Читать книгу La clínica psicomotriz - Esteban Levin - Страница 20
IMAGEN Y ESQUEMA CORPORAL
ОглавлениеEn esta línea de reflexión, se hace necesario diferenciar dos conceptos que son confusos, tanto en el ámbito corporalista como en el campo psicomotor, y que provocan numerosos equívocos no solo en su contextualidad teórica sino también en la práctica clínica. Estos conceptos son los de esquema e imagen corporal. Muchas veces son tomados como sinónimos o se yuxtaponen de tal manera que no se pueden discriminar. La complejidad se acrecienta cuando se los asimila y confunde con otros conceptos tales como “imagen espacial del cuerpo” (de la cual se ocupó en primera instancia Pick en el año 1908: “El enfermo autotopoagnósico que, a causa de lesiones cerebrales, es incapaz de hacer coincidir las sensaciones que experimenta con el cuadro visual que tiene de su cuerpo” (Bemard, 1980, p. 22).
Otro concepto muy usado y que se presta a confusión es el de “esquema postural del cuerpo”, que otorga una importancia fundamental al modelo y los cambios posturales: “Por medio de las perpetuas alteraciones de la posición (de nuestro cuerpo) estamos siempre construyendo un modelo postural que constantemente cambia” (Head, 1982, p. 21).
También se utilizan términos como “imagen de sí”, “cenestesia”, “imagen del propio cuerpo”, etcétera. Si bien estos conceptos abrieron nuevos rumbos en la investigación y reflexión, nos vemos en la necesidad de realizar la crítica de su ambigüedad, justamente para dar un paso más en la dirección que los mismos nos propusieron históricamente.
La palabra esquema, en relación con el cuerpo, fue utilizada en el año 1905 por un médico francés llamado Bonnier:
Los caracteres esenciales del concepto de “esquema” propuesto por Bonnier consisten en una configuración topográfica y, por consiguiente, espacial del cuerpo; esa configuración permitiría la posición vertebral equilibrada y la localización de excitaciones y de las correspondientes reacciones (Bemard, 1980, p. 31).
Un neuropsiquiatra y psicoanalista austríaco retoma conceptos de Head y de Freud e intenta hacer “una investigación empírica sobre la imagen del cuerpo humano” (Schilder, 1983). Este intento, si bien trajo aparejadas confusiones y yuxtaposiciones de ideas por haber recurrido a distintos modelos teóricos (gestalt, psicoanálisis, sociología, fisiología, neuroanatomía) marcó un camino lleno de ideas e interrogantes que quedan abiertos en las articulaciones teóricas que él realiza en su investigación. Allí afirma: “El esquema corporal es la imagen tridimensional que todo el mundo tiene de sí mismo; podemos llamar a esta imagen, “imagen corporal” (Schilder, 1983).
Como observamos, este estudio empírico, al intentar definir el esquema corporal lo confunde con la imagen, y a esta con el esquema, y le da un carácter dinámico de constante “autoconstrucción y destrucción internas”. La importancia de este autor, más allá de las dificultades conceptuales, radica en centrar la mirada en el cuerpo, pero desde otro lugar, intentando darle un carácter dinámico y clínico. Por otro lado, incorpora el psicoanálisis al estudio de lo corporal, aunque sea en una primera aproximación empírica que, lejos de colmarla, avizora nuevas líneas de investigación.
Partiendo de esta apertura, es nuestra intención, reformular y ampliar esta vertiente, basándonos en los diferentes aportes del psicoanálisis (Mannoni, Dolto, Lacan, Sami Ali, Pankow) en lo que se refiere a los conceptos de imagen y esquema corporal.
El esquema corporal es lo que uno puede decir o representarse acerca de su propio cuerpo, la representación que tenemos del mismo. Es del orden de lo evolutivo, de lo temporal.
Dentro del esquema corporal se encuentran las nociones de propioceptividad, interoceptividad y exteroceptividad (es en esta temática y en relación con el tono y la emoción donde son más fructíferos los aportes wallonianos).
En la evolución psicomotriz (desarrollo psicomotor) del niño se irá construyendo el esquema corporal. Cuando a este se lo interroga acerca de las partes de su cuerpo que más le gustan, puede responder, pues tiene noción del mismo. Esta noción, este concepto que el niño se hace de su cuerpo es el esquema corporal.
