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La primera audiencia en la que participó Davide Pagliarini, por haber embestido al niño en la carretera de circunvalación de Bolonia, fue bastante embarazosa para él. Fueron expuestos los hechos y, a continuación, el culpable fue interrogado delante del juez.

Después de las preguntas del abogado de la acusación particular y de las del defensor, desde el público se escuchó un “¡Avergüénzate!” gritado con tanta fuerza que resultó estridente.

Pagliarini empalideció y quedó paralizado en la silla, sin saber de qué parte mirar; le habría gustado hundirse, desaparecer, y no encontrarse en aquel lugar en ese momento.

Después de un instante, se giró hacia su abogado y, sin mediar palabra, su mirada le dijo ¿qué debo hacer?; el otro, sin abrir la boca, respondió con una mirada interrogativa, ya que ni siquiera él sabía que sería mejor: seguramente no dar importancia a lo ocurrido, considerando la reacción que había tenido lugar, haría que la situación fuese menos problemática, antes que mostrar la vergüenza requerida por la persona que había tenido el valor de dar ese grito en público en el interior del aula de un tribunal.

Finalmente, Pagliarini se levantó de la silla usada para los interrogatorios y fue hacia su abogado andando lentamente, pero sin mostrar signos de hacer entender al anónimo chillón de haber dado en el blanco.

La audiencia finalizó sin una resolución definitiva, a la espera de otra sesión.

El abogado escoltó a su asistido hasta la salida para evitarle episodios desagradables similares al que había ocurrido en la sala, entonces le dijo que se verían de nuevo en breve para decidir cuál línea de defensa seguir en la siguiente audiencia.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi fueron juntos a hablar con el empresario que había contratado a Lucia Mistroni.

La muchacha trabajaba en la Piazzi & Co. como empleada de oficina y se ocupaba de la contabilidad.

Cuando hablaron en la recepción, a los dos los hicieron sentar en butacas de piel que estaban enfrente del mostrador y, pocos minutos más tarde, los recibió el titular de la empresa.

Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostró feliz de ayudar a los funcionarios de policía en el desempeño de sus funciones.

“¿De qué os ocupáis?” preguntó Zamagni

“Importación-exportación de artículos diversos.” dijo el hombre.

“¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacía mucho tiempo?”

“No recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.”

Zamagni e Finocchi asintieron.

“¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?”

“Por cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.”

“Comprendo”, dijo el inspector.

“¿Nos sabría decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?” preguntó el agente Finocchi, “Quiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.”

«Siempre fue una persona bastante reservada.»

“¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?”

“Me llegó la noticia de que se había prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquí. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.”

Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les había dicho nada parecido y quizás tendrían que profundizar sobre este tema.

Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambió con él la tarjeta de visita, y después salieron.

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