Читать книгу La certificación forestal: un instrumento económico de mercado al servicio de la gestión forestal sostenible - Fernando García-Moreno Rodríguez - Страница 27
I.3.2. Un nuevo principio, el de sostenibilidad y desarrollo sostenible, que ha venido para quedarse y cuya proyección futura se caracteriza por una cada vez mayor intensificación, fortalecimiento y propagación
ОглавлениеTal y como he tenido la oportunidad de apuntar con anterioridad, la sostenibilidad y su secuela en el deseable modelo de crecimiento a seguir por el ser humano que se concreta en el desarrollo sostenible, constituyen un nuevo principio que, tal y como apunto en el título del presente subapartado muy gráficamente, ha venido para quedarse, queriendo subrayar con ello que no responde –al menos esa es mi consideración más profunda, que de ningún modo considero errada al fundamentarse no en una primera impresión o parecer más o menos superficial y por ende, inconsistente, sino en su estudio, prolongado en el tiempo, así como en la fuerza de los hechos y lo que estos cada vez en mayor medida denotan– a ninguna moda, tendencia, pensamiento o movimiento meramente coyuntural, sino, muy por el contrario, a un replanteamiento global del sistema de crecimiento seguido hasta el momento, como consecuencia, por un lado, del propio agotamiento del mismo, y por otro lado, de constatar lo comprometido que resultaba aquel a la hora de garantizar la propia subsistencia futura del ser humano.
Quiero hacer, no obstante, alguna que otra precisión en relación con este nuevo principio de sostenibilidad y desarrollo sostenible a que me vengo refiriendo, con la finalidad, en primer lugar, de aquilatar o depurar lo más posible en qué consiste y qué comporta exactamente el mismo, y, en segundo lugar, conseguida tal finalidad, que se comprenda en toda su dimensión la enorme importancia que entraña aquel para la organización y funcionamiento mismo de la sociedad. Pues bien, dentro de dicho propósito que me he marcado, la primera precisión que quiero hacer lo es en relación con el adjetivo que tanto en el título del presente subapartado como en el texto del mismo y fuera de él, suele preceder al sustantivo “principio”, no siendo aquel otro, como se habrá podido deducir ya, que el de “nuevo”. Esta matización o precisión quiero hacerla porque, en puridad, el principio de sostenibilidad y el desarrollo sostenible no son realmente nuevos, al menos si uno se fija en el momento en que de manera más evidente emergieron uno y otro a nivel mundial, y que como ya he tenido oportunidad de apuntar con anterioridad fue a resultas del denominado y conocidísimo informe Brundtland, fechado, ni más ni menos, que en el año 1987. Por tanto y atendiendo a dicha cronología no parece lo más acertado tildar o calificar a dicho principio como novedoso, pues desde la fecha anteriormente indicada hasta el día de hoy (año 2021) ha transcurrido la friolera de treinta y cuatro años, lo que precisamente no le hace acreedor del término “nuevo”. No obstante y siendo plenamente conocedor de tal circunstancia, insisto en utilizar tal calificativo por cuanto que hoy en día y a pesar de haber transcurrido más de tres décadas desde que hizo acto de presencia tal principio, sigue siendo el mismo novedoso, dado que son muchos los ordenamientos jurídicos que, aun aceptándole, aún no han logrado implementarle, pese a querer hacerlo, habida cuenta del cambio radical que ello supone y de la inercia multisecular que vienen padeciendo en sentido diametralmente opuesto.
Los países donde concurre la circunstancia a que con anterioridad me he referido, suelen ser, fundamentalmente, los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. En otros países, por el contrario, y ahora me refiero a los que integran el denominado primer mundo, también denominados como países desarrollados, la sostenibilidad y el desarrollo sostenible han sido implementados desde hace bastante tiempo en sus respectivos ordenamientos jurídicos, si bien la dificultad de llevar una y otro hasta sus últimas consecuencias hace que se encuentren en vías de lograrlo, no pareciendo fácil ni sencillo que puedan conseguirlo a corto, e incluso, a medio plazo. Del mismo modo, en este último tipo de países a que me vengo refiriendo hay determinadas materias, sectores o disciplinas que por su propio contenido o complejidad se muestran más refractarias a asumir e incorporar dentro de ellas lo que implica y comporta la sostenibilidad, o bien que habiéndolo hecho, está resultando sumamente complejo el avanzar en el camino que debe terminar desembocando en la anhelada sostenibilidad, como por ejemplo y sin ánimo de exhaustividad, ocurre con las ciudades, en las que por desgracia se acumulan muchas de las malas costumbres y prácticas del modelo de crecimiento precedente al que actualmente postula la sostenibilidad, motivo por el cual se está sumamente lejos de poder lograr, por otra parte, en esta estructura dinámica, compleja y siempre cambiante que son las ciudades, la pretendida sostenibilidad, para con ello poderlas calificar como ciudades sostenibles. Es por todo ello y por lo que, a pesar del transcurso de más de un cuarto de siglo largo, considero que no resulta descabellado seguir calificando tanto a la sostenibilidad como al desarrollo sostenible en cuanto que derivación de aquella, como novedosos, habida cuenta de la modernidad y actualidad que siguen teniendo a día de hoy.