Pero, ¿por qué el niño elige una parte y no otra? ¿Por qué esta zona corporal es para él más placentera; lo es para él o para el otro? Estas preguntas no son algo que él se pueda responder, pues que las conteste o no ya no depende de su esquema corporal, sino de su imagen.
Es así que el niño, ante el interrogante acerca de qué parte de su cuerpo le gusta más?”, puede respondernos con otras preguntas, por ejemplo: “¿Qué partes del cuerpo, las de adentro o las de afuera?” o “¿Cuando estoy vestido, con ropa, o cuando estoy desnudo?”. De este modo, el niño empieza a responder desde su deseo, mostrando y a la vez ocultando el posicionamiento que ocupa su cuerpo en una trama histórica.
La imagen corporal es constituyente del sujeto deseante y, como tal, es un misterio; no es en absoluto del orden de lo evolutivo, se va constituyendo en el devenir histórico de la experiencia subjetiva. Por eso se relaciona con la inscripción, con la demarcación mnémica.
¿Dónde se inscribe la memoria? En el cuerpo, constituyendo una discontinuidad, un corte, una alteridad, una marca, producto del lenguaje que da la posibilidad de generar imágenes que recubren la falta sin agotarla. Por eso, la imagen corporal es un misterio, una incógnita, y es inconsciente.
El esquema corporal puede ser explicado, en una parte responde a una generalidad de la especie humana (por ejemplo: tener dos ojos, una boca, dos brazos, etcétera). El esquema corporal puede ser trabajado; por ejemplo, un profesor de Educación Física puede ocuparse de implementar “ejercitaciones pertinentes” para enseñar el esquema corporal (también hay lineamientos psicomotores que así lo proponen).
Si se observan dos cuerpos de igual tamaño, conformación física y peso, ambos tienen un corazón, un aparato digestivo, dos pulmones, etcétera, Pero, ¿en qué se diferencian uno de otro más allá de lo fisionómico? La misma pregunta cabría para el caso de gemelos univitelinos.
Justamente, la diferencia fundamental no radica en el esquema corporal, sino en que cada uno ha sido marcado, tatuado, mapeado, en forma distinta. La imagen corporal es singular, propia de cada sujeto, incomparable e inmedible, y en este sentido torna singular y propio al esquema.
El esquema corporal es susceptible de ser medido, de ser comparado con otro; por ejemplo, las medidas estándar, que señalan que a cada edad le corresponde a cada niño un peso, una altura, un determinado perímetro cefálico, etcétera. Medición corporal que implica una testificación de su masa corpórea.
El esquema corporal especifica al individuo en cuanto representante de la especie, sean cuales fueren el lugar, la época, o las condiciones en que vive. (...) La imagen del cuerpo, por el contrario, es propia de cada uno: está ligada al sujeto y a su historia (Dolto, 1986, p. 21).
Si bien concordamos con Dolto en que el esquema corporal especifica ciertas características de la especie, sostenemos como diferencia con su propuesta que el esquema corporal se interrelaciona de tal modo con la imagen del cuerpo que también él está íntimamente ligado a la constitución subjetiva e histórica de ese sujeto y que, como tal, es efecto del lenguaje que a su vez lo atraviesa hasta darle existencia. Por lo tanto, el esquema corporal posee su lado generalizable y al mismo tiempo su escritura-representacional que lo constituye como único.
Así, podemos decir “yo soy psicomotricista”. Cuando decimos “yo” nos referimos al “yo” como pronombre personal: en lo relativo al cuerpo sería “este cuerpo que tengo, que posee dos brazos, dos piernas, cicatrices, etcétera”. Nos referimos al esquema corporal. El “soy psicomotricista” se relaciona con la imagen en la cual como psicomotricista nos reconocemos, que implica de por sí un desconocimiento, por ejemplo, de las identificaciones que nos llevaron a reconocernos como tales. Esta imagen corporal es inconsciente y se relaciona con el recorrido libidinal que esquematizó el Otro en el cuerpo.
