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A la mañana siguiente Zamagni recibió una llamada de la Policía Científica para darle información adicional sobre Lucia Mistroni: análisis hechos en profundidad había revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidió explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueño, pero que en dosis excesivas podía dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.

“Por lo tanto la muchacha podría haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.”

“Sí. En realidad es posible otra hipótesis.”

“¿Cuál?”

“Hay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocía a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podría haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y… ¡patatrac! ”

“No podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.”

Terminada la conversación telefónica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las últimas noticias recibidas.

“Parece que el caso se está complicando cada vez más,” dijo el agente.

El inspector asintió.

“¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podría haber deseado…”

“¿Suicidarse?”

“Sí.”

“¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?”

Ambos quedaron pensativos, así que Zamagni dijo, aunque de mala gana: “Quizás deberíamos volver al principio.”

“¿En qué sentido?”

“Volver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.”

“Ya entiendo”, dijo Finocchi.

“No hay tiempo que perder,” le exhortó el inspector, “Reseteemos y partamos de cero.”

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