Читать книгу Historias malditas y ocultas de la historia - Francisco José Fernández García - Страница 20
ОглавлениеEl mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella.
Jesucristo
GILLES DE RAIS, EL OTRO DRÁCULA
Este personaje, siniestro donde los haya, podría haber competido de igual a igual con Vlad III por el título de conde Drácula. Como verán, las aficiones de Gilles no tenían nada que envidiar a las del empalador rumano o, puestos a comparar, a las de la preciosa húngara Erzsébet Bathory (la condesa sangrienta). Ésta, para seguir manteniendo su imperecedera belleza, solía bañarse con la sangre de las jóvenes que secuestraba, torturaba y asesinaba. Pero conozcamos algo mejor la horrenda historia de este señor, por llamarlo de alguna manera.
Gilles de Rais tuvo una cuna bien alta. Nació en Nantes, en 1404, en el seno de una de las familias más poderosas e influyentes de toda Francia. Pasó la infancia y la juventud en el castillo de Champtocé, donde adquirió una exquisita educación a la vez que, en sus ratos de ocio, espiaba a los jóvenes pajes de palacio. Pero un suceso terrible le acaeció cuando tan sólo tenía 10 años, y le marcó para el resto de su vida. Su padre, Guy, que había partido con unos amigos a cazar, fue embestido por un jabalí mal herido que le desgarró el vientre con sus colmillos. Guy fue llevado rápidamente a su casa, pero fue en vano, pues no pudieron hacer nada para salvarle la vida. El pequeño Gilles no se separó en ningún momento del lecho de su progenitor, y fue testigo principal de sus últimos minutos de agonía. La imagen de las vísceras y la sangre saliendo del vientre desgarrado de su padre y empapando el lecho le acompañaría para el resto de su vida, hasta tal punto que él mismo se encargaría de rememorarla con saña con muchas de sus víctimas. Si esto no fue bastante, al mes de haber muerto su padre, Marie Craon, su madre, fallecía, como vaticinando la vida rodeada de muertes que le esperaba a su hijo.
Gilles y su hermano quedaron bajo la tutela del abuelo materno, Jean de Craon, que los malcrió permitiéndoles todo tipo de caprichos. Este hombre consiguió inculcar a los dos hermanos el narcisismo, la soberbia, el poder y el orgullo con los que Gilles fue desarrollando su inestable personalidad. Siendo aún joven, con unos 14 años, le obligaron a casarse con Catherine de Thouars, a la que no hacía el menor caso, pues sus atenciones y miradas se dirigían hacia los hermosos y guapos jóvenes.
Según cuentan las crónicas, entre 1427 y 1435, Rais se hizo cargo, con el grado de comandante, del ejército real. Este hecho fue un trampolín que le condujo ante la que sería su amor platónico, Juana de Arco, a la que le otorgó una lealtad casi obsesiva. Junto a esta carismática dama luchó en varias campañas contra los ingleses y sus aliados burgundios. Estas batallas fueron un desahogo para los bajos instintos de Rais, que cometió toda clase de sangrientas carnicerías. De todos modos, algunos autores afirman que se exageró su posición, que no estaba más que a cargo de una treintena de soldados y que jamás fue una persona relevante al lado de Juana de Arco, sino que esto le llegó más tarde.
Más adelante, cuando Juana fue apresada y ejecutada en la hoguera, la labor guerrera de Rais y su poca estabilidad mental se vieron truncadas. Esto le produjo un shock y decidió encerrarse en su castillo de Tiffauges, lugar donde llevaría a cabo una serie de trágicos y escabrosos sucesos. Sumido en la melancolía y defraudado por la ejecución de Juana, comenzó a lapidar su fortuna en fiestas y representaciones teatrales con las que animar su espíritu.
Pasado un tiempo, Rais se dio cuenta de lo precario de su economía, cercana a la bancarrota, lo que hizo que se rodease de alquimistas y magos con la confianza de que éstos le devolverían con sus artes mágicas la fortuna dilapidada. Lo que no sabía era que esto, a parte de no solucionarle nada, le iba a costar otra fortuna y lo poco que le quedaba de cordura. Los magos fueron despedidos uno a uno, y los pocos que quedaron se las arreglaron para convencerle de que al único que podía recurrir era al Diablo, capaz de solventar sus problemas. Rais se aficionó a las misas negras y a los pactos diabólicos con el fin de que le otorgaran sus deseos. Hay algunas leyendas y autores que comentan que Rais hizo testamento legando sus propiedades a Satanás, y que así consta en las escrituras de su castillo.
Conforme se iba aficionando a los rituales y misas negras, fueron despertando sus oscuros instintos y deseos, reprimidos hasta entonces en lo más profundo de su ser: el gozo y el éxtasis en las torturas, violaciones y asesinatos de jóvenes. Para ello no dudó en ordenar a sus criados el secuestro de bellos muchachos, a los cuales, en el transcurso de escalofriantes rituales, les arrancaba los brazos, los ojos y el corazón, para después beber, como si fuera un zumo, la sangre de sus desdichadas víctimas. Incluso se afirma que se masturbaba mientras los iba desmembrando, y que luego caía en un profundo estado de catalepsia. Pero esto no fue todo. Su enfermiza mente no se saciaba y seguía deseando más y más perversión, hasta tal punto que los jóvenes cuyos rostros le parecían más bellos eran decapitados, destruía sus cuerpos y sus cabezas eran expuestas en un sitio donde pudiera verlas continuamente. Cuando disponía de un gran número de estas cabezas, mandaba adornarlas y maquillarlas, para luego organizar una gran fiesta en la que sus amigos e invitados —igual de enfermos— premiaban la más bella de todas.
Las autoridades habían hecho la vista gorda durante mucho tiempo, pero las presiones constantes ante el escandaloso número de desapariciones de jóvenes no se podían seguir ignorando, por lo que decidieron actuar. La tarea se encomendó al obispo de Nantes, que llevó con bastante efectividad las diligencias. Éste rápidamente mandó prender al barón de Rais, sobre el que recaían las sospechas desde hacía ya bastante tiempo. Fue arrestado el 13 de septiembre en su castillo, donde además las autoridades encontraron los restos descuartizados de multitud de jóvenes. Puede ser paradójico o irónico, vaya usted a saber, pero Rais en todo momento se declaró inocente, incluso ante las torturas recibidas para que confesase. Tan sólo la amenaza de ser excomulgado le impulsó a confesar. Según los interrogatorios, Gilles había acabado con la vida de más de 300 jóvenes a los que en algunos casos, según él, colgaba de ganchos en las mazmorras para después destriparlos y gozar del dantesco espectáculo. En otras ocasiones, para no caer en el aburrimiento, los sodomizaba, algunas veces antes de ser asesinados y otras después. Pero que sean sus propias palabras dirigidas ante los jueces las que nos expliquen con todo detalle sus actos y fechorías:
Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mis propias manos o he hecho que otros los mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.
Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.
Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...
Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y se aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos.
Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.
Esta persona, que no se merece tal calificativo, fue llevada a la horca y después a la hoguera el 26 de octubre de 1440, dando así por finalizado el caso del primer asesino en serie que describe y registra la Historia. Como vemos, ¡en esta vida se paga todo!