Ocuparse de la imagen del cuerpo y del cuerpo y sus imágenes supone siempre un cuerpo simbólico que las sustenta y las sostiene. “El cuerpo no es simplemente una cosa vista de hecho (yo no veo mi espalda), es visible por derecho” (Merleau Ponty, 1970). Este cuerpo es el cuerpo simbólico del que hemos venido hablando.
Gisela Pankow, psiquiatra y psicoanalista, plantea que la imagen del cuerpo está definida por dos funciones simbolizantes:
Llamo simbolizantes para subrayar que cada una de esas funciones, como “conjunto de sistemas simbólicos”, apunta a “una regla de intercambio”, a una ley inmanente del cuerpo que está dada implícitamente por la función fundante de la imagen del cuerpo (Pankow, 1979, p. 21).
La primera función fundante y fundamental de la imagen del cuerpo es la función de unidad, de gestalt, de forma unida. La autora se refiere “únicamente a la estructura espacial del cuerpo” y a la dialéctica entre las partes y el todo. Es necesario incluir en estas ideas el reconocimiento y júbilo del niño frente al espejo (el estadio especular), rasgo unario fundante para el reconocimiento de lo uno y de lo otro, en tanto reconoce las partes del cuerpo como partes de una unidad (imago).
Esta autora discrimina que en la psicosis se vive una “disociación corporal”4. Hay una vivencia de la parte por el todo. Por ejemplo, el estómago no es parte del aparato digestivo de todo un cuerpo, sino que el sujeto pasa a ser imaginariamente el estómago.
En cambio, en la neurosis se puede reconocer que una parte del cuerpo puede causar una molestia, puede doler, puede ser un problema, pero lo que nunca se pierde es la noción de unidad corporal.
Para Pankow, la segunda función de la imagen corporal no se refiere a la forma, a la unificación, sino al contenido y sentido de cada parte del cuerpo. En algunas psicosis hay un desconocimiento del funcionamiento corporal, pese a que se mantiene la unificación corpórea.
No debería olvidarse que la introducción del concepto de imagen corporal por parte de esta autora es solo “a título de reconocimiento de una dinámica espacial”. Así como la imagen corporal es inconsciente, el esquema corporal es preconsciente. Se hace consciente en nuestro cuerpo por medio de, por ejemplo, un dolor, el frío, la transpiración, cuando se padece una enfermedad, cuando se habla de él. Así, somos conscientes de una muela o de la espalda cuando nos causa molestias O nos duele, o por algún accidente. En este sentido, la conciencia del cuerpo es fugaz y nunca totalizante.
Imaginemos, por un momento, si a cada instante, si continuamente estuviéramos pensando y preocupados por el funcionamiento corporal o por la integridad física. Esta actitud sería paralizante, pues no se podría hacer otra “cosa” que estar pendientes de nuestro cuerpo, que de este modo estaría tan presente (no estando ausente) que limitaría todo nuestro accionar (discurso hipocondríaco o también del fisicoculturista).
Tomemos un ejemplo de la vida cotidiana: si una persona tiene una ampolla en la planta del pie, cada vez que camina y utiliza ese pie, este se presentifica en cada apoyo, y cada vez que pisa siente su pie, no solo dolido, sino que toma conciencia de él a cada paso. Incluso podríamos decir: cada paso toma conciencia de él. Se torna presente, presentifica su pie de tal modo que no puede sostenerse parado, pues este en cada instante ocupa todo su tiempo, y así se tornan insostenibles el caminar y el cuerpo para el sujeto.
La imagen corporal se da “a ver” en el esquema corporal, es decir que ambos conceptos se diferencian, pero también se correlacionan. Por ejemplo: una perturbación en el esquema corporal de un niño –en el plano de la lateralidad o una gran paratonía de miembros superiores– puede tener su origen (descartando la organicidad) en la imagen corporal de este niño.
Otro caso sería, por ejemplo, el de un niño zurdo, en edad escolar, con su lateralidad bien definida, pero en cuya familia la zurdería no es aceptada, pues acarrea dificultades; esto determina que para el niño ser zurdo sea un problema. Por este hecho, los padres realizan una consulta, pues temen que se atrase “en su desarrollo”.
Vemos entonces cómo los conceptos de esquema e imagen corporal se especifican y se intrincan en un cuerpo que, para humanizarse, debe recorrer un largo camino compuesto de prohibiciones, de leyes, de imágenes, de deseos.
