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Aquel día, Davide Pagliarini volvía del gimnasio donde pasaba una o dos horas todas las tardes de la semana, excluido el fin de semana.

Vivía solo, en un edificio de apartamentos de vía Venecia en San Lazzaro de Savena.

Había tomado aquella decisión después de un año de noviazgo y de convivencia con su compañera. De común acuerdo habían dicho basta, no habrían podido vivir juntos para siempre porque, contrariamente a lo que habían pensado al comienzo, parecía que no estaban hechos el uno para el otro.

Ritmos de vida y puntos de vista demasiado diferentes con respecto a como se desenvolvía la jornada y el uso de los recursos monetarios.

Finalmente habían acertado al separarse y que cada uno recorriese su propio camino.

Llegó delante del portalón del edificio, subió las escaleras y entró en casa.

Su apartamento estaba en el primer piso de un edificio no demasiado alto e inmerso en medio del verdor de un jardín privado con plantas y árboles de distintas especies y un seto que delimitaba la propiedad.

Tenía al menos tres ventajas: la sombra que producían los árboles, que significaba un refugio a las altas temperaturas del verano, un toque de señorío al edificio y el hecho de que difícilmente una construcción con jardín en su interior atraía a los encargados de la distribución de publicidad.

Apoyada en el suelo estaba la bolsa de deportes que usaba en el gimnasio y que contenía, por lo general, una muda de ropa y todo lo necesario para la ducha, la abrió, y la preparó para el día siguiente, después decidió leer un poco.

Le gustaban las novelas de aventuras de autores como Clive Cussler, aunque hasta hacía unos meses había incluso leído thriller y, en general, historias repletas de suspense pero, después del accidente de tráfico en el que se había visto envuelto, había decidido que estas las dejaría apartadas de manera indefinida.

Había sido culpa suya, esto era innegable, y no podía perdonárselo: aquel acontecimiento, seguramente, había dejado una impronta en su cerebro.

Intentaba por todos los medios no pensar en ello, y a menudo lo conseguía pero, cuando menos se lo esperaba, volvía a atenazarlo aquel recuerdo.

Si tan sólo no hubiese tomado aquella pastilla…

Le había atraído la novedad. Le habían dicho “Verás cómo te sentirás. Te hará llegar hasta las estrellas. Pruébala: te la puedo dejar con descuento.”

Así que la había probado, diciéndose, sin embargo, que no lo volvería a hacer jamás. Era sólo por curiosidad, por comprender qué se sentía con aquellas cosas.

Recién salido de la discoteca, donde iba de vez en cuando para pasar un sábado distinto del habitual y con la esperanza de encontrar quizás personas nuevas, que habrían podido convertirse en amigos, o incluso una posible alma gemela, si bien sabía que sería necesario demasiado tiempo para instaurar una relación de ese tipo, había montado en su coche y se había preparado para regresar a casa.

Desde de la ingesta de aquella pastilla efervescente (bebe algo, le habían aconsejado) había transcurrido al menos una hora y, cuando Davide estaba sobre la carretera de circunvalación de Bolonia en dirección hacia casa, comenzó a entusiasmarse, a sentirse eufórico. Pisó a fondo el pedal del acelerador porque sentía la necesidad de descargar todo el entusiasmo de alguna manera y el resultado fue el esperado, pero no había considerado la posibilidad de imprevistos debido a una excesiva velocidad.

Se dio cuenta demasiado tarde del muchachito que estaba atravesando la carretera, sobre el paso de cebra, y le dio de pleno sobre el costado izquierdo tirándolo al suelo y llevándoselo por delante durante un centenar de metros.

No se había dado cuenta que estaban presentes sus padres y había huido sin pararse, con el cuerpo a tope de adrenalina.

Cada vez que recordaba aquel episodio, Davide Pagliarini cerraba los ojos con la esperanza de expulsar aquellos recuerdos insoportables y a menudo lo conseguía, pero no siempre.

Cuando se dio cuenta que era casi la hora de la cena, cerró la novela que estaba leyendo en ese momento, volviéndola a poner sobre la mesita del salón, y se preparó un plato de pasta.

La noche transcurrió tranquilamente y antes de la medianoche estaba ya durmiendo.

Atropos

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