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El autobús estaba a rebosar a aquella hora de la mañana: muchos estudiantes iban a la escuela y ocupaban la mayor parte de los asientos. El hombre, de todas formas, no tenía ningún problema para quedarse de pie, porque sabía que el trayecto que haría sería bastante corto.

En cuanto llegó a la parada más próxima a su destino descendió y se puso a andar a lo largo de la acera.

Atravesó la circunvalación y comenzó a recorrer la Calle Mayor en dirección al centro de la ciudad. Casi ciento cincuenta metros más adelante giró a la derecha para llegar a vía San Vitale y entró en un negocio de flores que había debajo del pórtico.

“Buenos días,” dijo, “Estoy pensando en comprar algunas flores, ¿las entrega a domicilio, verdad?”

“Por supuesto”, respondió la muchacha.

“Muy bien.”

“¿En qué tipo de flores está pensando?”

“Crisantemos,” respondió el hombre, “Un bonito ramo de crisantemos.”

La muchacha quedó un momento sin decir una palabra, pensando en la petición, a continuación se puso a preparar el ramo.

“¿Sería posible hablar con el dueño de la tienda?”

“En estos momentos no está.”

“¿Cuándo lo podría ver?”

“Por lo general pasa por la tienda en el transcurso de la tarde, ya casi de noche.”

“¿Todos los días?”

“Habitualmente sí, a menos que tenga algún compromiso que no se lo permita.”

“Gracias por la información y las flores. ¿Puede tenerlas aquí hasta esta tarde?”

“Por supuesto.”

“Bien, entonces hasta la tarde.”

“¿Se conocen?” preguntó la muchacha, refiriéndose al dueño de la tienda y al hombre que lo estaba buscando. “Si me llama, quizás puedo decirle que usted ha pasado por aquí y que pasará al final del día.”

“No se preocupe, no hay problema. Puedo pasar tranquilamente, aunque no le diga nada.”

La muchacha asintió, y después de que el hombre se hubiese ido, algunos minutos más tarde, pensó en su extraño comportamiento.

Aquella tarde, sin que la muchacha hubiese dicho nada sobre la visita matinal del hombre, este último y el dueño de la floristería hablaron durante casi una hora en un bar que había al lado de la tienda.

Cuando los dos se despidieron, el florista reentró en la tienda, cogió el ramo de crisantemos y lo repuso en la pequeña habitación que había al fondo del local.

Atropos

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