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Mientras se despertaba por la mañana temprano para conseguir desayunar con un poco de calma antes de ir al trabajo, Stefano Zamagni no pensaba que aquella jornada iba a ser tan insoportable. Primero se duchó, después se preparó una taza de café, que acompañó con algunas rebanadas de pan tostado, después salió.
Llegó a la Central de PolicÃa a las 8:30, después de media hora de carretera en medio del tráfico de vÃa Emilia en el tramo que conecta San Lazzaro de Savena, donde vivÃa, con Bolonia.
Odiaba las aglomeraciones en la carretera, sobre todo si son producidas por una masa de personas con prisas por llegar al trabajo.
¿Por qué no salen un poco antes?, se preguntaba de vez en cuando, pero sin encontrar nunca una respuesta lógica.
Llegó a la oficina, sobre su escritorio lo esperaban algunos mensajes, algunos de ellos escritos por él la tarde anterior, como recordatorio.
Los leyó rápidamente, a continuación los tiró a la papelera.
â¿Qué tal, inspector?â, le preguntó un agente que pasaba por allÃ.
âBien, graciasâ, respondió cordialmente. â¿Y usted? ¿Va todo bien?â
âSÃ, gracias.â
âPerfecto. Le deseo una buena jornada, y esperemos que sea tranquila hasta la tarde.â
âEsperemosâ, dijo el agente, marchándose.
Unos cuantos minutos después el capitán de la Sección de Homicidios se presentó en la oficina de Zamagni y, por la cara que traÃa, no era una visita de cortesÃa
âBuenos dÃas Zamagni, le necesitoâ, dijo sin más preámbulos.
â¿Me debo preparar para lo peor?â, preguntó el inspector.
âEspero que no sea nada complicado, pero lo que sé es que será desagradable. Hemos recibido una llamada de una persona que dice que ha llegado a casa de su hija y que la ha encontrado sin vida.â
âHubiera preferido comenzar el dÃa de otra manera.â, dijo Zamagni, â¿Se sabe algo más? Quiero decir, con respecto a esta persona que ha llamado.â
âLa señora ha dicho que habÃa llegado a casa de su hija y que ésta no abrÃa la puerta a pesar de que habÃa tocado unas cuantas veces al timbre, asà que la señora, que parece ser que tiene las llaves del piso, volvió a su casa, cogió las llaves y, cuando ha abierto la puerta, la ha encontrada tirada en el suelo de la sala de estar.â
âComprendo.â, dijo Zamagni y, después de una pequeña pausa, añadió: â¿Por qué deberÃa ser un homicidio? ¿No puede haber muerto por causas naturales? ¿Por un accidente?â
âNo lo sé,â respondió el capitán. âCreo que lo mejor será ir hasta el lugar e intentar comprender algo sobre lo que ha ocurrido⦠La señora que ha telefoneado está esperando nuestra llegada y le he dicho que debe permanecer a disposición para cualquier cosa que necesitemos.â
âDe acuerdo,â asintió Zamagni, âAhora mismo voy a ver.â
La muchacha estaba todavÃa en la posición en que la habÃa encontrado la madre, tirada por el suelo.
âNo he tocado nada, se lo puedo asegurar,â dijo la señora después de que le mostrasen la placa de la policÃa, como para disculparse por cualquier cosa que hubiera podido hacer.
âLo ha hecho muy bien,â le respondió Zamagni. â¿Me puede decir su nombre?â
âChiara. Chiara Balzani,â se presentó. âElla es mi hijaâ añadió volviéndose hacia el cuerpo de la muchacha, como si estuviese todavÃa viva.
âEntiendo. ¿Me podrÃa decir también el nombre de su hija, si es tan amable?â
âOh,⦠claro, me debe perdonar. Estoy todavÃa conmocionada por todo lo que ha sucedido. Se llama⦠se llamabaâ¦. Lucia Mistroni.â
âMuchas gracias.â, dijo Zamagni, a continuación añadió: â¿Puedo saber el motivo por el cual no ha dudado en llamar a la policÃa? Me explico, la muerte podrÃa haber sido debido a un infarto o alguna otra causa natural, ¿no?â. Y volviéndose al agente Marco Finocchi que lo acompañaba: âSeñalicemos cada cosa.â El agente asintió.
âSu pregunta es perfectamente normal, parece ser que mi hija, desde hacia un tiempo, estuviese recibiendo llamadas amenazantes. Por esto he pensado enseguida en una muerte no natural, y entonces les he llamado.â
â¿Llamadas amenazantes? ¿Se sabe de quién eran estas llamadas?â
âNo, aunque siempre he tenido la duda, o la convicción, si lo prefiere, e incluso era lo mismo que pensaba mi hija, que quien la llamaba era su ex novio.â, explicó la mujer. âSu relación habÃa terminado de manera bastante desagradable, se habÃan peleado. En los últimos momentos de su noviazgo se peleaban a menudo.â
âEntiendo.â, sintió Zamagni, âNecesito saber todo sobre su hija. Su edad, en qué trabajaba, sus aficiones, las direcciones y nombres de sus amigos. ¿Y su ex novio? ¿Me sabrÃa decir su nombre? Cualquier información que usted sepa sobre él. Y⦠otra cosa: ¿actualmente su hija estaba casada? ¿Estaba prometida? ¿Estaba soltera? Entienda, no podemos dejar de lado ninguna pista.â
âPor lo que se, Lucia no estaba con nadie.â
El inspector hizo una pequeña pausa para mirar alrededor.
El piso, en la primera planta de un edificio de nueva construcción en la periferia de Bolonia, tenÃa un aspecto señorial, moderno, con un mobiliario demasiado minimalista y combinado con buen gusto. En las ventanas no habÃa cortinas y, durante el dÃa, la luz del sol iluminaba perfectamente cada rincón.
â¿El piso era propiedad de su hija?â, preguntó el agente Finocchi.
âSÃ, claro.â A la señora Balzani parecÃa que esta pregunta le resultaba superflua.
El piso habÃa sido pagado completamente por la hija, habÃa explicado la madre.
Y también habÃa explicado que Lucia Mistroni cumplÃa una función muy importante en la empresa donde trabajaba, aunque la hija nunca habÃa especificado bien en qué consistÃa su trabajo.
â¿Y bien? ¿Nos puede decir el nombre del ex novio de su hija?â, preguntó Zamagni.
âSÃ, excusadme.â, dijo la señora Balzani. âLa persona que buscáis se llama Paolo Carnevali. Si no se ha mudado vivÃa en vÃa Cracovia, al lado del Parque de los Cedros, en el número⦠10, creoâ.
âPerfecto. Por ahora nada más señora, muchas gracias. Recuerde que en el caso de que pueda darnos más información esta podrÃa ser útil para la investigación. Y otra cosa: la PolicÃa CientÃfica deberá comprobar cada centÃmetro de este piso, con la esperanza de que esto pueda servir para encontrar al culpable de este crimen, por lo que en los próximos dÃas le será totalmente imposible entrar aquÃ. Enseguida pondremos los precintos.â
La señora asintió, comprensiva.
âHaré todo lo posible por encontrar al asesino.â
Se fueron y, ya de nuevo en la calle, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a las oficinas de la Central.