La segunda precisión que asimismo quiero hacer, en este caso, cuando utilizo el sustantivo “principio” en referencia a la sostenibilidad y su concreción dentro de los diversos modelos posibles de crecimiento, que se materializa en el denominado desarrollo sostenible, es para matizar que cuando aludo a tal sustantivo en dicho contexto, lo hago no tanto en el sentido de fuente del ordenamiento jurídico que en defecto de Ley y costumbre resulta de aplicación –que también, aunque ello fue sólo en un primer momento cuando los ordenamientos jurídicos de los diversos países no habían incorporado aún dentro de su respectiva normativa, uno, otro o ambos términos–, como en el sentido de postulado, fundamento o proposición, en este caso concreto, radicalmente novedoso respecto de la situación precedente al mismo, que indica el camino y dirección a seguir. También resulta oportuno precisar que, como tales principios que son tanto la sostenibilidad como su secuela, el desarrollo sostenible, comparten la característica de la transversalidad de muchos otros principios en cuanto que inspiradores e instigadores del respectivo ordenamiento jurídico. Esta última característica es aún más acusada en relación con la sostenibilidad y el desarrollo sostenible, pues la filosofía común de la que parten, tal y como he tenido la oportunidad de apuntar, lo inunda todo, condicionando finalmente la totalidad de actuaciones realizadas55.
Abundando más en el principio de sostenibilidad y en el de desarrollo sostenible que deriva de aquel, quiero hacer una tercera precisión o matización, como consecuencia de la transcendencia y repercusión tan enorme que dicho principio ha tenido, tiene y a buen seguro está llamado a tener –muy probablemente para siempre, desde que fue asumido e incorporado a los ordenamientos jurídicos de la práctica totalidad de los países del mundo–, que excede, con mucho, a mi particular modo de ver, de lo que es, implica y comporta un principio en cualesquiera de los dos sentidos a que me he referido con anterioridad, por cuanto que a diferencia de éstos, ha conseguido impregnar y no sólo esto, sino también supeditar todos y cada uno de los sectores, materias, campos de actuación y disciplinas que integran el ordenamiento jurídico a los valores que comportan una y otra acepción, hasta el punto que ninguno de ellos se entendería y lo que es aún más importante, se justificaría, de no aceptarles de principio a fin en su respectiva actuación. Todo ello me ha llevado y me lleva, de ahí la presente precisión, a decir que la sostenibilidad y su secuela, el desarrollo sostenible, deben considerarse, en puridad, más que como principios, como integrantes de un relativamente nuevo paradigma, dado que verdadera y realmente vienen a establecer un nuevo arquetipo, modelo, prototipo, o si se prefiere, ideal, que indudablemente marca un antes y un después por lo que a la propia concepción del mundo se refiere en todas y cada una de las esferas que le integran, de ahí que considere más propio hablar en relación con tales locuciones y refiriéndome a las mismas de paradigma que de principios, pues como he manifestado con anterioridad parecen responder más al primero de dichos conceptos que al segundo de los mismos.
Realizadas las precisiones que consideraba oportuno hacer en relación con el principio de sostenibilidad y su secuela en el modelo de crecimiento, que se concreta en el desarrollo sostenible, y constatada la innegable importancia y transcendencia que ha tenido y tiene en el presente tal principio, me corresponde abordar a continuación la segunda parte a la que hace alusión el título del presente subapartado, que no es otra que la proyección futura que cabe esperar de tal principio, y que como ya apunto, con todas las reservas debidas, dentro del mismo, la vaticino, atendiendo a su evolución pasada y situación presente, como de intensificación, fortalecimiento y propagación.
Profundizando un poco más dentro de lo que no deja de ser una prospección de futuro, debo hacer hincapié nuevamente en que la sostenibilidad y su secuela, materializada en lo que de manera generalizada se ha convenido en denominar como desarrollo sostenible, no sólo es una nueva concepción más que ha venido a sustituir el modelo abusivo, devastador e irracional de desarrollo existente hasta el presente –y que hoy, echando la vista atrás es considerado por todos como absolutamente inconcebible, por irresponsable y destructor, y precisamente por todo ello, insostenible–, sino que todo hace prever y parece indicar que ha venido para quedarse para siempre, y por tanto, que de ahora en adelante regirá, dentro de la filosofía que le es propia, el devenir de los hombres, por lo que visto desde tal perspectiva ha supuesto y supone una auténtica revolución. De hecho, me aventuraría a decir, que es una de las revoluciones más grandes y profundas que a nivel organizativo, estructural y funcional haya sufrido nunca la sociedad, pues ha supuesto dejar tras de sí un modelo caduco, trasnochado y decadente, no por un nuevo sistema o modelo de crecimiento que le sustituye y que es transitorio en el sentido que se aplicará durante un determinado tiempo hasta que sea sustituido por otro venidero, sino que más allá de ser un nuevo modelo, es una nueva concepción, una nueva forma de entender y concebir la vida y todo lo que la misma comporta, que nunca ya va a dejar, ni abandonar al ser humano, pues el rumbo y el camino a seguir sólo puede ser y debe ser el que marca tal principio–paradigma al que me vengo refiriendo.