El esquema corporal de un niño autista se encuentra seguramente perturbado, pero no es por una falla en el esquema corporal, sino por la ausencia, la carencia de ese Otro que no inscribió, no contorneó ese cuerpo, no generó deseo, imágenes, que para ser generados necesitarán de un Otro que imagine que allí hay un sujeto y no una “cosa”.
Así, el niño podrá reflejarse en esas imágenes (en la mirada deseante), en el Otro que da así la posibilidad de constituir un esquema y una imagen corporal.
Concluyendo: de la concepción que tengamos del cuerpo de un sujeto devienen la ética, la intervención y la posición en la que el terapeuta se ubica frente al paciente.
Si se considera al cuerpo como una máquina de músculos y nervios que aprenden lo que se les enseña, se utilizarán diferentes técnicas y recetas estandarizadas, que se aplicarán a ese cuerpo-máquina. Mannoni cita un ejemplo de ello. Se trata de Itard y el salvaje, en donde se refiere a la reeducación del salvaje de Aveyron, realizada hace más de un siglo y medio, y los métodos reeducativos y pedagógicos imaginados por el Dr. Itard, su reeducador.
Al Dr. Itard, el mejor reeducador de sordomudos por esa época, se le confía la educación del salvaje. La reeducación feroz, mecanicista y “salvaje” de Itard no provoca ningún efecto. Por ejemplo: el salvaje (llamado Víctor) demuestra su interés por la leche; el Dr. Itard, entonces, le muestra la leche, pero no se la da hasta que Víctor no pronuncie esa palabra. Luego de transcurrido un tiempo sin haber logrado que el salvaje pronuncie nada en absoluto, se da por vencido y decide darle la leche. Víctor la bebe alegremente y luego, jubilosamente y por sus propios medios, comienza a decir “leche, leche”.
De esta escena, el Dr. Itard concluye:
La palabra pronunciada en lugar de ser el signo de la necesidad no era sino una vana exclamación de alegría. Si la palabra hubiese brotado de su boca antes de la conclusión de la cosa deseada (la leche), todo estaba resuelto: el salvaje hubiera comprendido el verdadero uso del lenguaje, se hubiera establecido entre él y yo un punto de comunicación. En cambio, todo cuanto yo acababa de obtener era una expresión insignificante para él e inútil para nosotros del placer que él experimentaba (Mannoni, 1979, p. 144).
Por supuesto, si para el Dr. Itard la palabra y la muestra de placer son una expresión inútil e insignificante, lo serán también para el salvaje5 y su cuerpo pasará a residir más como salvaje que como sujeto (Víctor) pues no habrá quién se lo presente y lo inscriba en el universo simbólico.
Si se toma al cuerpo únicamente como una herramienta de uso, se preconiza lo que el Dr. Itard realizó en el siglo XVI con su “salvaje”. Si solo se toma la expresión emocional como principio clínico fundamental, se intentará establecer un buen vínculo emocional y afectivo, una buena relación persona a persona, creando para ello un espacio de seguridad basado entre otras cosas en la empatía, para la “catarsis” emocional. El cuerpo, liberado, rompería así las cadenas del lenguaje, y el cuerpo emocional se expresaría libremente.
¿Puede un cuerpo liberarse de las redes del lenguaje, de lo simbólico, para desplegar su emoción? ¿Existen acaso imágenes, relaciones, emociones en el campo humano, fuera del lenguaje?
La experiencia clínica indica una respuesta precisamente negativa, ya que es en la transferencia (imaginaria y simbólica) donde el cuerpo del sujeto (en lo real, en lo imaginario y en lo simbólico) dice, hace, y nos conduce a preguntarnos por el posicionamiento en que se ubica el cuerpo del niño, en el cual se da a ver su sufrimiento. Así, articulándose a lo largo del tratamiento psicomotor en un encadenamiento de gestos, posturas, palabras, gritos, movimientos y juegos irá delineando un decir corporal que analizaremos (desde dónde es enunciado, hacia dónde, de qué modo, dirigido a quién, para qué, ya que se trata de restituir o instalar las posibilidades enunciativas sobre este cuerpo) en la relación transferencial que se genera.