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“¿Puedo pagar con la tarjeta de crédito?”, preguntó la mujer.

“Por supuesto,” le contestó la empleada del gimnasio.

“Perfecto. ¿Qué documento debo rellenar para inscribirme?”

“Aquí lo tiene. Rellene todos las secciones y, si tiene alguna duda, no dude en preguntar,” le recomendó la rubia que estaba detrás del mostrador. “Escriba en letras mayúsculas.”

La otra mujer asintió y cogió el bolígrafo que encontró atado a un cordoncillo.

“¿Mariolina Spaggesi? ¿Es correcto?” peguntó la empleada.

“Sí.”

“¿Y vive en vía San Vitale número 12, verdad?”

“Exacto.”

“Bien. Yo diría que todo es perfectamente legible.”

A continuación le dio un folio en el que estaba especificado el reglamento del gimnasio.

Mariolina Spaggesi lo plegó, lo metió en el bolso y, saliendo, se despidió de la otra mujer, para después tomar el camino hacia su casa.

No veía la hora de comenzar: desde hacía tiempo se había prometido a si misma asistir a un gimnasio, por libre, sin obligaciones de horarios, y finalmente aquel día había tomado la decisión de pararse.

Pasaba delante de él casi todos los días porque estaba en el trayecto que unía su casa con su puesto de trabajo y a menudo prefería dar un paseo antes que utilizar los medios de transporte públicos. Los consideraba focos de virus gripales y, en el fondo, caminar, como le habían dicho, era beneficioso para la salud.

Aquella tarde llegó a casa y, después de haber cogido el correo y haber tomado una cena rápida con una pizza entregada a domicilio, se fue a dormir a las 21 horas: estaba cansadísima, debido a la pesada jornada laboral, y se quedó dormida al instante.

Fue a la mañana siguiente, durante el desayuno, cuando comprobó el correo que la noche anterior tan sólo había dejado encima de la mesita de la sala de estar.

Algunos folletos publicitarios, una postal enviada por una amiga que estaba de vacaciones en el norte de Europa y un sobre blanco donde estaba escrito X MARIOLINA SPAGGESI y la dirección, escrito todo en letras mayúsculas.

No sabía quién era el remitente, porque evidentemente no había querido que se supiese o porque, quizás, se daba a conocer en el interior del sobre mismo, o por cualquier otro motivo que Mariolina ignoraba.

Apoyó la taza de café con leche sobre la mesita y abrió el sobre, con mucha curiosidad por saber cuál podía ser el contenido.

Era muy ligero y, aparentemente, parecía que no contuviese nada.

En realidad, había algo en su interior, y precisamente una tarjeta de visita. El texto decía:

MASSIMO TROVAIOLI

Direttore Marketing

Tecno Italia S.r.l.

Al final de la tarjeta de visita había escrito un número de teléfono de empresa, de un teléfono móvil, también de empresa, y una dirección de correo electrónico personal.

Con las manos temblorosas, a Mariolina le cayó el sobre al suelo y la tarjeta de visita revoloteó durante un momento antes de caer también. Releyó una segunda vez todo, después de lo cual se debió sentar para intentar comprender qué estaba sucediendo.

Atropos

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