Читать книгу Historias malditas y ocultas de la historia - Francisco José Fernández García - Страница 17

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La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no copiar su apariencia.

Aristóteles


PRAXÍTELES, EL ESCULTOR DE DIOSES

El ateniense Praxíteles (370-330 a.C.) fue un escultor visionario —oficio que su padre Cefisodoto el Viejo le inculcó—, de hecho a él se debe el primer desnudo integral femenino a tamaño natural del arte clásico: Afrodita del Cnido. Las esculturas de sus dioses adoptaban actitudes indolentes y sus cuerpos describían suaves curvas que se conocen con el nombre de praxitelianas. Las bellezas que salieron de su cincel fueron tan sorprendentes que cuando los romanos conocieron su obra quedaron seducidos para siempre. A partir de ese instante el estilo praxiteliano se extendió como la pólvora por todo el Imperio Romano, hasta tal punto que todo romano de alta posición que se preciara tenía que poseer copias de estas esculturas para adornar sus bellos jardines. Esculturas como Apolo Sauroctone, Venus de Arles, Hermes con Dionisos niño o, como apuntaba al principio, Afrodita del Cnido eran de las más apreciadas.

Sobre la escultura de Afrodita hay una leyenda muy curiosa que nos da una idea de la perfección de su obra. Se cuenta que la misma diosa Afrodita, al ver la escultura que la representaba, bajó muy enojada del Olimpo gritando: «¿Cuándo me ha visto a mí Praxíteles desnuda?». El caso es que la influencia de Praxíteles no se contentó con aquel periodo de expansión romana. Siglos después, en la Italia renacentista, se le volvió a rescatar para inspirar a sus artistas y, en el París del siglo xix, las familias burguesas paseaban deleitando sus sentidos entre las copias que adornaban, como en la Roma imperialista, sus jardines.

Hay una anécdota muy divertida sobre Praxíteles que nos cuenta como éste, para recompensar los servicios prestados por su amante y modelo de sus obras, Phryné, le ofreció que escogiera la escultura que más le gustase. Ésta tenía muy mala idea. Como no sabía cuál coger, tramó un plan con uno de sus sirvientes para que, en la cena a la que había invitado a Praxítiles, entrase gritando que en el taller de éste se había declarado un incendio. Y así se llevó a cabo. Durante el opíparo banquete, el sirviente entró gritando: «¡Fuego, fuego en su taller…!». Praxíteles, asustado y fuera de sí, gritó: «¡Salvad mi Cupido!». Phryné, llena de gozo por lo bien que le había salido su plan reclamó esa obra como pago a sus servicios. No sabemos qué cara se le quedaría al autor...

Pese a las innumerables esculturas que hizo Praxíteles, no se conserva ninguna a la que podamos atribuirle con un cien por cien de autenticidad. La única obra que los expertos creen que podría ser suya, aunque con cierto recelo, es una cabeza de Artemisa que se conserva en el Museo de la Acrópolis de Atenas. Todas las demás esculturas que nos han permitido conocer su trabajo son copias romanas. Pero la obra de Praxíteles despierta tanto interés que los intentos de encontrar alguna pieza original no decrecen, y los arqueólogos se rompen el pecho intentando desenterrar alguna de ellas e incluso hacen apuestas para ver quién, rastreando el fondo marino, halla restos de los navíos romanos que llevarían entre su carga algunas de las preciadas esculturas.

Aunque su obra era de las más deseadas, no lo era tanto por la perfección de sus cuerpos o músculos, sino por la belleza y perfección de la que dotaba a sus rostros; rostros que desprendían gracia, melancolía o una insinuante sonrisa.

Historias malditas y ocultas de la historia

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