Читать книгу Historias malditas y ocultas de la historia - Francisco José Fernández García - Страница 15

Оглавление

No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía.

Gustavo Adolfo Bécquer


PÍNDARO, EL QUE HIZO CANTAR A UN DIOS

El canto de la poesía, que hace dulces todas las cosas a los mortales,

dispensando honor, incluso hace que lo increíble

sea creíble muchas veces.

Pero los días venideros

son testigos más sabios.

Y es conveniente al hombre proclamar las cosas buenas

de los dioses. Pues menor será su culpa.

Hijo de Tántalo, de ti diré cosas contrarias a mis

predecesores:

Cuando tu padre invitó a irreprochable

banquete en su querida Sípilo,

ofreciendo a los dioses festín de agradecida réplica,

entonces te raptó el señor del brillante tridente,

dominado en su entraña por el deseo, y en áureas yeguas

te llevó al excelso palacio de Zeus en todo lugar venerado.

Allí en próximo tiempo

llegó también Ganímedes…

Fragmento de una oda de Píndaro titulada

A Hierón de Siracusa, vencedor de las carreras de caballos.

De Píndaro (518 ó 522-438 a.C.) se cuenta que fue un genio precoz y uno de los más grandes poetas líricos que vio Grecia. Las crónicas nos dicen que nació en Cinoscéfalas, una aldea próxima a Tebas, en el seno de una familia de alto poder adquisitivo, lo que le permitió, cuando llegó a la adolescencia, viajar hasta Atenas y estudiar música, una de sus pasiones, con los mejores docentes del momento: Agatocles y Laso de Hermione, aunque sobre éste último hay serias dudas, como sobre el verdadero nombre de su padre. Para su tutor los expertos barajaron diversos nombres, entre los que figuran Pagondas, o Pagónidas y Daifanto. Éste último, al ser el nombre que puso Píndaro a su hijo, es el más factible, ya que en aquellas fechas era frecuente que el nieto llevara el nombre del abuelo.

Pero no todo fue un camino de rosas para este gran genio de las odas, en el 480 a.C., con motivo de las Guerras Médicas, su aportación al mundo del arte estuvo en serio peligro, por una parte estaba su lealtad hacia su patria, Tebas, aliada de los persas, y en el lado opuesto las ciudades estados Esparta y Atenas, que se resistían a la invasión persa. Ésta última, Atenas, quizás por ser la ciudad donde Píndaro estudió, fue objeto de una oda en la que la llamaba «soporte de la Hélade». Ese piropo le acarreó serios disgustos, pues vio cómo sus paisanos tebanos, enojados, le imponían una fuerte multa que ascendió a unos 1.000 dracmas, y que según todas las crónicas fue pagada muy gustosamente por los atenienses.

Parece que este lírico se dedicó a viajar allá donde existieran juegos y carreras deportivas, haciéndolos protagonistas de sus odas. Fuera donde fuera era bien recibido, encontraba hospitalidad y muy buenos clientes, que quedaban siempre muy satisfechos por sus composiciones y que le agasajaban colmándole de toda clase de honores. Y es que el muchacho debió ser un fuera de serie en eso de componer, pues en torno a él surgió una fantástica leyenda que le hace merecedor de constar entre nuestros protagonistas. Las crónicas nos dicen que las odas de Píndaro eran tan dulces, armoniosas y perfectas que el mismísimo dios Pan —dios de los pastores, mitad hombre mitad animal y que suele representarse como una especie de genio del bosque fue visto saltando entusiasmado mientras entonaba uno de sus famosos poemas.

Y es que el prestigio de Píndaro no tenía desperdicio ni fronteras, siendo universal. Según los cronistas, el propio Alejandro Magno (otras fuentes afirman que fue el rey Pausanias, de los lacedemonios), cuando marchó sobre Tebas en el 335 a.C., únicamente respetó la casa del poeta y a sus descendientes, todo lo demás fue arrasado hasta los cimientos. Se dice que la muerte de nuestro poeta fue tan dulce como sus odas, pues murió mientras dormía en los brazos del joven y bello Teóxeno.

Historias malditas y ocultas de la historia

Подняться наверх