la clínica psicomotriz no puede seguir ignorándose.
Es necesario detenernos a precisar a qué nos referimos cuando mencionamos el decir corporal de un sujeto. Con él hacemos referencia a la inscripción corporal en el lenguaje. Al cuerpo legible en el lenguaje, ya que este, al funcionar como inscripción, lo torna legible, y es por esta vía que las posturas, el tono muscular, los gestos, dicen para un Otro. El cuerpo es tomado en el lenguaje por la mediación de la letra. Por lo tanto, el cuerpo es “fonológico” y no hablante por sí mismo. El que habla es el sujeto a través del cuerpo, de las variaciones tónico- motrices, del movimiento, los gestos y el esquema corporal.
La zona erógena es Letra, pero letra perdida e inscripta como marca; ella no dice lo que falta, no encuentra en el cuerpo, en lo corporal, quién se lo diga; se ve lanzada al significante, a la investidura, al plano de las sustituciones. Ciclo de repeticiones, en donde cualquier objeto puede advenir en la búsqueda de la satisfacción pulsional sin que la falta (la diferencia irreductible) sea colmada. Pues el deseo es la vertiente histórica del cuerpo de un sujeto, cuyo reconocimiento solo puede concebirse en la primacía del significante.
El cuerpo no es el organismo, de este último se ocupa la Medicina. El cuerpo de un sujeto es Letra, es gramática, y como tal es leída por otro (lo que implica una reconstrucción). Se lee el sentido y por eso el cuerpo es del orden de lo imaginario, ya que la imagen no dice, necesita de un Otro que inscriba un decir en el cuerpo, que lo torne imagen del cuerpo, que lo metaforice en su “toque” significante.
Tomamos el cuerpo en lo imaginario como efecto de lo simbólico (del significante) en lo Real del cuerpo. De allí que la psicomotricidad estará en condiciones de realizar una lectura simbólica del decir corporal de un sujeto: es este el camino que estamos inaugurando y proponiendo.
Freud realiza una crítica a las concepciones que, si bien reconocen al psicoanálisis, no aceptan lo inconsciente, intentando igualar lo inadvertido con lo inconsciente sin considerar las constelaciones históricas reprimidas decisivas para ese sujeto.
Por último, con respecto a estas concepciones (tenidas muy en cuenta en el ámbito psicomotor y corporalista), Freud concluye: “Por lo tanto, referir lo inconsciente a lo poco notado y a lo no notado es un retoño de prejuicio que decreta para siempre la identidad de lo psíquico con lo consciente”. La postura freudiana sobre esta temática no varía a lo largo de toda su trayectoria. Como observamos, la psicomotricidad (tal como lo indica la palabra) cabalga a modo de puente, entre una estructura psíquica (psi) y una estructura neuromotriz, a modo de articulación, constituyendo su propia estructura, que es efecto y consecuencia y, para ser más precisos, se constituye como pasaje entre una y otra estructura.
La psicomotricidad es una articulación, a partir de un orden simbólico (el lenguaje) que posibilita tomar el cuerpo, los gestos, el movimiento, el tono, el espacio, las posturas, los objetos y el tiempo como el decir corporal de un sujeto; decir que se mira y se dice.
De este modo, la psicomotricidad se aleja, por un lado, del discurso que toma al cuerpo como objeto en y por sí mismo, el cuerpo como “cosa”. Y, por otro lado, se aleja de la terapéutica del juego corporal por el juego corporal mismo, para constituirse, entonces, en la clínica que se ocupa de las perturbaciones psicomotrices del sujeto.