Ahondando más en esta última apreciación, que en realidad debe entenderse más como una afirmación o aseveración que como tal valoración, debo llamar la atención sobre el hecho de que, si uno lo piensa bien y reflexiona con detenimiento sobre el particular, no es posible, entendible, ni concebible otro sistema que no sea el que postula la sostenibilidad y el desarrollo sostenible. Ello, a mi modo de ver, resulta incontestable si se tiene en cuenta que la sostenibilidad y el desarrollo sostenible persiguen la armonía, el equilibrio y la coherencia que siempre debió estar presente entre el necesario y debido crecimiento y progreso de la humanidad, al cual nunca se puede ni se debe renunciar, y la protección y salvaguarda de los recursos naturales presentes y futuros, máxime, cuando en estos últimos radica en gran medida, cuando no en toda, la propia subsistencia del ser humano. Es muy probable, por supuesto, que con el pasar de los años y a medida que el sistema propiciado por la sostenibilidad y el desarrollo sostenible se vaya implementado en cada vez más ámbitos y vaya siendo más aplicado y experimentado, se mejore, se aquilate, se perfeccione, e incluso, se avance y profundice en él, pero en ningún caso y bajo ningún concepto estoy seguro de que se abandonará para sustituirle por otro, pues sólo es posible que la sociedad presente y futura se desarrolle y progrese del modo y manera que postula tal sistema si no quiere verse abocada mediante su propia inmolación a su más que segura e inevitable desaparición.
Pues bien, desde dicho punto de vista, que por otro lado no es sino fiel reflejo de la realidad, considero, siendo más que evidente, que la esencia misma del sistema que deriva de la sostenibilidad y desarrollo sostenible es inmutable, pues solo es entendible un crecimiento que sea profundamente respetuoso con el ser humano y con todo lo que posibilita la existencia del mismo. Otro crecimiento que no sea éste o que no se fundamente y base de un modo u otro en el mismo, resulta, lisa y llanamente, inconcebible. De hecho, echando la vista atrás, no se comprende y menos aún justifica, cómo desde el principio no ha sido éste el tipo o clase de crecimiento elegido, seleccionado, adoptado por el ser humano, por cuanto que desde un punto de vista egoísta es el que permitiendo crecer ofrece el mejor y más beneficioso retorno global (ambiental, social y económico) y, sobre todo, prometedor, para el ser humano. Cabe pensar, no obstante, que quizá para llegar a la concepción y establecimiento de dicho sistema y considerarle como incuestionable de principio a fin, frente a su precedente que dejado atrás se considera en el presente como inconcebible, haya sido necesario el tener que pasar, más bien, sufrir, esta evolución. Tal vez, sin caer en los errores en que se ha caído y comprobar los males que aquellos han producido en el ser humano, hasta el punto de comprometer su propia subsistencia, no se hubiese llegado a concebir el actual modelo de desarrollo sostenible. Hay que tener en cuenta, en cualquier caso, que el mismo sólo ha podido llegar cuando la sensibilización y concienciación de los hombres ha llegado al punto de darse cuenta de las barbaridades que en relación con ellos mismos venían cometiendo, únicamente, en pos de ser más prósperos y venturosos.
Por último y para terminar con ello no solo el presente subapartado sino también el apartado dentro del cual se circunscribe el mismo, debe quedar meridianamente claro que el sistema organizativo y funcional que deriva de la sostenibilidad y más concretamente, del desarrollo sostenible, en cuanto que secuela de aquella, no promueve y menos aún prioriza la protección de los recursos naturales frente a las necesidades humanas, sino que, y esto es importante dejarlo del todo sentado, busca el justo, debido y necesario equilibrio entre una y otra finalidad. Precisamente por ello, es manifiestamente injusto, y sobre todo, notoriamente contrario a la verdad, el considerar a la ideología o filosofía que subyace bajo dicho sistema como contraria a la tecnificación, a la industrialización, a la innovación, así como a la explotación de determinados bienes y recursos naturales existentes, dado que, lejos de ello, lo único que postula es su utilización y aprovechamiento racional y responsable como garantía última de la propia subsistencia y continuidad del ser humano. En definitiva, la sostenibilidad y con ella el desarrollo sostenible no buscan sino minimizar todo lo posible los indeseables efectos que las actividades humanas han venido y vienen ocasionando en general en el medio ambiente, sin que ello implique el querer evitar el justo y necesario progreso del hombre, pero siempre con respeto a la naturaleza y en última instancia a sí mismo.