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JUAN

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Llevo más de diez minutos juntando fuerzas para levantarme de esta cama. Cada 31 de diciembre me pasa lo mismo. Es como si quisiera que ese día, solo ese día, el mundo quedara detenido, y yo, libre de todo lo que hace a esta fecha de mierda. Mi vieja murió el 31 de diciembre, hace tres años. En el primer aniversario hice guardia, luego, cuando me vine a La Colonia, fue todo un poco más sencillo. No tenía que dar excusas a nadie y me permitía quedarme solo, abrirme un vino, comer algo hecho a la parrilla, sentir el calor y el crepitar del fuego y esperar la medianoche mirando las estrellas o escuchando algunas de esas canciones que a ambos nos gustaban: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés… El típico programa que mi hermano definiría como “un bajón total”. Lo que él no entiende es que para mí es más triste y agotador caretear la felicidad del Año Nuevo cuando todavía me pesa la tristeza. He superado el duelo, he encontrado las razones suficientes para sentirme bien y útil. Pero es hoy, y solo hoy, cuando necesito unos minutos más para levantarme de la cama. Requiero una energía extra para ponerme en movimiento.

Logro levantarme, pongo el agua, preparo el mate y empiezo el día tarareando “Al final de este viaje en la vida quedarán / nuestros cuerpos hinchados de ir / a la muerte, al odio, al borde del mar”.

“Qué tipo tan pelotudo y sentimental que soy a veces”, me digo.

Suena el WhatsApp. Leo el mensaje: “Esta noche te venís a comer con nosotros. No acepto excusa. Además Lucio compró un champancito y vamos a brindar por la Gaby, mi amiga del alma”… Mariana, esa sí que le cumplió a mi vieja. Eran amigas de la infancia y estuvo cerca de nosotros siempre, una de esas tías que nos heredan las amistades de nuestros padres. El día que me llamó y me contó del puesto de médico en La Colonia, no lo dudé. Fue una locura, pero fue y sigue siendo la mejor aventura de mi vida.

Abro las ventanas, me voy al patio, empiezo a cebar y de pronto me concentro en ese jazminero que ya venía con el jardín de esta casa que alquilé. Está lleno de flores, el aroma es exquisito… Sonrío. Mi vieja amaba los jazmines, siempre cuando empezaban a crecer los botones me decía: “Mirá, Juanse, qué lindo están creciendo”. Yo le respondía: “Sí, lindo, pero no me empecés a hablar de plantas que para mí un jazmín o un cardo son lo mismo, vieja”.

Y entonces con picardía sentenciaba: “Bueno, el día que te des cuenta de que crecieron los jazmines, ojo… Mirá que tu abuela decía: ‘Hombre que se da cuenta de las flores a su alrededor, hombre al que se le viene el tiempo del amor’”.


Una mujer con alas

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